domingo, 20 de marzo de 2011

Veneno.

N/a: Inspirado y dedicado a la señorita Ale Leopard. ♥

Solía mirarla a distancia, a veces era un movimiento mecánico, como de inercia. Cuando me daba cuenta, estaba mirándola sin razón, muchas veces no podía recordar cuando mis ojos pasaban de estar fijos en la nada, a estar fijos en ella, que estaba rodeada por el enigma; mirarla a ella era como mirar al cielo cuando se encuentra despejado en las noches, y buscar estrellas invisibles, y perderse en la inmensidad.
La miraba, buscaba algo que estaba ahí pero era invisible, o al menos; oculto para mis ojos, y sin embargo podía sentirlo, era casi táctil.

Ella solía caminar a paso lento, de forma grácil, despreocupada. Dejaba impregnado con su esencia cada lugar por el cual pasaba. Cuando acariciaba una flor, esta moría tiempo después por la gran depresión que le producía el estar lejos de ella; pues cautivaba cada ser viviente con el que tenía contacto.
Los girasoles ignoraban el astro de fuego en el cielo, cuando ella estaba cerca, para, en cambio, absorber toda su esencia etérea; y se llenaban de su silencio y el recuerdo de sus ojos entre cerrados.
Solía pasear por parajes inhóspitos, siempre descalza, sentía el frío, y la tierra áspera; o el hielo, y entonces suspiraba. Sus suspiros parecían teñir el aire a su paso; como de un color violeta, y el lugar entero quedaba teñido de lujuria; sus labios pálidos y ligeramente húmedos, se abrían muy lento, se seguían rozando; era solo una pequeña apertura por la cual escapaba el oxígeno que, al salir, se teñía, y muy despacio volvían a cerrarse totalmente, mientras todo cuanto estuviese cerca se estremecía, en silencio, para no perturbar el equilibrio de aquel instante, que, efímero y trémulo, se desvanecía y, igualmente en silencio, llenaba el vacío con su ausencia, y todo se volvía gris a su paso, pues al igual que las flores; el entorno la extrañaba.

Su cabello era acariciado por el viento, se confundía con el cielo oscurecido de la noche triste. Se movía, errático; tapaba su rostro, solía meterse entre sus labios. Ella jugaba con él, mientras caminaba, lo movía suavemente entre sus dedos, como un gato jugando con estambre. Estaba hecho de seda, y brillaba bajo la luz de la luna y las estrellas.
Ella simplemente sonreía, sacaba el cabello de sus labios, el cual, inquieto y mecido por el viento, se rehusaba a quedarse entre sus manos, o en su espalda. Cuando sonreía sus ojos se entrecerraban, y sus cejas se arqueaban, y una vez más el ambiente se llenaba de esa sensación indescriptible, pero encantadora, que producían sus suspiros.

Sus ojos, parecían absorber la luz que los tocaba. Nada se veía en ellos, ni siquiera el reflejo de de las luciérnagas que, juguetonas, bailaban a su alrededor. Iluminaban su rostro de amarillo, su pálida piel de nieve se teñía por el brillo de las luciérnagas, sin embargo, sus ojos no reflejaban nada. Aunque, cuando sonreía, ellos emanaban felicidad.

Su mano derecha jugaba con su cabello, con los animales; con el viento, con sus labios. Era tersa y congelada, como el agua de las lagunas, y demasiado gentil. Sus labios, estaban teñido por el veneno de las plantas, un veneno mortal, el cual besaría sin dudarlo, pues era ése su mayor encanto. Ella era la muerte que rondaba alrededor de mí, nos buscábamos, como busca un lobo la luz fría de la luna. Sin embargo, siempre que estábamos cerca, se alejaba sin musitar palabra.
Su mano izquierda cargaba un puñal; la hoja estaba encantada con sus suspiros y sus lágrimas; el puñal era para asesinarme, aunque yo sabía, que iba a morir primero por sus labios... o por su ausencia.

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