miércoles, 9 de marzo de 2011

La maldición del lago Bodom

Demasiado silente es el entorno, la música que nos rodeaba se apagó justo después de un parpadeo. Cerré los ojos no más que un segundo; y las estrellas ya no cantaban... no habían luciérnagas danzando al compás de los susurros de las aves... el viento se detuvo, ya no hacía silbar las hojas en los árboles detrás de nosotros, y el lago estuvo en calma. Demasiada calma... 
Un segundo, y aún así, estoy desubicado. Mi mirada se deslizó lentamente desde la profundidad del Bodom hasta ella, que estaba acostada en mis piernas; dormía. Mi mano estaba posada en su cabello blanco, era suave cual terciopelo, y su piel era pálida; demasiado pálida... como el cielo en la madrugada, antes de salir el sol, cuando las estrellas están durmiendo. El ligero rubor en sus mejillas, era del mismo color que sus labios, un rosa sutil; cuando ella tenía frío salía vapor de sus labios, y parecía ser la madre del invierno... 

Mi mano bajó de su cabello, lentamente hasta su rostro, acariciándolo, como se acaricia una gardenia; y bajé hasta el cuello, ella estaba helada. Pero mi mano también estaba helada, y no le presté importancia. Apoyé las manos en la arena un poco húmeda, un poco triste, un poco corroída por la muerte que nos rodeaba en mi infinito estado de ignorancia.

Se oyó rugir el cielo, y comenzó una lluvia leve. Moví la mano lentamente para despertarla, acariciando otra vez sus mejillas, aún con la mirada perdida en la oscura arena finlandesa. No hubo respuesta; cuando miré hacia ella, mi mano estaba roja, salía sangre de su boca, sus labios se habían teñido de carmesí; junto a mis manos que, sin saberlo habían jugado con ellos confundiendo la gélida sangre con la lluvia.
Su rostro, aún en total armonía, se veía como la nieve escandinava profanada por la sangre, al igual que parte de su cabello, y su piel... la sangre bajaba rápidamente diluida con la lluvia. El cielo mismo se estaba diluyendo.

Una inexplicable sensación embargaba mi pecho. Me sentía como ebriagado por una extraña mezcla entre estupefacción y tristeza; quise escuchar un réquiem, quise ver que el cielo se partía y el agua se congelaba como homenaje a su princesa caída. Aún así; no pasó nada. Después de todo... solo era un ángel más muriéndose; pensé con amarga ironía mientras recordaba aquél dicho 'los ángeles no matan' ... aún así nadie dijo que no pudiesen morir.

¿Qué pensaría ella si estuviese en mi lugar? Seguramente estaría celebrando el simple hecho que yo siempre hablé de la muerte como lo más maravilloso que existía, y sí, en efecto lo era, simplemente, no estaba preparado para ver la dulce muerte llegar a ella mientras dormía, aún así, seguía siendo un buen día para morir.
El frío en el lugar me congelaba, el frío de su cuerpo me congelaba, su ausencia me congelaba; la sangre en mi se congelaba también. 
Silente, miré de nuevo el paisaje; el cielo oscurecido, no estaba polaris alumbrándonos. Las nubes, oscuras, como mis ojos; como mi alma, como el lago Bodom que volvía a presenciar la muerte. Detrás de nosotros, no había búhos, ni cuervos, ni murciélagos, la oscuridad me hacía creer que ni siquiera habían árboles. Sí los había. Simplemente, todo seguía igual y yo me negaba a creerlo porque mi mundo se había derrumbado.

Las botellas de vodka de cereza cerca a nosotros parecían como llenas con su sangre, al igual que el ambiente, desearía que mis manos fueran lo suficientemente hábiles para describir cómo se siente el Bodom cuando está rodeado de muerte.

Tal vez pasó media hora o más hasta que pude reaccionar, muy entrado en la noche y congelándome aún más, decidí simplemente decir adiós. Ella siempre había querido una muerte con sangre y licor, al estilo realista pero poco probable de Opio en las Nubes, y yo siempre había querido conocer la muerte encontrándome en Finlandia. Las dos cosas habían pasado al tiempo. Pero la muerte había pasado de mi, y había dado su beso corrosivo a los labios equivocados.

Deseé con envidia morir también, mis ojos, con lágrimas de tristeza y desesperación, la miraron con un poco de odio. Mis manos, gélidas como estaban, sentían aún el calor de la vida negándose a salir del cuerpo de ella aunque fuera una mera ilusión, y sus labios ya estuviesen morados... y aún, teñidos de sangre.
La besé por última vez, queriendo sentir la muerte entrar a mi, pero no pasó. 

Me levanté lentamente de la arena con las piernas entumidas, y muy despacio, la cargué en mis brazos, parecía un bebé... uno que había nacido muerto. Aún podía sentirla reír en mi mente; y sin embargo no podía recordar sus últimas palabras...
Caminé sin ánimo de nada hasta el lago, adentrándome con ella en él, él sería su tumba. Ese era su deseo, uno de tantos que sabía que no iba a cumplir. Qué irónico que el más descabellado fuese el que estuviese concediendo ahora mismo.

Con los ojos entorpecidos por el agua, la deposité en la profundidad maldita, y anteriormente profanada del Bodom, y pensé: Adiós amor. Salí del agua, y me encaminé a algún lugar donde las estrellas no pronunciaran su nombre una y otra vez en mi cabeza...


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N/a: Dedicado a Naoko. ♥ la amo :3

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