lunes, 14 de marzo de 2011

Enclaustrados

Abrí la puerta con una extraña mezcla de alegría, una muy leve satisfacción, y, un poco del vacío propio del conformismo.
Mi mano seguía sosteniendo la perilla girada aunque esta ya había abierto, y mis músculos estaban tensos; estaba haciendo presión sin razón alguna, y mi mano izquierda estaba suavemente ligada a la de ella, nuestras manos estaban entrelazadas.
Terminé de abrir la puerta muy despacio. Sin ningún afán, titubeaba. Ella estaba emocionada, presionaba mi mano como yo presionaba la perilla. Creo que le hacía presión a la perilla para no hacerle daño a ella, su mano era frágil, y muy delicada, además, bastante suave al tacto.

Una vez la puerta se encontró abierta, los dos nos paramos en la línea de entrada, dudábamos. Permanecimos unos minutos ahí, en silencio. Mi mano se aventuró lentamente, temblando, y prendí la luz.

Nos observamos levemente, no queríamos ver lo que estaba frente a nosotros. Ella dio un paso adelante, y tomándome de la mano, me hizo entrar.
Recorrí el lugar con la vista, las paredes eran blancas, habían algunas ventanas, con cortinas negras, estaban entre abiertas. Había una mesa en la mitad del lugar, tenía dos sillas, la mesa era de vidrio templado roto, siempre quise una decoración así. Las sillas, eran de madera, eran sencillas, y en la mitad había un florero en donde más adelante depositaríamos rosas blancas que teñiríamos de negro con la amargura de nuestros días.
Las cortinas, creo, estarían cerradas ocultándonos del sol la mayoría del tiempo. A mi me gustaba la oscuridad y a ella le aterraba un poco. Sin embargo, me sentía más que dispuesto a, en mi egoísmo, abrazarla el tiempo que fuera necesario para que no tuviese miedo. Aunque en todo caso, sabía que cuando yo no estuviese, el inmaculado negro desaparecería y ella abriría las cortinas, y dejaría que el sol violase nuestra paz. Mi paz...

Había una triste bombilla en la mitad del techo blanco, y las paredes tenían varias puertas, la habitación, el baño, al cocina, y el estudio. Las puertas también eran de madera, como las sillas y el suelo.
Era un lugar, más bien triste, más bien solo, más bien, depresivo. Era una mala combinación para nuestro carácter, y una gran inyección de inspiración para mi poesía rota, y para las expresiones incansables de sus labios.
Había un sofá negro en el que, supongo, soportaríamos la carga de los días, los cuales, en todo caso, a parte de su nombre no diferirían en nada al anterior.

El lugar, el pequeño y triste lugar, nos escucharía reír, a veces... y soportaría nuestros gritos reprimidos y nuestros golpes a las paredes. Soportaría la carga de la tristeza compartida y del desinterés exponencial. El lugar, se deterioraría al igual que nosotros, y cada vez sería más gris, al igual que nosotros, y sus paredes se llenarían de manchas, y de suciedad, al igual que nuestras almas, y nuestros besos, y nuestros ojos.
El ambiente se llenaría del olor de las botellas de vino abiertas, de los abrazos rotos, del vendaje invisible para los corazones partidos, de las promesas sin cumplir, y de las palabras de más en los momentos de ira.

Fueron simples segundos de un simple análisis pesimista, pero sabía que todo iba a volverse verdad paulatinamente, si no moríamos primero. Ella seguía sosteniendo mi mano, con entusiasmo, volteó mi rostro con su mano libre y me dio un beso rápido, y preguntó ¿bien, qué piensas? Quise decirle todo lo que creía, quise decirle que estábamos destinados a ir desapareciendo muy lentamente en ese lugar. Ir dejando que nuestra esencia y juventud se escapara por las rendijas de las puertas, que nuestros sueños nos dejarían y volarían por las ventanas abiertas cuando ella abriera las cortinas, que nuestros besos se llenarían de polvo y que la pasión se marchitaría como las rosas blancas tiñéndose de negras por la nicotina en el florero que estaba en la mesa, pero simplemente me limité a sonreír, y devolverle el beso, y decirle que era un lindo lugar... un lindo lugar donde enclaustrados llevaríamos la monotonía a cuestas mientras nuestro amor moría de la mano con nosotros hasta simplemente desvanecernos en el imperecedero tedio de los segundos cargados de la ácida realidad que nos esperaba en el futuro, armada con una escopeta para dispararle en la frente a todas nuestras ilusiones.

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N/a: Dedicado a mi amada, Ale Leopard ♥
últimamente solo me dan ganas de escribir para que ella sonría mientras me lee.

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