domingo, 30 de enero de 2011

Luna tardía

¿Dónde estás Luna Tardía? Sal... que no puedo vivir pues el sol me quema.
¿Dónde estás, Luna Tardía? Sal... que no puedo matar si no me cobija tu bruma.
¿Por qué te escondes, Luna Tardía? Aparece... que no puedo soportar un minuto más sin la silenciosa sinfonía de ecos infinitos que se suceden des-variantes bajo tu estela...
¿Por qué no estás aquí, Luna Tardía? ¿Que no te das cuenta? Solo tu tristeza puede ocultar la mía...
Aparece, Luna Tardía. Solo cuando tú estás puedo pasar desapercibido por los fantasmas que me persiguen. Solo cuando tu estás, mi pasado está autenticamente muerto.

Ven a mi, Luna Tardía... solo el frío de tu presencia extingue las llamas que me queman. Solo tu luz tenue hace que deje de estar ciego, solo tu briza suave borra de mi el dolor, solo tu susurro hace que deje de estar solo, solo la lluvia taciturna que viene de ti y cae en mis labios hace que recobre las energías, solo ella me hace hablar.

Aparece, Luna Tardía, pues solo cuando tú estás, no soy más un cadáver, y renazco una vez más, y puedo caminar cobijado en tu soledad... como lo hice una vez, cuando aún no había muerto.

domingo, 23 de enero de 2011

Agonía

El cielo oscureció. Estruendos sonaron, llegó el final.

Siempre estuve ansioso con este momento, feliz; ahora que ha llegado tengo miedo, sin embargo.
Aún así no hago nada al respecto. ¿Qué puedo hacer? Esperar ¿Qué estoy esperando? El final... ¿No es este el final? Bueno; eso está por verse. Por ahora, esperar.

El cielo oscureció encima de mi, se acercaba una tormenta, o la noche. En el suelo no podía diferenciar las características de los dos entornos. Había viento, y frío, y tristeza. Siempre quise una muerte triste. ¿Era triste para ti? Era difícil saberlo... para mi, no lo era en todo caso, y tú... tú estabas silente y petrificada.

Tal vez, la agonía me hizo perder la noción del tiempo, pues parecían largas horas en las que ni una palabra salió de tu boca. Yo no podía hablar; mi cuello estaba cortado. Las gotas caían de él; qué desperdicio... al menos el suelo se nutriría con toda la oscuridad de mi alma reflejada en mi sangre.

Agonizaba, ya no me quedaba mucho tiempo. Ya no sentía miedo, ya no me preocupaba por nada, tenía los ojos cerrados... no sabía si seguías ahí o si solamente era un vagabundo más abandonado a su suerte; o un lobo moribundo abandonado por su manada; o aquella estrella fugaz que nunca nadie ve pasar.

Un último suspiro agónico y justo ahí, sentí tus manos... frías como el hielo, suaves como la seda; acariciaron mi cabello, jugaron con mis labios, y después pasaron sobre mi herida.
Volví a preocuparme: me preocupaba porque el cielo me había traicionado... mi desespero creció otra vez pues un día dije que te cuidaría por siempre pero ahora me iba más allá del plano existencial.
Me preocupaba, por todas las promesas tontas que nunca pude cumplir, y la única que hice, fue rota en ese momento: 'No te mueras antes que yo'

Casi ciego y a segundos de morir; miré hacia ti una vez más. Tu cabello rojo contrastó con el cielo oscurecido, y el gris en tus ojos parecía el manantial de la vida del cual, solo por esta vez hubiera deseado beber, para verte sonreír una vez más.
Mientras mis ojos se cerraban una lágrima cayó de los tuyos en mis labios, y sentí por última vez la cálida caricia de tu alma tocando la mía, que abandonaba mi cuerpo; después comenzó a llover... y no fui más que un cadáver junto a ti.

... Antes que mi cuerpo perdiera totalmente su calidez, mientras mi sangre se enfriaba rápidamente, ella acercó sus labios a mi cuello y bebió de él, después de un último suspiro fatal, abandonó aquél jardín en el que mientras escribía adormecido, la muerte exigió mi cuello con su guadaña en las manos.

domingo, 16 de enero de 2011

Lluvia desvariante

Comencé a subir el puente y vi el cielo nublado, la gente apresurada, sentí el frío en el aire. Con cada paso que daba, el frío crecía, y la gente comenzaba a apresurarse, corrían desesperados y se empujaban los unos a los otros. Bajaban las escaleras como si la tierra fuese a acabar.
El primer estruendo los hizo gritar, taparse los oídos. Yo miraba al cielo maravillado.

Unos minutos después, comenzó el canto celestial, primero una, y después una sucesión infinita de gotas heladas. Eran guiadas por el viento y nos golpeaban a todos en la cara, y la gente parecía soportar un gran sufrimiento, yo sentía el éxtasis de sus gélidas caricias.
Caminaba como tratando de preservar el momento, lentamente bajé el puente, y di una ultima mirada al cielo, y cuando alcé mi vista vi el fúlgido poder del rayo, salía entre las nubes, poderoso e imponente, y hacía retumbar todo en la atmósfera. Después de él se agitaron los vientos.

Las gotas de lluvia caían cada vez más rápido, sin parar, con prisa, el paisaje era hermoso. Una tras otra, caían en lugares distintos y se unían en el suelo, eran arquitectas inconscientes, creaban un espejo en el asfalto, cada pequeña gota reflejaba el cielo, y el cielo tenía nubes grises brillantes, y entre la bastedad de ellas habían formas que se diluían, la lejana luz del sol se perdía en la maraña, el frío aumentaba y mis ansias también.

La sinfonía era hermosa, pues no solo eran las gotas, ni los rayos, tampoco el viento huracanado, también los gritos de la gente acompañaban como violonchelos, y sus fuertes y descuidados pasos marcaban la percusión en el suelo como tambores de guerra. Los pitos de los carros eran los cordófonos y sus llantas rechinando en el suelo los metales.

Paso a paso me movía sin ganas a mi destino, con mis oídos maravillados por la orquesta, y mi piel estremecida y excitada por el masaje de la lluvia y el viento, y las pequeñas gotas caían en mis labios cálidos y una vez más me estremecía por el choque térmico.
Un estruendo más, comenzó a caer granizo.
Las pequeñas rocas de hielo descendiendo como meteoros aportaban un toque caótico, y yo estaba a punto de enloquecer, era demasiada belleza. Suspiré. Mire otra vez al cielo.
Se acercaba la noche, y el paisaje caótico como diseñado por un lunático era acompañado por la magia de un atardecer.
El fuego en el cielo con tonalidades ardientes de amarillos y naranjas le daba un toque fantástico a los grises que eran soberanos en el firmamento, por un momento olvidé las gotas y me concentré en los colores, el violeta muy arriba en unas nubes que se disipaban se mezclaba con un débil y delicado azul celeste allá en las alturas septentrionales que se escondían tímidas entre la escala de grises.

Suspiré, de mi boca salió vapor lentamente tocando mis labios y ligado a la humedad de mi lengua se desvaneció al contacto del helado viento que pasaba frente a mi cuando el granizo se derretía al contacto de mi rostro y las gotas que me golpeaban danzantes descendían por mi cuello.
Mis húmedas manos se posaban al lado de mis piernas como mecidas al compás de los columpios en los que jugaban los niños en las tardes de sol.
Di vuelta a la esquina, la lluvia tocaba el asfalto en las calles y borraba la rayuela, y el granizo movía las pequeñas piedras que estaban en derredor, cada vez más frío pero cada vez más leve, el paisaje que se encontraba previo al anochecer me hipnotizaba.

Mis ojos como por reflejo miraron al suelo que, al resguardo de mi silueta, tenía un espejo de lluvia calmado, no era perturbado por el hielo, solo ocasionalmente por las gotas que danzaban en mi cabello y caían en él, y vi el café de mis ojos reflejarse en la lluvia, y dentro del reflejo vi mi silueta, y una vez más, una gota resbaló desde mi frente, tocando mis labios y mi tórrida respiración, la gota cayó hasta mi reflejo y todo fue diluido como la espuma del mar en las blancas playas griegas.

El cielo oscureció, había acabado el crepúsculo, llegaba el anochecer. Y la tristeza fue mayor que nunca, era como el paraíso de los condenados. Todo al rededor era melancólico, y la dulce tonada dejó de ser infantil y juguetona, se transformó en el tenue llanto de una mujer que silente llora frente al espejo del tocador en una noche más de infinita soledad.

La efímera fantasía del embrujo gélido en el cielo, concluyó con una ultima gota congelada que al contacto conmigo, me petrificó como una escultura de cristal en la mitad del paisaje apocalíptico y celestial; como un abandonado castillo en las primeras horas de la madrugada, como una ciudad fantasma en los ojos de un niño.

Permanecí congelado, hasta que las nubes se deshicieron y la madre luna salió, junto a sus hijas, las estrellas. El reflejo de ella estaba en el pequeño charco de lágrimas celestes que me rodeaban, y cuando por fin llegó el amanecer, comenzó a llover nuevamente, y la primera roca de granizo tocó mi frente de hielo y mi estructura se derrumbó, y mis pedazos se esparcieron en todo el pavimento en donde estaba la rayuela y las piedras, y el espejo de lluvia y los suspiros de las mujeres tristes, y las ilusiones rotas de los niños, y las promesas que no se cumplieron, y las mentiras descubiertas, y los deseos reprimidos.
La calle hedía a soledad, a tristeza, a desespero, y junto al primer rayo de sol, mi recuerdo en cristal se disolvió junto a la tristeza en la lluvia desvariante en las calles enmarañadas de la ciudad.

jueves, 13 de enero de 2011

Memorias perdidas en el Palantir

Dentro de las profundidades infernales de Moria, adentro, donde nadie se había aproximado antes, muy cerca del magma fundido que rodeaba el cráneo de un Barlog que cayó hace mucho tiempo, un Palantir se ocultaba. Fue después de la destrucción del anillo cuando todo en la tierra retumbó y la piedra vidente se puso en camino.
Pasó cerca de los imponentes ríos de lava, al igual que una vez lo hizo el anillo único, descendió hasta encontrar una salida, y se encaminó hacia las afueras de la montaña.
Estuvo ahí durante incontables lunas, a la intemperie: como cobijado por un manto élfico, nadie podía verlo; ninguna criatura miraba lo suficientemente profundo... Una vez más, cosas que no debieron olvidarse pasaron a ser recuerdo. 6 de los palantiri estaban desaparecidos; en la paz de los nuevos días ya no eran de utilidad.

Inviernos después, fue cuando Frodo, hijo de Samsagaz Gamyi, el primer barón y segundo hijo, en sus viajes, encontró un objeto brillante a la orilla del Anduin, a apenas dos días de la entrada de Fangorn.
Preocupado por ojos curiosos en el cielo, y por nubes aproximándose, guardó la pesada piedra opaca pero con una luz intensa en el centro, y siguió su viaje. Fue hasta un mes después, cuando, descansando en Esgaroth decidió abrir la maleta.

'Cosas que fueron, cosas que son... y cosas que serán' dijo alguna vez la dama Galadriel cuando le mostró a Frodo, hijo de Drogo y Prímula, la imagen en el manantial, en los días oscuros de la comunidad del anillo.

Cuando miró en él, una luz como un sol adentro de un huracán inundó sus ojos. Quedó absorto ante la maravillosa y caótica visión. Después la oscuridad lo absorbió, y dentro de la bruma, fue transportado a una imagen que pronto tomó forma.

Fue en la tercera edad media, la visión de una gran sombra llevando una manta negra, desgarrada y corroída se posesionó de sus ojos. Vio dentro de la sombra, unos ojos rojos como estrellas ensangrentadas, como quien mirase a la muerte en todo su esplendor. No se veía más. Tan negro como las nubes de Mordor era aquél espectro, caminaba lentamente y todo a su paso se llenaba de tristeza. Su fuerte respiración asustaba a las aves que, en terror, huían a su paso. Su pesada armadura marcaba huellas en la tierra, no crecería nada en cada lugar que él había pisado.
Llevaba en su mano una espada larga y muy afilada. El aire sonaba a su paso como si lo cortase, y una pesada atmósfera se sentía en derredor.
Cuando la pálida luna asomó su gracia, cerca de los ojos se pudo ver un yelmo. Tenía la forma de los ojos, y una vez más, ni rastro de su cara. Afiladas púas salían de él, y un gran cuerno lo decoraba, terrible y poderoso.

Tierras cuyo nombre se había perdido mucho tiempo atrás eran las que él caminaba. Llegó a una ciudad abandonada, y entró sin la menor preocupación. Subió hasta lo más alto en el castillo, y llegó por fin al lugar que buscaba.
Fue en un gran salón lleno de libros, donde Alatar moraba, su gran capa azul contrastaba con la oscuridad del lugar. Junto al octavo Palantir se encontraba y las imagenes de Mordor se reflejaban en él.
Descuidado y desprotegido, Alatar no esperaba la llegada del rey brujo Angmar.

Rápido como una sombra se aproximó a el, y con su larga espada, atacó su báculo, dejándolo desprotegido. El gran poder de Sauron se acumulaba en su espada, y el hálito negro acompañado por un cántico en la lengua negra, le daban un poder inimaginable. El Istari no pudo hacer nada, la oscuridad lo consumía...
Un gran grito tan agudo como dos espadas chocando se escuchó saliendo del espectro. El Istari se retorcía de dolor. Era grande su poder pero en la oscuridad no era rival para el líder de los Nazgûl; que potenciado por el recuerdo del anillo, le brindaría un final próximo...

Como una estela de luz en la oscuridad, y una vez más cortando el viento, su larga espada quebrantó el trémulo aire profanado por el hálito, y se encaminó hacia el mago sin titubear...

Cortó sus vestiduras a la mitad y una armadura élfica que ocultaba tras su manto azul. Su pecho quedó desprotegido, pero la espada del Nazgûl fue quebrada por la magia de la hermosa Galadriel, que bendecía al noble mago.

Alatar suspiro pues creyó que todo había pasado... pero como una estrella fugaz seguida por un parpadeo, el rey brujo sacó una daga, con la cual perforó su corazón.
La sangre fluía de la herida mientras la hoja se volvía polvo, la magia oscura habitaba en la herida y el mago se debilitaba. La habitación con forma de hexágono se llenaba de una extraña neblina mientas las hojas de los libros se desprendían por el viento... el aleteo de un espectro alado se escuchaba en la parte de más arriba, los 8 habían llegado a secundar a su líder.

El mago se retorcía de dolor y la magia de Mordor hacía efecto en él. Con sus últimas fuerzas conscientes trató de escapar, pero era demasiado tarde... rápidamente las otras 7 espadas apuñalaron al Istari.
Aún quedaban alientos en él, la bendición de los elfos prolongaba su agonía... la sangre sagrada caía en el suelo, era profanada por el hálito de los espectros.
Lentamente y sin titubear, Khamûl salió de la tiniebla en la que estaba, en la puerta de la habitación, y desenfundando un hacha con runas en la lengua negra, decapitó al mago moribundo.

El lugar dejó de ser sagrado, la gran biblioteca estaba llena de sangre, las alas de los espectros destruían el lugar... los chillidos de victoria lo volvían terrorífico. Una vez terminada la labor, y habiendo cogido el Palantir, salieron del lugar abandonado.

Los otros 4 Istari sintieron profundo en su corazón como Alagar había muerto, acompañando en la bruma a Pallando, quien había muerto la luna anterior.
Así pues, los magos azules fracasaron en el Este.

La visión se hizo clara otra vez y Frodo salió de su trance. Ya había amanecido. Con lagrimas y perturbado, y con las manos en su cabeza, quedó impactado para siempre por lo que había visto en esa habitación.
Profundo y enterrado en la historia de la tercera edad, observó en secreto, las memorias perdidas en el Palantir.

sábado, 8 de enero de 2011

Sacrificio profano

... Una vez sonó la décimo-primera campanada, salí de la bruma y desplegué mis negras alas. Me lancé desde los abismos del fin del mundo mientras los vientos huracanados chocaban contra mi rostro. Mis largos cuernos hacían resistencia a él y creaban un sonido particularmente aterrador para todas las aves que se encontraban cerca, aunque los cuervos chillaban a mi paso, sus ojos amarillos como el cielo del atardecer ardían como fuego. Al igual que los míos, las llamas del abismo habitaban en ellos.
Mi tarea no era fácil pero sabía en donde buscar. En los restos de la catedral encontraría el ángel que cayó del cielo. cuando la diosa luna se cruzase con el sol, y el día y la noche se fundieran en uno solo, le quitaría la vida al ángel, y reclamaría como mío el firmamento.

Sería en Notre-Dame el lugar del sacrificio.
Llegué a tierra finalmente, al aterrizar me apoyé en mi rodilla izquierda y pie derecho. Caí firmemente y todo en la tierra retumbó. Quedó un gran roto en el asfalto enladrillado, estaba ardiendo. Veía las llamas infernales las cuales me habían bendecido al nacer, emanar de mis pies. La ceniza de la piedra fundida en lava del imponente Eyjafjallajökull, el lugar donde nací, dejaba una fina estela a mi paso. Todo lugar en donde pisaba quedaba con las huellas de mi ser. El cielo se estremeció; cayeron rayos. Mi sola presencia profanaba el lugar, y eso dibujaba una sonrisa enferma y retorcida en mi rostro, mis colmillos cortaban la carne bajo mis labios cuando sonreía de esta forma.

Sin dudar ni un solo segundo, me encaminé sin prisa. Aun quedaban diez minutos antes del momento destinado.
Entré por la puerta del juicio final, y sentí ahí mismo el triste intento de la luz por impedir mi paso, no pasó nada. La puerta quedó con la marca de mi sigil apenas la toqué.
Ascendí lentamente como quien llega a la muerte hasta llegar a la galería de los reyes. El poder de la luz sagrada se volvía cada vez más fuerte, pero no significaba nada para mi. Siempre la oscuridad ha triunfado, y esta no sería la excepción.
Invoqué la gracia del fuego negro, el que había cobijado a los balrog, antaño. Salió de mis ojos e incineré el lugar. Comenzó a llover en el cielo. Toda figura divina en él lamentaba la perdida que había sido, y que estaba a punto de ser. Nadie se animó a bajar a mi encuentro.
Al alcanzar el rosetón, desplegué mis alas una vez más. Grandes e imponentes, heredadas de los dragones negros, generaron una briza tórrida y cortante que destruyó el lugar, estaba a pasos de mi objetivo, y a solo dos minutos de la hora escrita en las profecías infernales.
En la galería de las quimeras, volé rápidamente hasta alcanzar la torre sur. La gracia del ángel cegó mis ojos por un momento, pero después recobré la vista y estuve listo para todo cuanto pudiese pasar.

Allí, acostada, con las manos cruzadas en el pecho, dormía hermosa e inmaculada. había un brillo en toda su piel que iluminaba la noche, pues la luna estaba teñida de sangre. Las nubes negras como mi alma, las estrellas ocultas por miedo. Ella era la única luz que brillaba en el lugar, y pronto se iba a extinguir.
Aterricé con suavidad sin dejar el menor rastro además de la ceniza en el suelo, me costaba caminar. Una vez la toqué, su gracia me quemó. No importa, era un dolor menor por un reinado eterno.

Ella despertó sobresaltada, pero no hizo el menor movimiento, miraba hacia mi con una compasión infinita; me enfermaba. sonrió y volvió a cerrar los ojos, tenía ojos grises como lunas, y el cabello blanco como la nieve le llegaba hasta la cintura.
Aún aquella sonrisa adornaba su rostro cuando llegó el momento decisivo. Suspiró, salió nieve de sus labios, se derritió al contacto con mis cuernos.
Sin dudarlo, las garras de hierro en mis dedos cortaron su cuello, con la delicadeza merecida; comenzó a sangrar. la sangre llegó a sus labios puros como un manantial y los manchó. Del cielo llovió sangre, y su cabello y piel se mancharon para siempre, ya no era santa, le había quitado el don de la inmortalidad; ya no había nada que la protegiese, pero seguía siendo la primogénita de Dios.
Con lagrimas de sangre en mis ojos, lleno de ansias y con mis colmillos desgarrando mi piel, apuñalé su pecho y saqué su corazón. Su sangre me quemaba aún más que su presencia, grité como un gran lobo herido. En ese momento, suspiró un último aliento de vida y después se desvaneció como polvo en el viento. Cenizas en fuego que quemaron el viento a su paso. El oxigeno entró en combustión y el cielo empezó a quemarse. Se quemaba rápida y gloriosamente.

Devoré rápidamente aquel corazón y me levanté del suelo lleno de una nueva fuerza, nada me detenía, y el cielo se quemaba. Volé a la velocidad del sonido hasta el cielo y salí del planeta, mientras todo se fundía en llamas y la luna lloraba desconsolada, el sol se extinguió para siempre junto a su guardiana, y las estrellas lloraron también. Cayó una lluvia de cometas en la galaxia, y la luna roja fue el nuevo sol. Las estrellas que se estrellaron formaron una nueva constelación gélida y con solo una mancha de sangre, de las cenizas que antes volaron en el cielo.

Mientras todo se destruía y sembraba la semilla del caos así en el infierno como en la tierra; descendí hasta el centro del planeta donde un trono esperaba mi llegada y una serpiente se enredaba en él. Mientras las almas mortales lloraban y creaban cánticos, y los espíritus poblaban el lugar.

La sangre de los muertos danzaba en el aire, y las estrellas caían del cielo. De la tierra manó el cáliz perdido, y lo llené con la sangre de la última humana viviente: el caos reinó para siempre en un nuevo infierno material y corpóreo, hasta el momento en el que, al igual que el sol, me convertí en cenizas y abandoné el plano de la existencia corporal.


jueves, 6 de enero de 2011

El lamento del vampiro.

El cielo se encontraba despejado, no había una sola nube en él, la luna ya resplandecía, siempre se aproximaba a mi, siempre sabía qué iba a pasar mucho tiempo antes que sucediera. Era una gran luna llena escarlata, tenía el color de la sangre. Sabía que esta noche alguien más iba a morir.
Como una sombra caminé sin atraer mirada alguna en las frías y solitarias calles de Londres.

Nada llamó mi atención esta vez, no había nada fuera de lo común. Mujeres tristes, borrachos... los árboles.
Deambulé alrededor de una hora por la ciudad. ¿Sería una equivocación? ¿Acaso existía otro como yo, otro ángel de la oscuridad? No... era imposible, no fui el primero, pero estaba seguro que había sido el último. El único sobreviviente, a quien el tiempo no llevó a la muerte, a quien el tiempo no le causó la desesperación suficiente para ser quemado por el sol.

Perdido en mis pensamientos, por fin vi algo que llamó mi atención. Era una mujer que caminaba sola. Por su contextura y estatura deduje que tendría quince o diecisiete años... Era apenas una niña, y aún así nada me había atraído tanto desde la noche en que drené a mi prometida, tres siglos atrás.

Tenía la piel demasiado pálida... parecía que estuviese muerta, estaba de espalda a mi, solo veía sus brazos y piernas, su fino cabello café que llegaba hasta unos centímetros más allá del cuello cubría su nuca...
Como guiado por una voz que habitaba en mi mente me dirigí a ella sin importarme si mis pasos ya no eran delicados, si todos podían verme; si prenderían llamas en mi presencia y me llevarían a la muerte en una hoguera. Solo esa imagen como onírica e irreal importaba ahora. Solo aquella musa que parecía de otra realidad.

Sin que ella lo notase posé mi mano derecha sobre sus labios para que no gritara y la llevé a lo alto de un edificio de un solo salto. No pesaba nada... parecía una pluma a mis manos gélidas e inmortales, y en cambio sus labios estaban tan cálidos que me estremecí.
La sangre dejó de importar por un momento, sus labios me hechizaron, y algo como humano, como mortal... como bohemio renació en mi y la besé por un leve instante. Nunca habían sentido mis labios una sensación igual. Era como si besara la esencia misma de la vida.
Un instante después resurgió el monstruo que siempre fui, y mis labios se separaron de los de ella, observé su fino rostro como si de la diosa de la belleza se tratase y me perdí en la inmensidad de sus ojos de nether y estrellas. Como la perla más rara del universo.

Cuando reaccioné me dirigí a la pálida piel de su cuello, mis afilados colmillos perforaron en él como si una hoja de acero ardiendo tocase levemente el hielo polar.
El liquido arcano de su vida fluía por mis labios, se sentía dulce y mágico, como nada lo había sido antes en estos seiscientos años. Seguí bebiendo sin parar, estaba loco de placer, de lujuria... su corazón latía frenético aferrándose a la vida; estaba sincronizado con el mío; aunque perdía intensidad lentamente.... pronto la iba a matar y lo sabía, me aterraba la idea, pero por otro lado el éxtasis era demasiado grande. Demasiado intenso. Ella suspiró. Apretó con sus finas manos las mías fuertemente, pero no fue algo brusco; de hecho fue pasional. Mientras las ultimas gotas de aquél elixir carmesí corrían por mis labios y me llenaban de poder, de una nueva vida, me llenaban de su esencia, ella se soltó de mi con una fuerza inexplicable, casi tan pálida como la nieve se encontraba ahora... con sus labios llenos de sangre y el brillo de sus ojos desvaneciéndose, mientras los míos se iluminaban por las llamas del infierno, acercó sus labios a los míos y me dio un último beso sangriento. Después cayó muerta.

Estuve de pie frente a su cadáver por tiempo indefinido, corrió lluvia y limpió su herida. Eran las gotas más frías que había sentido... Como si el cielo llorase por su ángel caído, y le reclamase al infierno mi alma. Como el más grande hereje, como la blasfemia más grande...
Yo estupefacto solo miré a sus ojos extintos, a sus labios morados por el frío y con la sangre que aún no se desmanchaba.
Sentí que pronto saldría el sol pero no le di importancia, seguí contemplándola de todas formas. Entonces, el primer rayo de sol quemó mi rostro, y después el resto de mi cuerpo; ahí permanecí por toda la eternidad. Muerto junto a ella, mientras el cielo tocaba el requiem efímero del lamento del vampiro.

miércoles, 5 de enero de 2011

Onírica.

Cuando al fin cerré los ojos todo se llenó de oscuridad como es costumbre, pero ahí mismo algo comenzó a distraerme. No podía dormir. La supuesta oscuridad ya no existía en su absoluto, era solo el fondo de una imagen que se iba formando.
¿No se suponía que debía haber oscuridad? No entendía nada... ¿Qué eran esas siluetas de colores que danzaban; cuál era su significado?, no hubo respuesta. Simplemente un vórtice de entropía destrozando a su antojo lo que se suponía era la calma de mi mente.
No puedo precisar cuanto tiempo pasé así. Cuando por fin me acostumbré a lo que yo insistía era una molesta danza de colores debido al estrés, aunque secretamente me fascinaba, volvió a cambiar. Esta vez me condujo a la nieve, no alcancé a acostumbrarme al paisaje del invierno finlandés cuando de nuevo pasaron cosas por mi mente que no pude entender. Simplemente eran demasiado rápidas, demasiado confusas, demasiado hermosas. Y después la calma...
En dicha calma surgió una melodía en mi cabeza, era el desenlace de la balada 1 de Chopin, tal vez una de las melodías más hermosas que hubiese escuchado, la que siempre me llenaba de paz, la que pasaba por mi mente mientras escribía... Y después otra vez la oscuridad.

Habiendo estado suficiente tiempo en la oscuridad, y sin darme cuenta, después de haber comenzado a rogar en el silencio de la noche que regresaran esas imagenes, comenzaron a sonar los últimos compases de la balada, indicaban la armonía en el caos, como ver la luz del cielo en la mitad de una tormenta; y entonces, cuando el silencio volvió, comenzó desvanecerse el velo negro una vez más.
Vino a mi mente un rostro, y una vez más, no entendí. Pero no hubo tiempo para preguntas retóricas, todo mi ser se dedicó a contemplar.
Su rostro era pálido, inmaculado, su delicada piel me recordaba la nieve cuando descendía muy lentamente desde el cielo septentrional. Sus labios, eran los labios de un ángel, tersos como el cielo azul, bautizados con el misterio de la luna, puros como la primera gota de agua del universo... Arcanos como un agujero negro.
No sé cuanto tiempo pasé contemplando aquellos detalles, después, pensé tener frente a mi el universo. Pero en realidad había llegado a sus ojos. Tan profundos como el océano, tan densos como la infinidad misma, eran claros como el brillo de una galaxia lejana, de un color indescifrable, divagué sin saberlo por horas tratando de entender si eran grises como las nubes en el cielo cuando está comenzando a llover... ¿a caso eran azules como cuando se observa la tierra desde el espacio? tal vez sus ojos estaban tallados en jade... con un diamante negro adornándolos en la mitad, como si una hermosa y caótica galaxia fuese magistralmente adornada por un sol eclipsado que resplandece sin igual a pesar de su profunda oscuridad.
No tenía caso seguir; moriría antes de descubrirlo. En todo caso toda la belleza que alguna vez hubiese podido llegar a existir en esta o cualquier otra realidad se encontraba en ellos, tal vez, porque eran tan hermosos que no tenía sentido pensar en algún otro tipo de belleza, tal vez porque si existiese un Dios, su única obra posible hubiesen sido aquellos ojos; tal vez porque sus ojos mismos eran el infinito y nosotros habitábamos en ellos sin saberlo.
Y después de aquellos ojos... un cabello del color del roble; el árbol sagrado del cual viene la vida. Tan fino como el oro y delicado como si fuesen finos hilos de mithril colocados uno tras otro delicada y cuidadosamente, como creando una obra de arte en hielo.
Etérea era su imagen y se comenzaba a diluir muy lentamente en mi, mientras la oscuridad volvía y lo más hermoso que hubiese contemplado alguna vez se sumergía muy despacio en el mar de mis recuerdos...
Sin embargo, nunca estuvo demasiado sumergida en él, pues siempre siguió respirando en mis sueños... Aquella visión onírica nunca desapareció por completo. Incluso cuando los inviernos pasaron y se marchitaron mis pensamientos, aquella musa etérea estuvo presente en mi, hasta el día que caí muerto.