Dedicado a Naoko, pues le duele la cabeza... ♥
Él se sentó a su lado y la contempló mientras estaba acostada. Tenía la mano extendida, y sujetaba la mano de ella, eran las nueve de la noche. Ella, estaba en la cama, ya preparándose para dormir, solo faltaba el somnífero, lo había olvidado y se dispuso a pararse pero...
-No te molestes, yo iré por él -Dijo su compañero, con una voz sutil y atenta.
-No te molestes...
-No es ninguna molestia. Espérame aquí. ¿Te traigo agua?
-Si eres tan amable, muchas gracias.
-No tienes que ser tan formal; comienza a contar ovejas, no tardaré. -Concluyó él.
Acto seguido, salió de la habitación sin hacer ninguna clase de ruido, sin mirar atrás, con un paso constante, y la espalda erguida; con la mirada al frente, y el orgullo en alto.
Entró a la cocina, sin prender las luces, conocía el lugar de memoria pues había vivido con ella más de seis años, y cuando él se fue, ella no pudo volver a dormir, no sin medicamentos.
Incluso cuando él iba a visitarla y pasaba las noches, y semanas con ella, las pastillas nunca podían faltar. Ella no dormía para poder pensar más en la falta que él le hacía, y cuando estuvo de vuelta, comenzó a pensar en la falta que le hizo y en los errores inexistentes que hicieron que se alejara.
Sacó el vaso de cristal de una puerta de madera guiándose únicamente por sus recuerdos, todo estaba oscuro. Lo sostuvo y abrió la llave a su mínima potencia, para no generar ningún ruido que pudiese perturbarla a ella. Llenó el vaso lentamente con la mirada fija en el grifo de metal, con mucha paciencia, y con una sonrisa apenas dibujada y muy borrosa en su rostro, una vez terminó de llenarlo pasó los dedos por la llave, apenas la rozó, y el agua dejó de caer. Con la mano libre se acarició el cabello y lo retiró de su rostro acomodándolo detrás de sus oídos, aunque volvería a la posición original después de unos minutos.
Él, le decía a ella que la amaba, que la seguía amando, y todos le creían, ella también le creía a pesar de todo el pasado oscuro que (literalmente) no la dejaba dormir en las noches. Y él también creía desde lo más profundo de su corazón gangrenado y rodeado por hiedra venenosa que la amaba, que la amaba a su manera.
Se detuvo en el comedor, y sacó un frasco de plástico de su maleta, que estaba en la silla que daba contra la puerta, la misma silla en la que siempre había estado. La cerró sin hacer ruido, y la metió en el bolsillo de su pantalón, fijándose que no hiciera ruido con las llaves.
-¿En qué lugar tienes las píldoras? -Preguntó.
-En el baño, al lado del grifo, es el único frasco que hay, es de color naranja traslucido. -Respondió ella somnolienta.
Él se apresuró a entrar, abriendo la puerta con sutileza como un gato caminando en los tejados, y destapó el tarro con cuidado, y sacó el de su bolsillo, depositó varias píldoras en aquél que se encontraba en el baño, y dejó una para ella, y volvió a guardar el frasco, con el mismo cuidado que la vez anterior.
Lo volvió a cerrar, con cuidado, cogió la píldora y entró de nuevo a la habitación, ella lo esperaba con los ojos entre-cerrados, y con una enorme sonrisa en sus labios, era sincera, pero ocultaba una enorme tristeza, la que siempre había estado ahí desde que él se fue, la que creció cuando él volvió, hasta dejarla a un paso de la muerte, pero con un perfecto estado de salud. Ella lo sentía así, pero quería aferrarse a la vida porque él estaba con ella una vez más. Por eso trataba de no llorar, y despertaba con la almohada mojada y sus labios con sabor a sal.
Él se volvió a sentar, dejó el vaso en la mesita de noche, sin pronunciar palabra, acarició su rostro, y su cabello, con mucho cuidado de no lastimarla, y besó cada uno de sus ojos, para que pudiera dormir, ella sonrió; él le cerró los ojos y le dijo que se concentrara en dormir, y le dio la píldora, ella, con la píldora en la boca comenzó a reír y...
-¡Déjame abrir los ojos, no puedo tomarme al agua acostada! -Dijo entre risas, y mordiendo un poco la píldora para no botarla.
-Tus deseos son mis ordenes.
Y la ayudó a parar, dándole el vaso y ayudándola a tomarlo hasta la última gota, pues ella decía que la píldora tenía un sabor horrible que nunca antes había sentido, y después quitándole el vaso de las manos, y poniéndolo en su lugar de nuevo.
-Es que eres demasiado mimada, en realidad. -Agregó él mientras ella hacía un puchero y volvía a su posición para dormir.
...Y puso sus labios en su sien, dijo que permanecería así hasta que se durmiera, y acarició su rostro lentamente.
-Te quiero... -Dijo ella con la voz entre cortada.
-Preocúpate por dormir y dime que me quieres de nuevo al despertar, pues no me iré de aquí.
-Pero... tú...¿Me quieres?
-Tú ya sabes la respuesta.
-...
-Pero sí, te quiero.
Ella sonrió, le gustaba oírlo siempre antes de dormir. Él sonrió también, pero su sonrisa dibujada con un lapiz demasiado fino, no duró demasiado y su rostro volvió a ser tan neutro como siempre.
Acariciando su rostro, ella finalmente se fue al reino de los sueños, mientras su alma escapaba al reino de los muertos y el oxígeno dejaba de fluir, y su piel perdía temperatura muy rápidamente. El somnífero mortal había hecho efecto, y él, sin hacer ruido, para no despertarla de su sueño mortífero, se fue muy despacio, con una nueva sonrisa dibujada con carbón.
Él decía que la amaba, y en verdad se sentía así. Sin embargo, se engañaba a sí mismo y a todos los demás como todos los mentirosos nos vemos forzados a hacer.
Él había vuelto, pues cuando se fue sólo se había llevado sus sueños y esperanzas con él, pero, él quería más, quería su vida como ella se lo había jurado frente al altar. Él había regresado para llevarse con él todo lo que le pertenecía, y ahora dejaba el lugar una vez más, desolado, mientras el cadáver que dormía plácido derramaba una última lágrima entre sueños... pero ella no iba a despertar esta vez con el gusto a sal en sus labios.
Él durmió mejor que nunca, y nunca en toda su vida volvió a dormir también, por fin, después de diez años, había matado a esa persona que odiaba desde la primera vez que besó.
jueves, 24 de marzo de 2011
Fact
N/a: Non an actual poem or something.
En el periodo de menos de tres meses que ha transcurrido he, casi, alcanzado la cantidad de escritos del total del año pasado. Tal vez porque comencé en Mayo, o porque, en todo caso, ahora tengo más mierda que escribir.
En todo caso antes me detenía menos a pensar en qué escribir y las letras fluían, y todo se basaba en el mismo tema. Para no entrar en clichés decidí variar un poco. Por lo menos a mí, no me ha dado el resultado que esperaba pues sigo pensando que cada escrito es una cochinada igual o mayor a la anterior.
Pero como no voy a perder el tiempo de escritura cuestionándome qué tan mal lo hice esta vez o cuan parecido es al anterior, prefiero dejarlo aquí plasmado y, compartir bien sea, con mi persona, o con algún lector ocasional que por error entró a este lugar de nadie, aquello que pasa por mi mente siempre que acabo de escribir, además, claro, de una sensación de desahogo que cada vez es menor.
Sospecho, que, como dijo alguna vez Daniel Hernandez, escribir tiene un patrón de vicio. La primera vez que lo hice (en este blog) fue todo un descubrimiento, fue casi mágico, y en verdad, sentí ganas de seguir escribiendo, sin embargo esa sensación desapareció lentamente. A veces sospecho que sigo escribiendo por simple inercia, porque mis pensamientos son demasiados y tengo que plasmarlos en algún lugar para que me causen repudio y así, nunca más vuelvan a estar presente. Otras veces pienso que, simplemente escribo, para esas tres o cuatro personas, que (creo) me leen constantemente.
Como sea.
En el periodo de menos de tres meses que ha transcurrido he, casi, alcanzado la cantidad de escritos del total del año pasado. Tal vez porque comencé en Mayo, o porque, en todo caso, ahora tengo más mierda que escribir.
En todo caso antes me detenía menos a pensar en qué escribir y las letras fluían, y todo se basaba en el mismo tema. Para no entrar en clichés decidí variar un poco. Por lo menos a mí, no me ha dado el resultado que esperaba pues sigo pensando que cada escrito es una cochinada igual o mayor a la anterior.
Pero como no voy a perder el tiempo de escritura cuestionándome qué tan mal lo hice esta vez o cuan parecido es al anterior, prefiero dejarlo aquí plasmado y, compartir bien sea, con mi persona, o con algún lector ocasional que por error entró a este lugar de nadie, aquello que pasa por mi mente siempre que acabo de escribir, además, claro, de una sensación de desahogo que cada vez es menor.
Sospecho, que, como dijo alguna vez Daniel Hernandez, escribir tiene un patrón de vicio. La primera vez que lo hice (en este blog) fue todo un descubrimiento, fue casi mágico, y en verdad, sentí ganas de seguir escribiendo, sin embargo esa sensación desapareció lentamente. A veces sospecho que sigo escribiendo por simple inercia, porque mis pensamientos son demasiados y tengo que plasmarlos en algún lugar para que me causen repudio y así, nunca más vuelvan a estar presente. Otras veces pienso que, simplemente escribo, para esas tres o cuatro personas, que (creo) me leen constantemente.
Como sea.
miércoles, 23 de marzo de 2011
Confesión
Estábamos sentados en el suelo de madera, eran las tres de la mañana, y ella tenía frío. La chimenea estaba encendida, para quitar dicho frío. No había funcionado. Me ofrecí a abrazarla, pero se negó; me ofrecí a prestarle mi abrigo, sonrió. Dijo que prefería el abrazo.
-¿Entonces te abrazo? -Pregunté.
-Ya te dije antes. No.
Sonreí desanimado.
Pasaron los minutos, pasaban rápido pero yo los sentía, se nos había acabado el tema tiempo atrás. Bebíamos vino. Yo mucho más que ella, por cierto. Tenía la misma copa hace una hora y recién iba por la mitad. Yo ya me había acabado una botella, estaba mareado. No por el vino, en todo caso me miraba su sonrisa indiferente y su mirada iluminada por el fuego.
Nuestras miradas se cruzaban ocasionalmente, mientras hablábamos, hablábamos poco, nos mirábamos menos. Esta vez, era, extrañamente, menos incómodo que las anteriores. Me sentía feliz con ella, las conversaciones a solas, sin embargo, nunca fueron ni fluidas, ni confortables. Excepto si habían chistes de por medio, pero esta vez no era así.
-Oye. -Susurré.
-Dime.
-¿Qué pasa, si te digo que te quiero?
-Te mato. Es inadmisible que digas tal atrocidad.
-Entonces mátame, porque te quiero -Dije, sintiendo que hormigas guerreras devoraban mi garganta, y tejían un nudo con los restos.
Ella abandonó su lugar cálido al lado de la chimenea. Yo no sabía qué pasaba. Volvió con algo en sus manos, yo miraba que el cielo se estaba aclarando, por la ventana.
-Shhh, no digas palabra. -Susurró con sus labios apoyados en mi oído.
Me estremecí. Sus labios estaban helados. Lentamente puso un dedo, de forma vertical, sobre mis labios, sus manos siempre estaban frías, esta vez, no era la excepción.
Lentamente retiró la mano, y comenzó a cortar mi chaqueta, de abajo para arriba, por la línea de la columna; después la camiseta. El frío era impresionante, como si la chimenea no existiese, como si nada aparte del metal frío e indiferente de las tijeras (y sus labios) estuviese presente en ese momento.
Después de pasados varios segundos, puso su mano fría en mi espalda, cerca del pulmón, aferrándose, estaba helada, pero el frío desapareció rápido, cuando, el tibio ardor en mi espalda comenzó a fluir. Ella estaba cortándola con una daga, de abajo hacia arriba una vez más, siguiendo la figura de mis vertebras, lo hacía suave, y muy despacio. No era una herida mortal, ni mucho menos, pero salieron algunas gotas de sangre que ella esparció con su mano por mi espalda. Una vez llegó al cuello, posó el filo de la daga contra mi garganta, tragué saliva, pero no pasó nada.
-¿Qué pasa? -Pregunté, vamos, mátame.
No hubo respuesta. Ella lamió un poco de la sangre de mi espalda, y apoyándose con su mano libre, se giró hasta estar frente a mí. Sin quitar nunca la daga de mi cuello. Después, con su mano libre, levantó mi rostro y posó su frente contra la mía. No musitaba palabra, respiraba el aire ebrio y fatigado al rededor del lugar, todavía vacío.
Acarició mi rostro lentamente con su mano, sintiendo mi agitación, jugando un poco con mi barba. Volvió a poner sus dedos en mi boca, y la cerró lentamente, hizo presión para que permaneciera cerrada, y quieta. Muy despacio, quitó la daga de mi cuello, y trémula, dejó la punta contra mis labios, temblando cada vez más, cortó en una linea vertical, ambos labios. La herida era ligeramente profunda, exhalé apenas terminó, ella botó la daga al suelo, el sonido contra la madera devolvió instantáneamente todo cuanto estuvo en la habitación antes, a nuestros ojos somnolientos.
La sangre bajó de mi rostro con rapidez manchando mi piel, mientras ella quitaba su mano de mi boca y contorneaba mi rostro con sus dedos ensangrentados. Acercó, sin afán, sus labios a la herida, y los dejó quietos en el lugar donde aún salía sangre, una vez más, lamió de forma sutil, la herida, solo una vez, y después quitó su rostro y su mano de la cercanía del mío. Se puso de pie, y me tendió la mano, ayudándome a parar.
-Vámonos a dormir, -dijo ella, con la voz entre cortada, el licor ha hecho efecto, y ya casi ha salido el sol, y tú debes morir mientras la luna está ahí para presenciarlo.
Atónito, obedecí, sin pronunciar palabra me dirigí a la habitación, con la mirada perdida y la respiración agitada; viendo su imagen distorsionada desaparecer; sintiendo aún sus labios quemando mis heridas; dejando a mi paso las gotas de sangre con sabor a vino envenenado.
-¿Entonces te abrazo? -Pregunté.
-Ya te dije antes. No.
Sonreí desanimado.
Pasaron los minutos, pasaban rápido pero yo los sentía, se nos había acabado el tema tiempo atrás. Bebíamos vino. Yo mucho más que ella, por cierto. Tenía la misma copa hace una hora y recién iba por la mitad. Yo ya me había acabado una botella, estaba mareado. No por el vino, en todo caso me miraba su sonrisa indiferente y su mirada iluminada por el fuego.
Nuestras miradas se cruzaban ocasionalmente, mientras hablábamos, hablábamos poco, nos mirábamos menos. Esta vez, era, extrañamente, menos incómodo que las anteriores. Me sentía feliz con ella, las conversaciones a solas, sin embargo, nunca fueron ni fluidas, ni confortables. Excepto si habían chistes de por medio, pero esta vez no era así.
-Oye. -Susurré.
-Dime.
-¿Qué pasa, si te digo que te quiero?
-Te mato. Es inadmisible que digas tal atrocidad.
-Entonces mátame, porque te quiero -Dije, sintiendo que hormigas guerreras devoraban mi garganta, y tejían un nudo con los restos.
Ella abandonó su lugar cálido al lado de la chimenea. Yo no sabía qué pasaba. Volvió con algo en sus manos, yo miraba que el cielo se estaba aclarando, por la ventana.
-Shhh, no digas palabra. -Susurró con sus labios apoyados en mi oído.
Me estremecí. Sus labios estaban helados. Lentamente puso un dedo, de forma vertical, sobre mis labios, sus manos siempre estaban frías, esta vez, no era la excepción.
Lentamente retiró la mano, y comenzó a cortar mi chaqueta, de abajo para arriba, por la línea de la columna; después la camiseta. El frío era impresionante, como si la chimenea no existiese, como si nada aparte del metal frío e indiferente de las tijeras (y sus labios) estuviese presente en ese momento.
Después de pasados varios segundos, puso su mano fría en mi espalda, cerca del pulmón, aferrándose, estaba helada, pero el frío desapareció rápido, cuando, el tibio ardor en mi espalda comenzó a fluir. Ella estaba cortándola con una daga, de abajo hacia arriba una vez más, siguiendo la figura de mis vertebras, lo hacía suave, y muy despacio. No era una herida mortal, ni mucho menos, pero salieron algunas gotas de sangre que ella esparció con su mano por mi espalda. Una vez llegó al cuello, posó el filo de la daga contra mi garganta, tragué saliva, pero no pasó nada.
-¿Qué pasa? -Pregunté, vamos, mátame.
No hubo respuesta. Ella lamió un poco de la sangre de mi espalda, y apoyándose con su mano libre, se giró hasta estar frente a mí. Sin quitar nunca la daga de mi cuello. Después, con su mano libre, levantó mi rostro y posó su frente contra la mía. No musitaba palabra, respiraba el aire ebrio y fatigado al rededor del lugar, todavía vacío.
Acarició mi rostro lentamente con su mano, sintiendo mi agitación, jugando un poco con mi barba. Volvió a poner sus dedos en mi boca, y la cerró lentamente, hizo presión para que permaneciera cerrada, y quieta. Muy despacio, quitó la daga de mi cuello, y trémula, dejó la punta contra mis labios, temblando cada vez más, cortó en una linea vertical, ambos labios. La herida era ligeramente profunda, exhalé apenas terminó, ella botó la daga al suelo, el sonido contra la madera devolvió instantáneamente todo cuanto estuvo en la habitación antes, a nuestros ojos somnolientos.
La sangre bajó de mi rostro con rapidez manchando mi piel, mientras ella quitaba su mano de mi boca y contorneaba mi rostro con sus dedos ensangrentados. Acercó, sin afán, sus labios a la herida, y los dejó quietos en el lugar donde aún salía sangre, una vez más, lamió de forma sutil, la herida, solo una vez, y después quitó su rostro y su mano de la cercanía del mío. Se puso de pie, y me tendió la mano, ayudándome a parar.
-Vámonos a dormir, -dijo ella, con la voz entre cortada, el licor ha hecho efecto, y ya casi ha salido el sol, y tú debes morir mientras la luna está ahí para presenciarlo.
Atónito, obedecí, sin pronunciar palabra me dirigí a la habitación, con la mirada perdida y la respiración agitada; viendo su imagen distorsionada desaparecer; sintiendo aún sus labios quemando mis heridas; dejando a mi paso las gotas de sangre con sabor a vino envenenado.
lunes, 21 de marzo de 2011
Pensamiento reflejo
...Entonces parpadeé y después de un simple suspiro la vida se convirtió en disfrutar del frío a tu lado en las madrugadas, cayéndome de sueño pero quedándome despierto para verte sonreír, y oír las palabras somnolientas que musitabas inconsciente en la noche congelada, y dormirme sin notarlo; soñar que juego con tu cabello y acaricio tu rostro, y ver al despertar, que eras la noche de celestes solitarios.
domingo, 20 de marzo de 2011
Veneno.
N/a: Inspirado y dedicado a la señorita Ale Leopard. ♥
Solía mirarla a distancia, a veces era un movimiento mecánico, como de inercia. Cuando me daba cuenta, estaba mirándola sin razón, muchas veces no podía recordar cuando mis ojos pasaban de estar fijos en la nada, a estar fijos en ella, que estaba rodeada por el enigma; mirarla a ella era como mirar al cielo cuando se encuentra despejado en las noches, y buscar estrellas invisibles, y perderse en la inmensidad.
La miraba, buscaba algo que estaba ahí pero era invisible, o al menos; oculto para mis ojos, y sin embargo podía sentirlo, era casi táctil.
Ella solía caminar a paso lento, de forma grácil, despreocupada. Dejaba impregnado con su esencia cada lugar por el cual pasaba. Cuando acariciaba una flor, esta moría tiempo después por la gran depresión que le producía el estar lejos de ella; pues cautivaba cada ser viviente con el que tenía contacto.
Los girasoles ignoraban el astro de fuego en el cielo, cuando ella estaba cerca, para, en cambio, absorber toda su esencia etérea; y se llenaban de su silencio y el recuerdo de sus ojos entre cerrados.
Solía pasear por parajes inhóspitos, siempre descalza, sentía el frío, y la tierra áspera; o el hielo, y entonces suspiraba. Sus suspiros parecían teñir el aire a su paso; como de un color violeta, y el lugar entero quedaba teñido de lujuria; sus labios pálidos y ligeramente húmedos, se abrían muy lento, se seguían rozando; era solo una pequeña apertura por la cual escapaba el oxígeno que, al salir, se teñía, y muy despacio volvían a cerrarse totalmente, mientras todo cuanto estuviese cerca se estremecía, en silencio, para no perturbar el equilibrio de aquel instante, que, efímero y trémulo, se desvanecía y, igualmente en silencio, llenaba el vacío con su ausencia, y todo se volvía gris a su paso, pues al igual que las flores; el entorno la extrañaba.
Su cabello era acariciado por el viento, se confundía con el cielo oscurecido de la noche triste. Se movía, errático; tapaba su rostro, solía meterse entre sus labios. Ella jugaba con él, mientras caminaba, lo movía suavemente entre sus dedos, como un gato jugando con estambre. Estaba hecho de seda, y brillaba bajo la luz de la luna y las estrellas.
Ella simplemente sonreía, sacaba el cabello de sus labios, el cual, inquieto y mecido por el viento, se rehusaba a quedarse entre sus manos, o en su espalda. Cuando sonreía sus ojos se entrecerraban, y sus cejas se arqueaban, y una vez más el ambiente se llenaba de esa sensación indescriptible, pero encantadora, que producían sus suspiros.
Sus ojos, parecían absorber la luz que los tocaba. Nada se veía en ellos, ni siquiera el reflejo de de las luciérnagas que, juguetonas, bailaban a su alrededor. Iluminaban su rostro de amarillo, su pálida piel de nieve se teñía por el brillo de las luciérnagas, sin embargo, sus ojos no reflejaban nada. Aunque, cuando sonreía, ellos emanaban felicidad.
Su mano derecha jugaba con su cabello, con los animales; con el viento, con sus labios. Era tersa y congelada, como el agua de las lagunas, y demasiado gentil. Sus labios, estaban teñido por el veneno de las plantas, un veneno mortal, el cual besaría sin dudarlo, pues era ése su mayor encanto. Ella era la muerte que rondaba alrededor de mí, nos buscábamos, como busca un lobo la luz fría de la luna. Sin embargo, siempre que estábamos cerca, se alejaba sin musitar palabra.
Su mano izquierda cargaba un puñal; la hoja estaba encantada con sus suspiros y sus lágrimas; el puñal era para asesinarme, aunque yo sabía, que iba a morir primero por sus labios... o por su ausencia.
Solía mirarla a distancia, a veces era un movimiento mecánico, como de inercia. Cuando me daba cuenta, estaba mirándola sin razón, muchas veces no podía recordar cuando mis ojos pasaban de estar fijos en la nada, a estar fijos en ella, que estaba rodeada por el enigma; mirarla a ella era como mirar al cielo cuando se encuentra despejado en las noches, y buscar estrellas invisibles, y perderse en la inmensidad.
La miraba, buscaba algo que estaba ahí pero era invisible, o al menos; oculto para mis ojos, y sin embargo podía sentirlo, era casi táctil.
Ella solía caminar a paso lento, de forma grácil, despreocupada. Dejaba impregnado con su esencia cada lugar por el cual pasaba. Cuando acariciaba una flor, esta moría tiempo después por la gran depresión que le producía el estar lejos de ella; pues cautivaba cada ser viviente con el que tenía contacto.
Los girasoles ignoraban el astro de fuego en el cielo, cuando ella estaba cerca, para, en cambio, absorber toda su esencia etérea; y se llenaban de su silencio y el recuerdo de sus ojos entre cerrados.
Solía pasear por parajes inhóspitos, siempre descalza, sentía el frío, y la tierra áspera; o el hielo, y entonces suspiraba. Sus suspiros parecían teñir el aire a su paso; como de un color violeta, y el lugar entero quedaba teñido de lujuria; sus labios pálidos y ligeramente húmedos, se abrían muy lento, se seguían rozando; era solo una pequeña apertura por la cual escapaba el oxígeno que, al salir, se teñía, y muy despacio volvían a cerrarse totalmente, mientras todo cuanto estuviese cerca se estremecía, en silencio, para no perturbar el equilibrio de aquel instante, que, efímero y trémulo, se desvanecía y, igualmente en silencio, llenaba el vacío con su ausencia, y todo se volvía gris a su paso, pues al igual que las flores; el entorno la extrañaba.
Su cabello era acariciado por el viento, se confundía con el cielo oscurecido de la noche triste. Se movía, errático; tapaba su rostro, solía meterse entre sus labios. Ella jugaba con él, mientras caminaba, lo movía suavemente entre sus dedos, como un gato jugando con estambre. Estaba hecho de seda, y brillaba bajo la luz de la luna y las estrellas.
Ella simplemente sonreía, sacaba el cabello de sus labios, el cual, inquieto y mecido por el viento, se rehusaba a quedarse entre sus manos, o en su espalda. Cuando sonreía sus ojos se entrecerraban, y sus cejas se arqueaban, y una vez más el ambiente se llenaba de esa sensación indescriptible, pero encantadora, que producían sus suspiros.
Sus ojos, parecían absorber la luz que los tocaba. Nada se veía en ellos, ni siquiera el reflejo de de las luciérnagas que, juguetonas, bailaban a su alrededor. Iluminaban su rostro de amarillo, su pálida piel de nieve se teñía por el brillo de las luciérnagas, sin embargo, sus ojos no reflejaban nada. Aunque, cuando sonreía, ellos emanaban felicidad.
Su mano derecha jugaba con su cabello, con los animales; con el viento, con sus labios. Era tersa y congelada, como el agua de las lagunas, y demasiado gentil. Sus labios, estaban teñido por el veneno de las plantas, un veneno mortal, el cual besaría sin dudarlo, pues era ése su mayor encanto. Ella era la muerte que rondaba alrededor de mí, nos buscábamos, como busca un lobo la luz fría de la luna. Sin embargo, siempre que estábamos cerca, se alejaba sin musitar palabra.
Su mano izquierda cargaba un puñal; la hoja estaba encantada con sus suspiros y sus lágrimas; el puñal era para asesinarme, aunque yo sabía, que iba a morir primero por sus labios... o por su ausencia.
martes, 15 de marzo de 2011
La leyenda de la luna sangrante.
Existió una vez, en las lejanas tierras árticas, en una era ya olvidada, una doncella descendiente de los imponentes dragones nórdicos.
Vivía en una casa alejada de todo, en un lugar con un clima tan bajo que ningun otro humano podría sobrevivir, así que vivía totalmente sola.
Era una casita de leña sin ninguna clase de lujo, solo para protegerla de los vientos torrenciales que solían azotar la sima de la montaña. Aún así, y debido a todo el tiempo libre que tenía, la casa estaba bellamente decorada, ella misma había hecho las decoraciones con un cuchillo. Había tallado sobre la madera la imagen de una cascada, y cerca a su cama habían ramificaciones de rosas de todo tipo, menos los tulipanes.
Constantemente limpiaba las ventanas, así podía ver el paisaje, aunque, en realidad no había mucho que ver. Todo el lugar era blanco, al menos la parte visible, aunque atrás de la casa había un lago congelado y varios robles cristalizados. La nieve se había apoderado de la mayoría de la montaña, sin embargo, no pasaba mucha a ese lugar, solo ocasionalmente, en las noches más frías.
Los robles se habían congelado generaciones más atrás, su madera era maciza y muy fuerte, así que permanecían vivos sin nada que los derrumbase. Las hojas se caían eventualmente, y aún así, siempre volvían a crecer; las hojas eran de vidrio y cuando caían se rompían por todo el lugar; los árboles, por ende, tenían a su alrededor una peligrosa trampa que, más de una vez, había lastimado a la doncella que, llena de curiosidad, había tratado de internarse en el bosque.
No había ningún ser viviente en todo el lugar, ninguno, además de ella; era la luna su única amiga, por lo cual, derramaba lágrimas gélidas cada mañana, causada por su inmensa soledad. Solía esperar paciente, durante las incontables horas, a que llegara el devastador anochecer, pues podía hablar con la luna hasta el amanecer. Una vez llegado, entre lágrimas se despedían, y el ciclo volvía a comenzar, cada día era irremediablemente igual; en un tiempo tan lejano que aún los días no tenían nombre, y el invierno reinaba durante todo el año, era el amo y señor de la tierra; todo era de él y de su mortífero abrazo helado.
Cerca del lago solían crecer tulipanes azules, que eventualmente, cuando las gotas de rocío aparecían lentamente, se congelaban, muy despacio. Ella siempre estaba sentada en el alfeizar, miraba con una leve sonrisa como, uno por uno se iba cubriendo de hielo, eran ellos lo único que alegraban sus días; por lo cual, a pesar de la desolada realidad que había tenido que vivir, aún seguía sonriendo de vez en cuando, y secando sus lagrimas casi congeladas.
De vez en cuando salía de la casa para ir a ver las rosas, pero nuevamente, volvía a lastimarse, pues el césped también estaba hecho de cristales rotos, aún así, ella con gusto derramaba la sangre en el lugar, para sentir la vida cerca aunque fuese por un momento. Su sangre escarlata teñía todo el lugar, y se diluía lentamente; la sangre se deslizaba hasta llegar al lago, y entonces él también se pintaba de un tenue color rojizo.
Después de aquellos días en los que, agobiada por su inagotable soledad, iba a ver a los tulipanes; tenía que esperar pacientemente a que todas sus heridas cerraran, alejada también de la luna y de la ventana, sumida aún más en el oscuro vórtice que consumía su alma inmortal.
Así pasaban los días, los meses y los años; ella, agotada, seguía mirando en la ventana. Sus ojos grises, siempre agotados, siempre llenos de lágrimas, las cuales de vez en cuando se deslizaban por su piel pálida como el entorno que la rodeaba, su cabellera solía moverse con el viento, tapando su rostro de vez en cuando; era roja pues se había teñido con la sangre que incontables veces derramó cerca de los tulipanes congelados. Congelados como su alma y su corazón; congelados como el aire que respiraba sin otra razón que la inercia, congelados como las nubes que ocultaban a las estrellas, congelados... como el tiempo que llevaba sobre sus hombros inmortales.
A veces, del cielo caía granizo; aquél granizo golpeaba la tierra como meteoros, y destruía el césped y las hojas de los robles, y rompía muy lentamente los tulipanes congelados. Ella observaba desde la ventana, sintiendo que se partía su corazón, cuando, irremediablemente uno a uno se rompía hasta volverse polvo que volaba en la atmósfera. Ella lloraba lágrimas de sangre cada vez que esto sucedía, pues, sentía que hasta las flores la abandonaban. La luna oía sus sollozos, y cada vez que pasaba esto, ella lloraba también, pintada de carmesí. Así ha transcurrido por siempre su vida de soledad, desde los tiempos antes de la luz hasta la actualidad.
Se dice que cuando la luna se levanta teñida por el carmín, está consolando a la princesa, que llora amargas lágrimas de sangre por los tulipanes que se rompen al unísono con su corazón.
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N/a: Dedicado a Naoko ♥ Te amo~ <3
Vivía en una casa alejada de todo, en un lugar con un clima tan bajo que ningun otro humano podría sobrevivir, así que vivía totalmente sola.
Era una casita de leña sin ninguna clase de lujo, solo para protegerla de los vientos torrenciales que solían azotar la sima de la montaña. Aún así, y debido a todo el tiempo libre que tenía, la casa estaba bellamente decorada, ella misma había hecho las decoraciones con un cuchillo. Había tallado sobre la madera la imagen de una cascada, y cerca a su cama habían ramificaciones de rosas de todo tipo, menos los tulipanes.
Constantemente limpiaba las ventanas, así podía ver el paisaje, aunque, en realidad no había mucho que ver. Todo el lugar era blanco, al menos la parte visible, aunque atrás de la casa había un lago congelado y varios robles cristalizados. La nieve se había apoderado de la mayoría de la montaña, sin embargo, no pasaba mucha a ese lugar, solo ocasionalmente, en las noches más frías.
Los robles se habían congelado generaciones más atrás, su madera era maciza y muy fuerte, así que permanecían vivos sin nada que los derrumbase. Las hojas se caían eventualmente, y aún así, siempre volvían a crecer; las hojas eran de vidrio y cuando caían se rompían por todo el lugar; los árboles, por ende, tenían a su alrededor una peligrosa trampa que, más de una vez, había lastimado a la doncella que, llena de curiosidad, había tratado de internarse en el bosque.
No había ningún ser viviente en todo el lugar, ninguno, además de ella; era la luna su única amiga, por lo cual, derramaba lágrimas gélidas cada mañana, causada por su inmensa soledad. Solía esperar paciente, durante las incontables horas, a que llegara el devastador anochecer, pues podía hablar con la luna hasta el amanecer. Una vez llegado, entre lágrimas se despedían, y el ciclo volvía a comenzar, cada día era irremediablemente igual; en un tiempo tan lejano que aún los días no tenían nombre, y el invierno reinaba durante todo el año, era el amo y señor de la tierra; todo era de él y de su mortífero abrazo helado.
Cerca del lago solían crecer tulipanes azules, que eventualmente, cuando las gotas de rocío aparecían lentamente, se congelaban, muy despacio. Ella siempre estaba sentada en el alfeizar, miraba con una leve sonrisa como, uno por uno se iba cubriendo de hielo, eran ellos lo único que alegraban sus días; por lo cual, a pesar de la desolada realidad que había tenido que vivir, aún seguía sonriendo de vez en cuando, y secando sus lagrimas casi congeladas.
De vez en cuando salía de la casa para ir a ver las rosas, pero nuevamente, volvía a lastimarse, pues el césped también estaba hecho de cristales rotos, aún así, ella con gusto derramaba la sangre en el lugar, para sentir la vida cerca aunque fuese por un momento. Su sangre escarlata teñía todo el lugar, y se diluía lentamente; la sangre se deslizaba hasta llegar al lago, y entonces él también se pintaba de un tenue color rojizo.
Después de aquellos días en los que, agobiada por su inagotable soledad, iba a ver a los tulipanes; tenía que esperar pacientemente a que todas sus heridas cerraran, alejada también de la luna y de la ventana, sumida aún más en el oscuro vórtice que consumía su alma inmortal.
Así pasaban los días, los meses y los años; ella, agotada, seguía mirando en la ventana. Sus ojos grises, siempre agotados, siempre llenos de lágrimas, las cuales de vez en cuando se deslizaban por su piel pálida como el entorno que la rodeaba, su cabellera solía moverse con el viento, tapando su rostro de vez en cuando; era roja pues se había teñido con la sangre que incontables veces derramó cerca de los tulipanes congelados. Congelados como su alma y su corazón; congelados como el aire que respiraba sin otra razón que la inercia, congelados como las nubes que ocultaban a las estrellas, congelados... como el tiempo que llevaba sobre sus hombros inmortales.
A veces, del cielo caía granizo; aquél granizo golpeaba la tierra como meteoros, y destruía el césped y las hojas de los robles, y rompía muy lentamente los tulipanes congelados. Ella observaba desde la ventana, sintiendo que se partía su corazón, cuando, irremediablemente uno a uno se rompía hasta volverse polvo que volaba en la atmósfera. Ella lloraba lágrimas de sangre cada vez que esto sucedía, pues, sentía que hasta las flores la abandonaban. La luna oía sus sollozos, y cada vez que pasaba esto, ella lloraba también, pintada de carmesí. Así ha transcurrido por siempre su vida de soledad, desde los tiempos antes de la luz hasta la actualidad.
Se dice que cuando la luna se levanta teñida por el carmín, está consolando a la princesa, que llora amargas lágrimas de sangre por los tulipanes que se rompen al unísono con su corazón.
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N/a: Dedicado a Naoko ♥ Te amo~ <3
lunes, 14 de marzo de 2011
Enclaustrados
Abrí la puerta con una extraña mezcla de alegría, una muy leve satisfacción, y, un poco del vacío propio del conformismo.
Mi mano seguía sosteniendo la perilla girada aunque esta ya había abierto, y mis músculos estaban tensos; estaba haciendo presión sin razón alguna, y mi mano izquierda estaba suavemente ligada a la de ella, nuestras manos estaban entrelazadas.
Terminé de abrir la puerta muy despacio. Sin ningún afán, titubeaba. Ella estaba emocionada, presionaba mi mano como yo presionaba la perilla. Creo que le hacía presión a la perilla para no hacerle daño a ella, su mano era frágil, y muy delicada, además, bastante suave al tacto.
Una vez la puerta se encontró abierta, los dos nos paramos en la línea de entrada, dudábamos. Permanecimos unos minutos ahí, en silencio. Mi mano se aventuró lentamente, temblando, y prendí la luz.
Nos observamos levemente, no queríamos ver lo que estaba frente a nosotros. Ella dio un paso adelante, y tomándome de la mano, me hizo entrar.
Recorrí el lugar con la vista, las paredes eran blancas, habían algunas ventanas, con cortinas negras, estaban entre abiertas. Había una mesa en la mitad del lugar, tenía dos sillas, la mesa era de vidrio templado roto, siempre quise una decoración así. Las sillas, eran de madera, eran sencillas, y en la mitad había un florero en donde más adelante depositaríamos rosas blancas que teñiríamos de negro con la amargura de nuestros días.
Las cortinas, creo, estarían cerradas ocultándonos del sol la mayoría del tiempo. A mi me gustaba la oscuridad y a ella le aterraba un poco. Sin embargo, me sentía más que dispuesto a, en mi egoísmo, abrazarla el tiempo que fuera necesario para que no tuviese miedo. Aunque en todo caso, sabía que cuando yo no estuviese, el inmaculado negro desaparecería y ella abriría las cortinas, y dejaría que el sol violase nuestra paz. Mi paz...
Había una triste bombilla en la mitad del techo blanco, y las paredes tenían varias puertas, la habitación, el baño, al cocina, y el estudio. Las puertas también eran de madera, como las sillas y el suelo.
Era un lugar, más bien triste, más bien solo, más bien, depresivo. Era una mala combinación para nuestro carácter, y una gran inyección de inspiración para mi poesía rota, y para las expresiones incansables de sus labios.
Había un sofá negro en el que, supongo, soportaríamos la carga de los días, los cuales, en todo caso, a parte de su nombre no diferirían en nada al anterior.
El lugar, el pequeño y triste lugar, nos escucharía reír, a veces... y soportaría nuestros gritos reprimidos y nuestros golpes a las paredes. Soportaría la carga de la tristeza compartida y del desinterés exponencial. El lugar, se deterioraría al igual que nosotros, y cada vez sería más gris, al igual que nosotros, y sus paredes se llenarían de manchas, y de suciedad, al igual que nuestras almas, y nuestros besos, y nuestros ojos.
El ambiente se llenaría del olor de las botellas de vino abiertas, de los abrazos rotos, del vendaje invisible para los corazones partidos, de las promesas sin cumplir, y de las palabras de más en los momentos de ira.
Fueron simples segundos de un simple análisis pesimista, pero sabía que todo iba a volverse verdad paulatinamente, si no moríamos primero. Ella seguía sosteniendo mi mano, con entusiasmo, volteó mi rostro con su mano libre y me dio un beso rápido, y preguntó ¿bien, qué piensas? Quise decirle todo lo que creía, quise decirle que estábamos destinados a ir desapareciendo muy lentamente en ese lugar. Ir dejando que nuestra esencia y juventud se escapara por las rendijas de las puertas, que nuestros sueños nos dejarían y volarían por las ventanas abiertas cuando ella abriera las cortinas, que nuestros besos se llenarían de polvo y que la pasión se marchitaría como las rosas blancas tiñéndose de negras por la nicotina en el florero que estaba en la mesa, pero simplemente me limité a sonreír, y devolverle el beso, y decirle que era un lindo lugar... un lindo lugar donde enclaustrados llevaríamos la monotonía a cuestas mientras nuestro amor moría de la mano con nosotros hasta simplemente desvanecernos en el imperecedero tedio de los segundos cargados de la ácida realidad que nos esperaba en el futuro, armada con una escopeta para dispararle en la frente a todas nuestras ilusiones.
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N/a: Dedicado a mi amada, Ale Leopard ♥
últimamente solo me dan ganas de escribir para que ella sonría mientras me lee.
Mi mano seguía sosteniendo la perilla girada aunque esta ya había abierto, y mis músculos estaban tensos; estaba haciendo presión sin razón alguna, y mi mano izquierda estaba suavemente ligada a la de ella, nuestras manos estaban entrelazadas.
Terminé de abrir la puerta muy despacio. Sin ningún afán, titubeaba. Ella estaba emocionada, presionaba mi mano como yo presionaba la perilla. Creo que le hacía presión a la perilla para no hacerle daño a ella, su mano era frágil, y muy delicada, además, bastante suave al tacto.
Una vez la puerta se encontró abierta, los dos nos paramos en la línea de entrada, dudábamos. Permanecimos unos minutos ahí, en silencio. Mi mano se aventuró lentamente, temblando, y prendí la luz.
Nos observamos levemente, no queríamos ver lo que estaba frente a nosotros. Ella dio un paso adelante, y tomándome de la mano, me hizo entrar.
Recorrí el lugar con la vista, las paredes eran blancas, habían algunas ventanas, con cortinas negras, estaban entre abiertas. Había una mesa en la mitad del lugar, tenía dos sillas, la mesa era de vidrio templado roto, siempre quise una decoración así. Las sillas, eran de madera, eran sencillas, y en la mitad había un florero en donde más adelante depositaríamos rosas blancas que teñiríamos de negro con la amargura de nuestros días.
Las cortinas, creo, estarían cerradas ocultándonos del sol la mayoría del tiempo. A mi me gustaba la oscuridad y a ella le aterraba un poco. Sin embargo, me sentía más que dispuesto a, en mi egoísmo, abrazarla el tiempo que fuera necesario para que no tuviese miedo. Aunque en todo caso, sabía que cuando yo no estuviese, el inmaculado negro desaparecería y ella abriría las cortinas, y dejaría que el sol violase nuestra paz. Mi paz...
Había una triste bombilla en la mitad del techo blanco, y las paredes tenían varias puertas, la habitación, el baño, al cocina, y el estudio. Las puertas también eran de madera, como las sillas y el suelo.
Era un lugar, más bien triste, más bien solo, más bien, depresivo. Era una mala combinación para nuestro carácter, y una gran inyección de inspiración para mi poesía rota, y para las expresiones incansables de sus labios.
Había un sofá negro en el que, supongo, soportaríamos la carga de los días, los cuales, en todo caso, a parte de su nombre no diferirían en nada al anterior.
El lugar, el pequeño y triste lugar, nos escucharía reír, a veces... y soportaría nuestros gritos reprimidos y nuestros golpes a las paredes. Soportaría la carga de la tristeza compartida y del desinterés exponencial. El lugar, se deterioraría al igual que nosotros, y cada vez sería más gris, al igual que nosotros, y sus paredes se llenarían de manchas, y de suciedad, al igual que nuestras almas, y nuestros besos, y nuestros ojos.
El ambiente se llenaría del olor de las botellas de vino abiertas, de los abrazos rotos, del vendaje invisible para los corazones partidos, de las promesas sin cumplir, y de las palabras de más en los momentos de ira.
Fueron simples segundos de un simple análisis pesimista, pero sabía que todo iba a volverse verdad paulatinamente, si no moríamos primero. Ella seguía sosteniendo mi mano, con entusiasmo, volteó mi rostro con su mano libre y me dio un beso rápido, y preguntó ¿bien, qué piensas? Quise decirle todo lo que creía, quise decirle que estábamos destinados a ir desapareciendo muy lentamente en ese lugar. Ir dejando que nuestra esencia y juventud se escapara por las rendijas de las puertas, que nuestros sueños nos dejarían y volarían por las ventanas abiertas cuando ella abriera las cortinas, que nuestros besos se llenarían de polvo y que la pasión se marchitaría como las rosas blancas tiñéndose de negras por la nicotina en el florero que estaba en la mesa, pero simplemente me limité a sonreír, y devolverle el beso, y decirle que era un lindo lugar... un lindo lugar donde enclaustrados llevaríamos la monotonía a cuestas mientras nuestro amor moría de la mano con nosotros hasta simplemente desvanecernos en el imperecedero tedio de los segundos cargados de la ácida realidad que nos esperaba en el futuro, armada con una escopeta para dispararle en la frente a todas nuestras ilusiones.
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N/a: Dedicado a mi amada, Ale Leopard ♥
últimamente solo me dan ganas de escribir para que ella sonría mientras me lee.
domingo, 13 de marzo de 2011
caminata nocturna
Dedicado a Ale Leopard. ♥
Ella caminaba, lentamente, con calma. Si no fuera una calle vacía en la fría ciudad, diría que disfrutaba el paisaje. Tenía la cabeza agachada y los ojos perdidos. El cabello tapaba parte de sus ojos, no eran muy visibles. Sus labios solían moverse como si estuviese silbando, gesticulaba; creía que decía algo pero, en realidad no decía nada.
Su ropa era oscura y se confundía con la noche, porque la luz que iluminaba las calles estaba en corto, así que su iluminación era intermitente, y demasiado débil. Era un toque escalofriante, porque las calles de esta ciudad suelen ser peligrosas después de las once de la noche; sin embargo, le daban un toque encantador a ella. La luz en su rostro iba y venía, muy despacio desaparecía, porque ella retenía la luz con sus ojos, y cuando todo estaba oscuro, volvía a aparecer de forma súbita, y sus ojos se volvían a llenar de brillo, le molestaba un poco el choque brillante que generaba, creo que por eso tenía la cabeza agachada y los ojos perdidos.
La noche transcurría lenta, al igual que el paso de ella, creo que estaban coordinadas. Cada paso que daba, dejaba la luz un poco más atrás, y ya a lo lejos brillaba como un cerillo que se apaga lentamente... ella iba trémula dejando todo atrás, y el paisaje que era comido por la bruma se iba volviendo vapor lentamente.
En horas más tempranas, había llovido, el asfalto estaba un poco húmedo aún, su rostro se reflejaba ligeramente, pero ella no lo notaba porque no estaba mirando a ningún lado en particular.
En una esquina dobló a la izquierda, se desvió de su camino, parecía no haber razón aparente; era una zona muy oscura, ella no decía palabra. Caminaba errática, temblaba por el frío; pero aún así, no se detenía.
Entró lentamente en un pasaje que estaba lleno de árboles y sillas, ella tropezaba constantemente, pues la visibilidad estaba reducida, sus pasos eran torpes pero llenos de gracia, a veces paraba para recoger las hojas secas que estaban en el suelo, sus manos se untaban de tierra, pues habían algunas hojas húmedas por la lluvia que estaban llenas de lodo, ella ignoraba aquél hecho, se frotaba las manos y seguía en sus asuntos, a veces olvidaba que estaba perdida en sus pensamientos y su rostro retornaba a la vida, y esbozaba una sonrisa llena de inocencia, una sonrisa efímera, duraba apenas un segundo, y volvía a la normalidad, su rostro era totalmente neutro, y sin embargo, estaba lleno de armonía. La tristeza y los pocos destellos de alegría hacían una hermosa mezcla heterogénea que no dejaba a nadie saber en qué estaba pensando en realidad; y sus ojos seguían perdidos, en otro universo, o algo así, en todo caso su mirada era totalmente vacua.
Una vez salida del pasaje, llegó a una avenida con apenas tráfico, ella caminaba en la dirección contraria del sentido de la autopista, de vez en cuando pasaba un carro que, afanado, le pitaba, y con la luz a su máxima potencia trataba de esquivarla, y su rostro parecía iluminado por una antorcha, pero el peligro no significaba nada para ella, ni siquiera notaba el riesgo que corría; ella seguía mirando las hojas secas.
La luna de vez en cuando salía de su escondite en las nubes,y luego volvía a meterse. Cuando salía, la iluminaba directamente a ella, y su pálida piel se tornaba visible, como las flores que son iluminadas por la ligera capa de rocío sobre ellas en la madrugada, y cuando la luna se ocultaba, ella volvía a estar cobijada por el enigma de la noche.
Después de una leve parada, como para reflexionar a dónde debía ir, después de volver en si, siguió caminando, muy lentamente como antes, dejando que sus pies salpiquen la lluvia juguetona en el asfalto; de vez en cuando sus manos se movían a su rostro, apartaban el cabello juguetón que invadía su rostro, pues ella iba en contra de la dirección del viento.
Una a una fue soltando las hojas que recogió en el camino, como para recordar cómo regresar de su destino a la nada, y se fue fundiendo con la oscuridad que se veía a lo lejos; hasta que no se pudo ver nada, solo se escuchaba el sutil ritmo de sus pasos, que eventualmente, también se perdió en la nada.
Yo caminaba a su lado, pero era invisible para ella.
N/a: realmente soy malo para los títulos, fue lo único que se me ocurrió... no sé qué tan bien cuadre. En todo caso, es lo de menos.
Ella caminaba, lentamente, con calma. Si no fuera una calle vacía en la fría ciudad, diría que disfrutaba el paisaje. Tenía la cabeza agachada y los ojos perdidos. El cabello tapaba parte de sus ojos, no eran muy visibles. Sus labios solían moverse como si estuviese silbando, gesticulaba; creía que decía algo pero, en realidad no decía nada.
Su ropa era oscura y se confundía con la noche, porque la luz que iluminaba las calles estaba en corto, así que su iluminación era intermitente, y demasiado débil. Era un toque escalofriante, porque las calles de esta ciudad suelen ser peligrosas después de las once de la noche; sin embargo, le daban un toque encantador a ella. La luz en su rostro iba y venía, muy despacio desaparecía, porque ella retenía la luz con sus ojos, y cuando todo estaba oscuro, volvía a aparecer de forma súbita, y sus ojos se volvían a llenar de brillo, le molestaba un poco el choque brillante que generaba, creo que por eso tenía la cabeza agachada y los ojos perdidos.
La noche transcurría lenta, al igual que el paso de ella, creo que estaban coordinadas. Cada paso que daba, dejaba la luz un poco más atrás, y ya a lo lejos brillaba como un cerillo que se apaga lentamente... ella iba trémula dejando todo atrás, y el paisaje que era comido por la bruma se iba volviendo vapor lentamente.
En horas más tempranas, había llovido, el asfalto estaba un poco húmedo aún, su rostro se reflejaba ligeramente, pero ella no lo notaba porque no estaba mirando a ningún lado en particular.
En una esquina dobló a la izquierda, se desvió de su camino, parecía no haber razón aparente; era una zona muy oscura, ella no decía palabra. Caminaba errática, temblaba por el frío; pero aún así, no se detenía.
Entró lentamente en un pasaje que estaba lleno de árboles y sillas, ella tropezaba constantemente, pues la visibilidad estaba reducida, sus pasos eran torpes pero llenos de gracia, a veces paraba para recoger las hojas secas que estaban en el suelo, sus manos se untaban de tierra, pues habían algunas hojas húmedas por la lluvia que estaban llenas de lodo, ella ignoraba aquél hecho, se frotaba las manos y seguía en sus asuntos, a veces olvidaba que estaba perdida en sus pensamientos y su rostro retornaba a la vida, y esbozaba una sonrisa llena de inocencia, una sonrisa efímera, duraba apenas un segundo, y volvía a la normalidad, su rostro era totalmente neutro, y sin embargo, estaba lleno de armonía. La tristeza y los pocos destellos de alegría hacían una hermosa mezcla heterogénea que no dejaba a nadie saber en qué estaba pensando en realidad; y sus ojos seguían perdidos, en otro universo, o algo así, en todo caso su mirada era totalmente vacua.
Una vez salida del pasaje, llegó a una avenida con apenas tráfico, ella caminaba en la dirección contraria del sentido de la autopista, de vez en cuando pasaba un carro que, afanado, le pitaba, y con la luz a su máxima potencia trataba de esquivarla, y su rostro parecía iluminado por una antorcha, pero el peligro no significaba nada para ella, ni siquiera notaba el riesgo que corría; ella seguía mirando las hojas secas.
La luna de vez en cuando salía de su escondite en las nubes,y luego volvía a meterse. Cuando salía, la iluminaba directamente a ella, y su pálida piel se tornaba visible, como las flores que son iluminadas por la ligera capa de rocío sobre ellas en la madrugada, y cuando la luna se ocultaba, ella volvía a estar cobijada por el enigma de la noche.
Después de una leve parada, como para reflexionar a dónde debía ir, después de volver en si, siguió caminando, muy lentamente como antes, dejando que sus pies salpiquen la lluvia juguetona en el asfalto; de vez en cuando sus manos se movían a su rostro, apartaban el cabello juguetón que invadía su rostro, pues ella iba en contra de la dirección del viento.
Una a una fue soltando las hojas que recogió en el camino, como para recordar cómo regresar de su destino a la nada, y se fue fundiendo con la oscuridad que se veía a lo lejos; hasta que no se pudo ver nada, solo se escuchaba el sutil ritmo de sus pasos, que eventualmente, también se perdió en la nada.
Yo caminaba a su lado, pero era invisible para ella.
N/a: realmente soy malo para los títulos, fue lo único que se me ocurrió... no sé qué tan bien cuadre. En todo caso, es lo de menos.
viernes, 11 de marzo de 2011
El despertar de la gárgola
1800. Acaece el anochecer en Inglaterra. El cielo se torna violáceo, hay nubes oscuras alrededor, la mezcla de las nubes negras que desde ya advierten la fiera lluvia, con el cielo se vuelve más débil, la oscuridad se va apoderando poco a poco del firmamento. Londres pronto estará sumergida en la oscuridad. El primer rayo de la luz lunar me despierta. He vuelto a la vida una vez más, con la magia de la enigmática luna llena.
Mi despertar toma tiempo, es demasiado lento, desearía no ser de piedra. Solo mis ojos tienen vida en este momento, y veo el firmamento moverse muy lentamente encima de mí, sin embargo son segundos preciosos; la luz del sol volverá a petrificarme.
Llevo incontables años viviendo acá; estoy escondido en la cúpula de la catedral, desde un año después que esta fue creada. Despertando únicamente las noches de luna llena. Confinado a la vida como decoración gracias a la maldición de mi estirpe.
Ha pasado una hora desde que anocheció. Recién recobro la movilidad de mi cabeza y alas, pero puedo respirar fuego nuevamente. Mis alas demoniacas, que asemejan a las de un vampiro, han recobrado su sutil fragilidad aterciopelada, la desesperación se apodera de mí. Ninguna bestia debería estar confinada a una prisión en su propio cuerpo. Yo debería volar libre, ser dueño y patrón de los cielos en la noche, y la tierra en el día. Décadas han pasado desde que bebí sangre, mi lengua está casi seca, y mis ojos están demasiado cansados.
Mientras la piedra se rompe en mis brazos de dragón, mi mirada se desvía a los caminos que rodean la catedral. Están vacíos, excepto por una presencia.
Hay una mujer caminando desprotegida, sola, sin ninguna preocupación aparente; el aire sale en forma de vapor de sus labios, el frío en ella es evidente, debe estar a punto de la hipotermia. Es una víctima perfecta, y justo cuando la estoy perdiendo de vista, la piedra termina de romperse.
Despliego mis alas de forma imponente, aprieto las mandíbulas para no rugir, mi víctima huiría atemorizada. Mis alas no están acostumbradas aún al movimiento, esta vez, nada puede quedar a la voluntad del destino; pues el destino se ha encargado de hacer miserable mi existencia, desde mucho antes del simple hecho de existir. No volverá a pasar. Esta vez, solo estará hecha mi voluntad.
Justo cuando ella está sumergida en la bruma, alzo el vuelo, mis alas son poderosas pero delicadas; rasgo el aire a mi paso, como cuando se mezcla entre los árboles, aquél silbido escalofriante; aquél sonido que indica que la muerte está rondando, como el llanto de un bebé quebrando la calma en la media noche. Así es el réquiem de mi vuelo.
Aterrizo suavemente, ella está exaltada, pero no siente mi presencia, mis escamas oscuras se camuflan perfectamente entre la bruma. Anhelo su sangre que corre apresuradamente entre sus venas, el latir de su corazón inmaculado es tan sonoro que le quita toda muestra de paz a la noche. Está demasiado tensa, vuelve el ambiente sumamente tétrico. ¡Qué deleite! Jugaré con ella hasta casi llegado el amanecer.
Me acerco lentamente, en cuatro patas; ella es mi víctima, me siento como un león jugando con una gacela moribunda. Mi aliento de fuego es casi perceptible, el vapor azufrado que sale por mi boca se mezcla con mi saliva que cae al suelo y deja agujeros en él, debo calmarme, pero ella es demasiado confiada e ingenua; nadie profanaría una catedral asesinando a una joven virginal, ningún humano... pero ella no cuenta con la presencia de una gárgola.
Me siento osado, paso en frente de ella, y sigue sin sentirme. Puedo deleitarme con la imagen de su rostro. Tiene los ojos vacíos totalmente. Son como un espejo que refleja la luz de la luna. Sus cejes ligeramente pintadas, se confunden con su cabello oscuro. Tiene el agotamiento escrito en todo el cuerpo, la fatiga la corroe; las ojeras que se apoderan de su rostro indican días sin dormir... pero dentro de poco acabaré su jornada de insomnio.
Había algo en sus labios en particular que me llamó la atención. Estaban morados. Creo que había pasado por infinidad de cosas que la habían dejado prácticamente para morir antes de encontrarse conmigo. Tal vez el destino también le jugó malas pasadas a ella. A diferencia del notorio color en sus labios, su piel era demasiado, demasiado pálida, casi transparente. Podía ver sin mayor dificultad la mayoría de sus venas; y casi todas sus arterias. A la oscuridad de la noche... creo que estaba casi muerta cuando la encontré caminando por ahí.
He gastado mucho tiempo contemplando los detalles de mi víctima, pero uno debe saber qué está matando. Sin tardar ni un segundo más me aproximo a su lado. Dejo salir el fuego de mis labios e ilumino su rostro que queda estupefacto al ver las llamas, que desde su perspectiva, aparecieron de la nada. ¿Qué se sentirá ver una gárgola que no es de piedra, en frente de ti a punto de devorarte? Creo que, las lágrimas de desesperación y el pulso aún más agitado que antes fueron la mejor respuesta. El pánico se apoderó de ella, trató de huir pero, no puede sobrepasar mi velocidad.
La rodeo una y otra vez, doy vueltas alrededor de ella; juego con ella como si fuese un ratón y yo fuera un gato. Grita, llora, solloza, aunque es extraño no verla rezar. No hay cruz en su cuello. Tal vez ella al igual que yo perdió la fe en algo divino desde tiempo inmemorial.
Casi exhausta se tumba en el suelo, indefensa, ha perdido los ánimos para seguir luchando, creo que he jugado más de la cuenta, pero no importa.
Procedo a presentarme totalmente de frente, ella observa con terror y una sublime fascinación mi rostro demoniaco. Mis alas de murciélago, mis cuernos y cola, mis garras, las escamas turbias en mí, exhala mi aliento azufrado. Sabe su destino, aunque parte de ella se niega a reconocerlo, no hará absolutamente nada para que no suceda.
Rompo sus vestiduras con mis garras, escucho un pequeño sollozo. Creo que no puede gritar o llorar más. Esto durará poco tiempo. Ella queda expuesta al frío de la noche invernal totalmente desnuda, con una ligera cortada en el abdomen producto de mis garras. Es una niña, no tiene más de 15 o 16 inviernos, y sin embargo su mirada está tan muerta...
Rujo una vez más, aún se asusta, pero no es más que un movimiento reflejo. Corto lentamente sus brazos, ella solloza, trata de llorar, sin embargo, sus ojos están secos. Trata de gritar, pero de su garganta no sale palabra.
La sangre de color carmín cubre sus pequeños brazos lentamente, hasta caer al suelo, con un toque delicado corto su rostro cerca de los ojos, muy lentamente; ella se resiste moviendo la cara, pero no opone mayor resistencia, la corto cerca de los ojos, y las gotas de sangre caen. Ella sonríe; ahora parece que está llorando, llora sangre, y la sangre baja por su cuello.
Corto sus piernas, que son aún más pálidas que sus mejillas, para darles un poco de color, como para no dejar que se duerma; quiero que el dolor la mantenga despierta hasta que muera desangrada.
Una cortada a la vez, muy lentamente, ella no se mueve, no reacciona excepto cuando me acerco a su rostro. Respiro cerca de su cabello. Más bien, suspiro.
El tiempo se me agota, el cielo comienza a aclararse, no podré jugar con ella mucho más...
Corto lentamente sus muñecas y la sangre corre de forma escandalosa, como un torrente. Rasguño su piel, un poco, está maltratada, y sin embargo sigue tan suave... cuando está a punto de morir desangrada, es tiempo de alimentarme, cuando aún sigue con vida, para robar ese último suspiro que conecta el hilo de su vida a la muerte, para darle el toque final.
La rodeo rápidamente, está de espaldas a mí, la levanto del suelo donde yacía acostada lentamente, y queda apoyada contra una de mis patas. Pareciese sentada en un alfeizar. Suspiro una última vez con mi aliento de fuego cerca de ella, que está perdiendo el conocimiento; sus ojos ya no reflejan el cielo, la sangre de sus mejillas se ha congelado, y también la que estaba en el suelo, y sus labios tienen el color violeta profundo de una flor.
Desgarro la tersa y delicada piel de su cuello con mis colmillos de marfil. La cortada va desde cerca de la quijada hasta la clavícula, la muerdo un poco y es enviciante, me cuesta trabajo alejarme. Sin embargo, lo hago, y la sangre mana como un río de su cuello, procedo a beberla con afán, su vida está fluyendo por ahí, y debo ingerirla antes que también se congele y después se evapore por los aires.
Una vez acabo el festín, saco su corazón, que da los últimos latidos, y me lo como. Sabía a ceniza, a bebé muerto; a una madre que ha perdido a su hijo. Sabía a huérfanos de guerra, sabía a la soledad de una gárgola de piedra.
La escena es grotesca. Me gustaría poder presenciarla en la mañana cuando todos vean lo que ha pasado, una niña, aún virginal, torturada y desangrada cerca de la catedral, le han sacado el corazón, han hecho que soporte desnuda la pesada noche invernal... en verdad desearía poder verlo. Pero no va a pasar.
Me apresuro a volver a la cúpula, las nubes ya se ven de un color rosa pálido, no falta mucho para que salga el sol.
Vuelo rápidamente y observo el cielo teñido de sangre, no solo el cielo; las nubes también. El cielo carmesí contrasta hermosamente con las calles congeladas, con la niña asesinada, y con los ojos infernales de la gárgola de Londres.
El cielo parece arder, y la tierra parece llorar, y yo, me vanaglorio. No importa despertar una vez cada década, cada siglo, cada milenio; si el mero hecho de mi presencia causa tal tragedia.
Victorioso, vuelvo a mi prisión. Regreso a la posición habitual, con una única diferencia; ahora mis ojos apuntan directamente al cadáver que desde la distancia parece sonreírme, me saluda desde el inframundo. Me agradece haberla liberado.
Rujo una última vez, sonoro y fiero, mientras sale el sol y comienzo a petrificarme; esperando paciente, la llegada de un nuevo despertar.
miércoles, 9 de marzo de 2011
La maldición del lago Bodom
Demasiado silente es el entorno, la música que nos rodeaba se apagó justo después de un parpadeo. Cerré los ojos no más que un segundo; y las estrellas ya no cantaban... no habían luciérnagas danzando al compás de los susurros de las aves... el viento se detuvo, ya no hacía silbar las hojas en los árboles detrás de nosotros, y el lago estuvo en calma. Demasiada calma...
Un segundo, y aún así, estoy desubicado. Mi mirada se deslizó lentamente desde la profundidad del Bodom hasta ella, que estaba acostada en mis piernas; dormía. Mi mano estaba posada en su cabello blanco, era suave cual terciopelo, y su piel era pálida; demasiado pálida... como el cielo en la madrugada, antes de salir el sol, cuando las estrellas están durmiendo. El ligero rubor en sus mejillas, era del mismo color que sus labios, un rosa sutil; cuando ella tenía frío salía vapor de sus labios, y parecía ser la madre del invierno...
Mi mano bajó de su cabello, lentamente hasta su rostro, acariciándolo, como se acaricia una gardenia; y bajé hasta el cuello, ella estaba helada. Pero mi mano también estaba helada, y no le presté importancia. Apoyé las manos en la arena un poco húmeda, un poco triste, un poco corroída por la muerte que nos rodeaba en mi infinito estado de ignorancia.
Se oyó rugir el cielo, y comenzó una lluvia leve. Moví la mano lentamente para despertarla, acariciando otra vez sus mejillas, aún con la mirada perdida en la oscura arena finlandesa. No hubo respuesta; cuando miré hacia ella, mi mano estaba roja, salía sangre de su boca, sus labios se habían teñido de carmesí; junto a mis manos que, sin saberlo habían jugado con ellos confundiendo la gélida sangre con la lluvia.
Su rostro, aún en total armonía, se veía como la nieve escandinava profanada por la sangre, al igual que parte de su cabello, y su piel... la sangre bajaba rápidamente diluida con la lluvia. El cielo mismo se estaba diluyendo.
Una inexplicable sensación embargaba mi pecho. Me sentía como ebriagado por una extraña mezcla entre estupefacción y tristeza; quise escuchar un réquiem, quise ver que el cielo se partía y el agua se congelaba como homenaje a su princesa caída. Aún así; no pasó nada. Después de todo... solo era un ángel más muriéndose; pensé con amarga ironía mientras recordaba aquél dicho 'los ángeles no matan' ... aún así nadie dijo que no pudiesen morir.
¿Qué pensaría ella si estuviese en mi lugar? Seguramente estaría celebrando el simple hecho que yo siempre hablé de la muerte como lo más maravilloso que existía, y sí, en efecto lo era, simplemente, no estaba preparado para ver la dulce muerte llegar a ella mientras dormía, aún así, seguía siendo un buen día para morir.
El frío en el lugar me congelaba, el frío de su cuerpo me congelaba, su ausencia me congelaba; la sangre en mi se congelaba también.
Silente, miré de nuevo el paisaje; el cielo oscurecido, no estaba polaris alumbrándonos. Las nubes, oscuras, como mis ojos; como mi alma, como el lago Bodom que volvía a presenciar la muerte. Detrás de nosotros, no había búhos, ni cuervos, ni murciélagos, la oscuridad me hacía creer que ni siquiera habían árboles. Sí los había. Simplemente, todo seguía igual y yo me negaba a creerlo porque mi mundo se había derrumbado.
Las botellas de vodka de cereza cerca a nosotros parecían como llenas con su sangre, al igual que el ambiente, desearía que mis manos fueran lo suficientemente hábiles para describir cómo se siente el Bodom cuando está rodeado de muerte.
Tal vez pasó media hora o más hasta que pude reaccionar, muy entrado en la noche y congelándome aún más, decidí simplemente decir adiós. Ella siempre había querido una muerte con sangre y licor, al estilo realista pero poco probable de Opio en las Nubes, y yo siempre había querido conocer la muerte encontrándome en Finlandia. Las dos cosas habían pasado al tiempo. Pero la muerte había pasado de mi, y había dado su beso corrosivo a los labios equivocados.
Deseé con envidia morir también, mis ojos, con lágrimas de tristeza y desesperación, la miraron con un poco de odio. Mis manos, gélidas como estaban, sentían aún el calor de la vida negándose a salir del cuerpo de ella aunque fuera una mera ilusión, y sus labios ya estuviesen morados... y aún, teñidos de sangre.
La besé por última vez, queriendo sentir la muerte entrar a mi, pero no pasó.
Me levanté lentamente de la arena con las piernas entumidas, y muy despacio, la cargué en mis brazos, parecía un bebé... uno que había nacido muerto. Aún podía sentirla reír en mi mente; y sin embargo no podía recordar sus últimas palabras...
Caminé sin ánimo de nada hasta el lago, adentrándome con ella en él, él sería su tumba. Ese era su deseo, uno de tantos que sabía que no iba a cumplir. Qué irónico que el más descabellado fuese el que estuviese concediendo ahora mismo.
Con los ojos entorpecidos por el agua, la deposité en la profundidad maldita, y anteriormente profanada del Bodom, y pensé: Adiós amor. Salí del agua, y me encaminé a algún lugar donde las estrellas no pronunciaran su nombre una y otra vez en mi cabeza...
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N/a: Dedicado a Naoko. ♥ la amo :3
martes, 8 de marzo de 2011
"Que no está muerto lo que yace eternamente"
"que no está muerto lo que yace eternamente... y con el paso de los eónes incluso la muerte puede morir " Howard Phillips Lovecraft.Sonaron relámpagos, se iluminaba el cielo, después, venía el silencio, y todo volvía a quedar totalmente oscurecido.
Siguieron las gotas, una por una, aumentaron de velocidad, y quebrantaron el silencio. Humedecieron el césped, la tierra... las flores muertas, y el asfalto. Las flores se rompieron, pétalo por pétalo fueron cediendo ante la tormenta, y la tierra se volvió débil, engañosa, el agua marcó el relieve de los epitafios, cada letra estaba cubierta de agua. Todas... menos una frase, en una tumba en particular. "aquí mora eternamente". La palabra permaneció seca, y cuando la lluvia pasó, vino el silencio.
Yo no podía dormir, tenía pesadillas desde semanas atrás, observaba el cementerio desde la ventana, hasta que el sueño acudiera a mi, me cobijase, esta noche aún no había pasado, y la lluvia iba y venía, y cuando parecía detenerse por completo, volvía a comenzar, hasta que, a las 2:51, reinó el silencio total... por unos segundos, pues un estruendo sonó en lo más profundo del cementerio, algo se quebró, sonó tan duro que lo pude oír dese mi ventana. Venía de la parte más profunda en él, donde estaba la lápida de mi difunta esposa.
Me puse zapatos rápidamente, ignoré que me encontraba en pijama, y el frío que suele hacer en la ciudad a esta hora, también ignoré que estaba enfermo. Todo coincidía con mis pesadillas. El instinto de encontrar la verdad suele ser un gran enemigo del hombre, si esta verdad, va más allá de la naturaleza.
Bajé rápidamente las escaleras del edificio, abrí la puerta, y entré al cementerio, las rejas oxidadas que suelen tener un gran candado estaban abiertas; obra de los profanadores de tumbas, pensé. Es muy común en esta ciudad, y época del año, que los satanistas entren a robar huesos para sus rituales. Pero este no era el hecho, no había nadie ahí, aparte de mi.
Corrí rápidamente hasta la parte de más atrás, donde estaba su tumba, el pasto húmedo era engañoso, y la tierra lodosa me atrapaba los pies, no podía moverme con facilidad, y las ansias crecían rápidamente. Como quien encara sus temores con una venda en los ojos; no sabes qué estás haciendo, pero sabes a qué te estás enfrentando.
La tierra parecía temblar al ritmo de mi corazón que latía fuertemente, y los búhos en los árboles miraban hacia mi con sus ojos brillantes como salidos de otra dimensión; también habían cuervos, era común verlos, pero no solían acercarse, aún así, me atacaron. Resbalé, me golpeé el rostro con una lápida, casi perdí el conocimiento, pero, a pesar del dolor me mantuve en pie.
Veía rojo, la sangre de mi cabeza había pasado por mis ojos, bajado hasta mis labios, y manchado mi cuello. Debía verme tétrico, pero no le di importancia a limpiarme, de todas formas nadie iba a verme.
Creo que era una herida demasiado profunda, no dejaba de sentir las gotas caer en el suelo, al menos esto detuvo un poco mi corazón acelerado, que de lo contrario, se habría salido del pecho. Tal vez la adrenalina me calmó un poco, pero, aturdido como estaba, no pude ver que el epitafio en su tumba ya no estaba, hasta que fue demasiado tarde.
Estuve parado en la tierra rodeada de Gardenias, tal vez por cinco minutos, o un poco más, con la mirada perdida, ya había llegado al final del cementerio pero no veía lo que estaba buscando, y estaba comenzando a marearme. Esto no era bueno.
Miré hacia el suelo, vi las gardenias marchitas y despedazadas, ahora también llenas de sangre. Puta mierda. ¿Qué estaba pasando? Ese sin duda era el lugar... sin embargo no había nada. Esto era distinto a mi sueño y sin embargo, demasiado parecido...
Ya pensaré en algo, me dije, y entorpecido por la belleza inexplicable de aquellas rosas muertas, me agaché a recoger los pétalos.
Tenía tres o cuatro pétalos en la mano, totalmente masacrados, como si mi sangre y la lluvia estancada fueran una especie de veneno, me perdí en ellos, y súbito, un estruendo rompió la noche, y literalmente, la tierra.
Una mano como salida del inframundo, clamando por mí, quien no era bienvenido en la tierra de los muertos, sujetó mi mano con una fuerza descomunal, era una mano putrefacta, la piel se sentía arrugada, como cuando tenemos la mano demasiado tiempo en agua, y la piel estaba podrida, en ese momento, sonó el cielo, respondiendo al llamado del cementerio, y un trueno iluminó el lugar, pude notar que, en efecto, era una mano que salía de la tumba. Tenía un color grisáceo con algunas partes verdes, muy pálidas. Mierda, mierda, mierda.
Su fuerza no era nada de este mundo, ni de ningún otro, tenía un agarre increíble, sentía que me rompía la muñeca. Me haló hacia el suelo, y mi cara se llenó de lodo, y la sangre que manaba de mi herida, mojaba el lugar, estaba en un charco de sangre, lluvia y lodo. Pero ese no era mi mayor problema, obviamente.
La mano hizo presión hacia abajo, y me fracturó la muñeca, pensé que todo había pasado, pero después de eso, la mano aferrada a la tierra, comenzó a emerger lo que estaba más allá.
Totalmente en silencio, casi a punto de entrar en shock, sin posibilidad alguna para gritar, vi salir de la tierra el resto del brazo, igualmente pútrido, el codo no tenía piel en él, era un hueso, lejos de ser blanco, y muy corroído. Después del primer brazo, salió el otro. Era el brazo derecho, y pude fijarme bien que en la mano, hacían falta dos falanges del dedo izquierdo. Los otros dedos tenían la piel podrida, casi cayéndose. Tragué saliva. Volvió a llover. El espectro dejó de hacer presión, corrí.
Me alejé tanto como pude de aquel lugar, tal vez no podía verme, no sabía, no importaba, de igual forma, mi mente estaba saturada de dudas, de muchos pensamientos, y de los impulsos nerviosos generados por el dolor en mi cabeza y mi mano fracturada.
El mareo era demasiado, volví a caer, perdí la consciencia por unos minutos. Cuando recobré el conocimiento, la lluvia había cesado, y la sangre también había parado de salir, de todas formas había perdido mucha. Toda mi camiseta estaba empapada, mi rostro estaba lleno de lodo, no era buen síntoma, se iba a infectar la herida, y no podía usar mi mano derecha. Mierda.
Me levanté lentamente, y, cuando comencé a alejarme con el paso torpe que tenía, un grito congeló mi sangre. Un grito gutural que envidiaría cualquier cantante de metal perforó el lugar, el cielo, un poco más despejado, me permitía ver mejor, y ya me había acostumbrado a la oscuridad. Cerca a un árbol, vi que el cadáver había salido por completo de su tumba, y podía hablar, gritar; de hecho. Lo hacía con ferocidad, era un grito de hambre.
Segundos después, el suelo comenzó a temblar, y cada ave que aún quedaba, voló tan rápido como pudo, ahora, no había ser vivo cerca a mi. Estaba solo. O más bien, acompañado de algo que volvió del más allá, algo que alguna vez besé en el altar.
De la tierra salieron brazos, de forma sincronizada, de cada tumba en el lugar, también comenzaron a emerger. Aún, parte de mí pensaba que era una broma, sin embargo mis ojos me mostraban lo contrario, y una vez más en shock, no me movía.
El Zombie avanzó hacia mi a una velocidad impresionante, cuando pude reaccionar, me sujetaba por el cuello en contra de un árbol, gritó una vez más y mis oídos sangraron. Mierda.
Su cabello se había caído casi por completo, y el que quedaba, ya no era negro, era gris, y se veía bastante maltratado, totalmente ausente de vida, como una antigua muñeca. Su nariz faltaba, no había nada allí aparte de un gran espacio negro, y la cara, era pálida, pero tenía muchas partes expuestas de carne, eran de un rojo opaco, que despedían un olor nauseabundo, sin duda los gusanos se habrían dado un festín.
El orificio del ojo izquierdo estaba totalmente vacío, temí que saliera un gusano de él. No pasó. El derecho, era totalmente blanco, carente de vida, de color, carente de absolutamente todo. Era la definición perfecta de ausencia, y aún así, sentía que apuntaba directamente a mi alma. El escaso cabello que quedaba cubría los orificios de los oídos, que también faltaban, y su quijada estaba desprendida. Aún así, y como por magnetismo, podía cerrarla y abrirla, de lo cual me di cuenta una vez volvió a rugir.
Era algo inhumano ciertamente, nadie podría hacerlo así. Su boca se había abierto al menos 15 centímetros. Faltaban la mayoría de los dientes, pero aún se conservaban los colmillos, incisivos, un par de pre molares, y 3 muelas. La nausea volvió a mi contemplando este espectáculo atroz.
El rugido duró casi 15 segundos, y a este paso, los demás ya estaban terminando de salir, como si se conociesen, se agrupaban en una horda.
Su lengua, estaba intacta, y aún había salivación. Puta mierda, qué cosa más rara. Había ausencia de piel y exposición de varios huesos en el resto del cuerpo, no pude ver mucho más, pues apenas acabó el rugido, y como con un instinto asesino, mordió mi brazo.
El dolor era brutal, nunca había sentido algo así, ni siquiera un perro mordía tan duro, estaba aferrada a mi, trataba de golpearla, sin embargo permanecía inmóvil, pesaba tan poco... y aún así tenía más fuerza que tres o cuatro hombres. Sus labios morados se llenaron de sangre y me desmallé del dolor.
Desperté en el suelo, el espectro tenía las manos al rededor de su rostro que estaba inclinado, con la espalda arqueada y 'mirando' hacia el cielo. Las manos encima de la cara dejaban gotear la sangre que había extraído de mi. La sangre la bañaba, y goteaba de la boca hasta el suelo directamente. Yo estaba a punto de morir, y los demás Zombies se habían aproximado lo suficiente para disfrutar de mi. Todos tenían aspecto similar, a algunos les faltaba un brazo, unos dedos; otros no tenían una pierna y se arrastraban. En todo caso, tenían un solo propósito: acabar con mi vida.
Traté de pararme y correr, no pude hacerlo, una mano agarró mi pierna, traté de arrastrarme, me aferraba a la vida con la fuerza que un roble se aferra a la tierra, me cogí con una mano del árbol para que no me halaran, dislocaron mi pierna. Todo estaba perdido, habían llegado hasta mi. Como hienas disfrutando de una nueva víctima me rodearon, sentí más de 5 bocas mordiéndome fuertemente, de forma sobrenatural, los gritos se ahogaban entre los rugidos inmortales de los Zombies; estaba desangrándome, mordieron mi mano, y de repente, cuando ya habían devorado casi todo de mi, se apartaron. Caminaban erráticos a la salida del cementerio, y pensé que podría morir en paz. Me equivoqué, aquella mujer que un día amé, ahora, como un monstruo, volvió a levantarme del cuello con un solo brazo. Estuve elevado unos veinte centímetros del suelo, la miraba fijamente al rostro ensangrentado, deseaba morir con prontitud, el dolor ya no era un factor relevante para mi. Mis sentidos estaban entorpecidos, la perdida de sangre y las mordidas me habían dejado al borde de la muerte, y ya me había desmayado un par de veces.
Después de un último rugido, me acercó a ella, y mordió mi cuello, mientras moría pensé: 'al fin voy a descansar...' pero fue un pensamiento que no duró demasiado, sabía que me iba a convertir en uno de ellos. Estaba condenado.
Cesó el flujo de sangre de mi cuello, y mis ojos perdieron su luz rápidamente, se cerraron... morí. Hubo silencio.
permanecí botado en el suelo del cementerio profanado por incontable tiempo, sin vida, sin sangre, sin calor; muerto.
...No está muerto quien yace eternamente; el silencio en el cementerio se profanó una vez más para dar inicio a una nueva masacre, de aquél que fue presa, y ahora es depredador; más allá de las leyes de la vida y los confines de la naturaleza.
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N/a: Una vez más, y porque quien es caballero repite, para la señorita Ale Leopard. ♥
sábado, 5 de marzo de 2011
Paralelo.
La luna nos enfría, es nuestra única forma de mantener la temperatura gélida de nuestros cuerpos, nos escondemos en las mañanas del sol, porque podría quemarnos. No, no somos vampiros. No somos bellos ni irreales, tampoco bebemos sangre, ni amamos con la pasión bizarra de un corazón que no palpita.
Nosotros no amamos, no sentimos, no lloramos. No soñamos, no dormimos, nosotros no vivimos. Estamos muertos, y deseamos seguirlo estando, es la muerte nuestra única realidad conocida, y no queremos adentrarnos en el mito de la vida.
El tiempo se nos pasa, acá en el inframundo, es una inexistencia tranquila, sin las aparatosas complicaciones de los cuentos que balbucean algunos, aquellos que hablan de la vida. Los llamamos abominaciones, ¿cómo puede existir tal cosa? Y sin embargo... al parecer cada día es menos mito, y más una horrenda realidad.
Lucía suele hablarme de ella, de la fantasía de estar vivo, respirar, amar, morir... yo no suelo prestarle atención. Prefería verla hablar, prestaba mucha atención a cómo se congelaba el aire alrededor de sus labios morados, a cómo se movía su garganta... a sus finas facciones, pálidas como la nieve, ni la misma muerte podría lucir tan bien como Lucía, ni la muerte, ni la luna... ni las montañas congeladas.
Muchos aparte de ella balbuceaban la idea de la vida, y en verdad, le temían. Hacían todo para permanecer muertos, para no llegar a ese trágico lugar, para no tener que respirar, ni comer, ni sangrar... la idea de las enfermedades y el amor nos aterrorizaba a todos. Y yo muchas veces creía estar vivo, pues cuando la mano de Lucía se topaba con la mía antes de volver a nuestras tumbas en el amanecer, sentía como si mi sangre fuese tibia y mi corazón tuviese pulso. Estás loco, eres un cadáver loco, me decía. La vida no existe, me decía; sin embargo si existía la calidez inexplicable que me producían sus manos, y el escalofrío en mi columna gangrenosa, cuando miraba en el vacío de sus ojos.
La muerte a veces era aburrida y monótona. Pero es porque, no agradecemos lo que tenemos, y no hablamos con otros muertos muy usualmente. No nos decimos cosas 'bonitas' porque es asunto de vivos y con ellos no hay que meterse, dicen.
Pero si pudiera hablarle a alguien alguna vez, un poco más allá de lo cotidiano de estar muerto, a un visitante, lo llevaría de paseo por las montañas de hielo, tan frías y solitarias, y llenas de neblina... y tan difíciles de escalar, tan indomables y salvajes; tan muertas...
Tenemos también, acá en el inframundo, un jardín de rosas marchitas, rodeado por bancas de madera corroída, y árboles de otoño sin hojas, pero las hojas están, cubren el suelo árido en el que lo construimos, tienen colores no muy vistos por acá, incluso si están muertas... 'siguen llenas de vida' dice Lucía. Las flores son de varios colores, violetas, rojos, algunas blancas, y claro, todas están decoradas por el delicado toque de todo lo que es conocido en este lugar, el veneno que respiramos, que está en las aguas estancadas de nuestros lagos, en las copas de los poetas muertos, en cada página de los libros malditos; y en los labios de Lucía.
Hoy, salí de mi tumba, y la luna apenas estaba naciendo, estaba temprano en la noche, y no había estrellas. Las estrellas me fastidian si están llenas de luz, son como pequeños soles. Caminé un poco por el lugar, y jugué con las hojas secas, jugué con los animales muertos, con los cisnes sin alas, y esparcí las cenizas de los huesos de aquellos que se desintegraron, todo estaba muy normal y monótono, excepto que al llegar al lago, encontré a Lucía incinerada, con una nota en sus manos que decía 'Me quemo, pues me he cansado de la muerte. Iré a sufrir y a ser corroída, a sentir el oxido y el oxigeno, y a probar el sabor de la sangre. Me voy porque no puedo seguir más acá, me voy; pues quiero explorar lo desconocido, a darle la mano a la vida, a sentir el amor, a romper mi corazón... Me voy, pues cada vez que sale el sol, desearía que una parte de mi pudiese sentirlo sin temerle... me voy, pues sé que en algún momento, el vacío de mis ojos estuvo lleno. Adiós.'
Y por primera vez, tuve un sentimiento muy humano... por primera vez, pude entender en su magnitud el significado de soledad. Vi en ese momento, que incluso en la muerte hay vida, y que si en verdad existen los vivos, ellos también están muertos por dentro.
N/a: Dedicado a la señorita Ale Leopard. :3
viernes, 4 de marzo de 2011
Tres de la mañana.
Tres de la mañana. Desperté. Siempre despierto en esa hora en mis sueños, y cuando despierto en la realidad, siempre me cuestiono con una taza de café, ¿por qué las tres de la mañana? No tienen nada de especial, es una hora muerta; estéril. Nada pasa, nada suena. Ni siquiera es media noche, no hay pensamientos perdidos, no hay sentimientos que llegan con horas de retraso. No hay absolutamente nada.
...así pasan los días, hasta hoy, que desperté de verdad.
Y no, no pude volverme a dormir, no intenté mucho, de hecho no fue más de un cuarto de hora, nunca me gustó dar vueltas en la cama sin propósito alguno. Las sabanas simplemente no me iban a permitir estar cómodo, y me paré.
Todo estaba frío, la madrugada misma se estaba congelando, lo sentía en mis pies entumecidos, lo sentía en el escalofrío que recorría mi espalda y en el viento gélido que pasaba por mis oídos y mis labios.
Caminé por todo el desolado lugar, con la extraña sensación que era un vampiro, que mi tiempo había pasado siglos atrás, como un viejo reloj en una casa moderna... como adorar a un Dios pagano en un pueblo católico, como un maniático despierto muy temprano en la madrugada caminando errático sin razón alguna. Ese maniático era yo.
Pero yo no era un vampiro, no era un demonio, no era un licano, no era un cadáver, no era un fantasma, no era un recuerdo, yo no era nada. Tal vez un simple humano... pero estaba muy lejos de serlo, y aún más lejos de ser incorpóreo. Era un cuadro en blanco en su mínima expresión. Yo era el aire que se respira a las tres de la mañana, que pasa por ahí sin ser notado. Que se va sin ser notado. Que nadie excepto yo puede decir que existe en este preciso momento. Pero nadie más que él puede testificar mi existencia.
Somos la nada y en la nada divagamos.
Después de acostumbrarme al frío, y a la oscuridad, y al dolor por los golpes en mis piernas con los objetos en la habitación que recibí antes de acostumbrarme a la oscuridad, caminé por toda la casa, y abrí las cortinas, y recordé que tenía ventanas. Vi por las ventanas, cinco minutos, diez minutos, después de eso ya no eran ventanas, eran un espejo de mi alma, y mi alma eran las calles. Las calles vacías, con indigentes, con animales callejeros que nadie quiere, con las hojas muertas de los árboles y la lluvia caída en horas más gráciles, en resumen, un lugar casi vacío, tan solo ocupado por todo aquello que la gente, incluso yo, prefiere evitar.
Pero que no es como el cuadro blanco, que al contrario, es más negro cada vez.
Me aparté de la imagen deprimente de la ventana, pero no cerré las cortinas. Soy perezoso. Soy olvidadizo para todo aquello que es importante para mi, soy mi enemigo, mi propio obstáculo, la meta demasiado alta para alcanzar. Soy aquél que, también es egoísta y posesivo, y por eso no ha muerto, pues no va a dejar de poseer a la vida.
Soy el único realmente dueño de su vida, soy aquél, que es vida y es muerte, y también es agua estancada. Soy las algas de la marea roja que matan lo que está a su alrededor. Soy el veneno para ratones que toman los hijos de las madres descuidadas; para ser más venenoso, debo ser mas tóxico, y para intoxicarme, ¿qué mejor que un cigarro?
Caminé hasta el comedor, cogí la caja de piel-roja, saqué un cigarrillo, siempre por el lado contrario, que se consuma como mi vida: del final hasta el principio. Yo, al igual que el indio, muero quemado primero, y me entierro en mis cenizas.
Cogí un cerillo, uno de esos de madera que suelen partirse, y después de gastar tres, te quemas el dedo. ¡Oh! Sorpresa. Prendió a la primera. Me quemé de todas formas. Encendí el cigarro quemándome las cejas con la llama de la cerilla, maldije mentalmente durante el proceso, y después boté la cerilla a donde cayera, sincronizada con la primer bocanada de humo, humo gris y vacío, con un olor que marea; el particular aroma del pielroja que tiene un toque muy particular mezclándose con el de los libros viejos. Ese olor que todos odian, que es demasiado fuerte, que hace que todos lo odien. Es una de las cosas que me gusta de esa marca en particular; el que no tiene filtro. El otro es para maricas.
Caminé lentamente hasta una silla. No estaba cansado, pero quería sentarme. Soy un hombre sedentario, que básicamente, no hace nada con su vida. Pensé en eso mientras me sentaba, y después de unas bocanadas más, vino el típico dolor en la garganta, es otra de las cosas que me gustan del pielroja. Siempre hace que esté de mal humor. Si no me quemo, me trago parte del tabaco, o me duele la garganta, o me regaña la mujer con quien salgo por su olor. Sumándose a la característica charla de todos de 'el tabaco te va a matar'. Es falso, la vida te va a matar. ¿Recuerdan? Yo poseo la vida, soy yo quien se deshace de ella.
-Escucha nena, no eres tú, soy yo. En realidad es alguien más. El otro día conocí a la Muerte, y, ella es más linda que tú, más arriesgada, más misteriosa. Esto ha durado mucho tiempo y creo que es lo mejor para los dos. Espero que sigamos siendo amigos, no importa si no me entiendes ahora, Adiós. - O algo así pensé que le iba a decir. Desvarío.
Pasados diez minutos, el cigarro también murió. No sin antes quemarme los dedos. Volví a maldecir. Estaba mareado, volvía a sentir el sueño... pensaba con claridad y eso era malo, hacemos las peores estupideces en estado de lucidez. Podría hasta pensar en rehacer mi camino, y limpiar mi alma, dejarla tan hipócritamente transparente como todos desearían verla... aunque a mi me guste oscura. Sería el perro de los deseos ajenos, y nunca se haría mi voluntad, ni en la tierra, ni en el infierno. Era momento de volver a la cama, a maldecir a las sabanas. A maldecir a la almohada, a maldecir el tiempo, y la distancia, y la ausencia, y el desgano, y al deseo. A pensar que el amor no existe, y a sentirme enamorado de aquella chica de piel muy pálida, y sentir como las hormonas me juegan malas pasadas.
Pisé la ceniza en el suelo, como piso mis sueños cada día, y me acerqué a la ventana a ver nuevamente lo que sé que no está ahí, y solo había neblina. La calle estaba llena de aire condensado como está llena mi alma del humo del cigarrillo. Deseé ver lluvia ácida, para hacer una analogía a las drogas y el alcohol que suelen ahogarla de vez en cuando. No pasó. No pasa nada de lo que deseo, y por eso deseo muchas cosas, de esa forma todo sigue igual, pues es lo único que realmente no deseo. Qué mierdero.
Cerré las cortinas, me volví a golpear con todo, volví a perder el sueño, y me volví a acostar, y una vez pude dormirme, soñé con ella, que éramos Sven y Amarilla y nos embriagábamos con vodka en una playa inexistente, que eramos bohemios en París y bebíamos vino barato haciendo poesía aún peor que la mía hasta la madrugada; que eramos perros persiguiendo gatos... fuimos leones devorando humanos, y fuimos humanos comiendo sueños.
Soñé que ella no existía, y no tenía que contradecir mis palabras sobre la bioquímica del amor cada vez que pensaba en ella. Deseé no despertar, para vivir en un mundo sin ella, por siempre extrañando algo que no existe... en ese momento desperté; desperté pensando en ella.
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