Había una vez una mariposa, era una mariposa negra que se confundía en la oscuridad de la noche. Ella quería brillar, anhelaba ser como las luciérnagas, volaba cerca de la luna, pero nada lograba sacarla de la oscuridad.
La mariposa había nacido creada de la tristeza y los deseos frustrados, cuando volaba, de sus alas salía polvo de sueños rotos, así pues, siempre que ella pasaba cerca de las personas, la luz de sus ojos se apagaban, pues estaban cubiertos por el manto de tristeza que ella portaba.
La mariposa era inmortal, la tristeza la mantenía viva, el vacío en las almas de las personas la alimentaba.
Así fue pasando su existencia de agonía, hasta el día en que se comenzó a usar la electricidad en las calles. La mariposa salió de su guarida en la caverna de los murciélagos, y se encaminó a la ciudad buscando algo que la pudiese iluminar, y entonces vio que las farolas sí estaban a su alcance, y posó sus patas en ella; el calor la comenzó a quemar, y mientras se quemaba, aleteó fuertemente, del cielo cayeron sus partes incineradas brindándole por primera vez felicidad a quienes estaban debajo de ella, pues, mientras moría, por fin cumplió su deseo de estar llena de luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario