La noche pasó rápida, y ellos olvidaron cerrar las persianas, una vez el sol ganó suficiente altura en el firmamento, sus ondas se filtraron a través de las rendijas, y sus ojos se expusieron a la luz, despertándose al tiempo, con una ligera mueca somnolienta, y un gran gesto de satisfacción.
Él comenzó a pasar sus dedos por el rostro de ella, y le dio un beso en la sien, dándole los buenos días, ella lo abrazó. Pasaron unos minutos, y ella volvió a poner su cabeza, en el hombro de él, mientras los dos estaban somnolientos, él pasaba sus dedos sobre el cabello rojo y ondulado de su amante, daba círculos en el, muy suavemente, y ella de vez en cuando ronroneaba, como un gato.
Permanecieron así unos minutos, sin pronunciar palabra, ella pasaba su dedo índice por el pecho de él, que dormía desnudo, menos por las medias, el resto de su torso estaba apenas tapado con una sábana, era una sábana negra comprada la semana anterior.
Sus miradas se cruzaron, y entonces, dijo él titubeando: -¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti?
-¿Qué es lo que más te gusta de mí? -preguntó ella adormecida.
-Soñar contigo.
Ella sonrió con los ojos entrecerrados, y se aferró más a él.
-¿Sabes qué me entristece un poco, sin embargo?
-¿Qué? -Dijo ella.
-El saber que son solo sueños, y así será para siempre...
-No tiene por qué ser así, yo estaría feliz de cumplir todos tus sueños.
-¿En serio? -se pregunto él, bastante sorprendido.
-Por supuesto, cualquier cosa, solo con una condición -sostuvo el aire, y suspiró, mirándolo juguetonamente-, no debes decirme cuál es tu sueño.
En el rostro de él se formó una sonrisa, un poco rota, y un poco demente, se mezclaba, sin embargo, con total éxito con aquella expresión de satisfacción que tenían los dos cuando despertaron.
Él dio media vuelta en la cama, mirando hacia la mesa de noche, y ella besó su espalda. -Tapa tus ojos, con las manos- dijo él, y ella le hizo caso, sin preguntar. Él la besó en los labios, y como por obra de un arquitecto, construyó en su rostro la mayor sonrisa que ella hubiese concebido en toda su vida, y en verdad, no habría nunca, una sonrisa más sincera que esa, hasta el final de sus tiempos...
-No vayas a hacer trampa -dijo él, parándose de la cama muy despacio, mientras la miraba inquieto. Ella hizo un gesto con el rostro, aún con sus finos dedos cubriéndolo, indicándole que no se movería ni un centímetro. Él suspiró, y muy lentamente, sacó un revolver del cajón de la mesita, estaba previamente cargado.
Con mucho cuidado de no hacer ninguna especie de ruido, en el suelo de madera, dio dos pasos hacia atrás, mirándola a ella, que seguía sonriendo, como si se hubiese congelado en el tiempo.
-Retira las manos de tu rostro, muy lentamente, sin abrir los ojos, mi ángel -dijo él, ella obedeció sin pronunciar palabra, y cambiando la sonrisa por un pequeño gesto de pícara curiosidad, como un niño abriendo un regalo en navidad.
Él apuntó, y unos segundos después, pronunció las palabras mágicas: "Abre los ojos, mi ángel", y una vez más, ella obedeció, muy lentamente.
Una vez ubicó a su amado, a dos pasos de la cama, con el arma en las manos, su sonrisa inocente e inmaculada se transformó en un gesto de duda y desesperación, gritando, sin moverse ni un centimetro. Él, disparó sin dudar. La cándida figura de la mujer con quien convivía desde que tenía memoria, no existía más, y no era otra cosa, ahora, que un cadáver, con una bala justo en donde él la había besado más temprano en la mañana.
En cuanto a las paredes blancas de la habitación, y las persianas de madera, al igual que aquella mujer, dejaron de ser inmaculadas, y se tiñeron de forma errática, por aquél carmesí tibio y honesto de alguien cuyo único deseo en vida, fue hacer feliz al hombre que acababa de matarla, quien ahora, lloraba, desquiciado, por una felicidad tan grande que desfiguraba su rostro, y pronunció, con voz titubeante: Lo que más me gustó de ti, fue poder soñar contigo, pues sabía que tu amor ciego haría realidad mis más retorcidos sueños.
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