jueves, 13 de enero de 2011

Memorias perdidas en el Palantir

Dentro de las profundidades infernales de Moria, adentro, donde nadie se había aproximado antes, muy cerca del magma fundido que rodeaba el cráneo de un Barlog que cayó hace mucho tiempo, un Palantir se ocultaba. Fue después de la destrucción del anillo cuando todo en la tierra retumbó y la piedra vidente se puso en camino.
Pasó cerca de los imponentes ríos de lava, al igual que una vez lo hizo el anillo único, descendió hasta encontrar una salida, y se encaminó hacia las afueras de la montaña.
Estuvo ahí durante incontables lunas, a la intemperie: como cobijado por un manto élfico, nadie podía verlo; ninguna criatura miraba lo suficientemente profundo... Una vez más, cosas que no debieron olvidarse pasaron a ser recuerdo. 6 de los palantiri estaban desaparecidos; en la paz de los nuevos días ya no eran de utilidad.

Inviernos después, fue cuando Frodo, hijo de Samsagaz Gamyi, el primer barón y segundo hijo, en sus viajes, encontró un objeto brillante a la orilla del Anduin, a apenas dos días de la entrada de Fangorn.
Preocupado por ojos curiosos en el cielo, y por nubes aproximándose, guardó la pesada piedra opaca pero con una luz intensa en el centro, y siguió su viaje. Fue hasta un mes después, cuando, descansando en Esgaroth decidió abrir la maleta.

'Cosas que fueron, cosas que son... y cosas que serán' dijo alguna vez la dama Galadriel cuando le mostró a Frodo, hijo de Drogo y Prímula, la imagen en el manantial, en los días oscuros de la comunidad del anillo.

Cuando miró en él, una luz como un sol adentro de un huracán inundó sus ojos. Quedó absorto ante la maravillosa y caótica visión. Después la oscuridad lo absorbió, y dentro de la bruma, fue transportado a una imagen que pronto tomó forma.

Fue en la tercera edad media, la visión de una gran sombra llevando una manta negra, desgarrada y corroída se posesionó de sus ojos. Vio dentro de la sombra, unos ojos rojos como estrellas ensangrentadas, como quien mirase a la muerte en todo su esplendor. No se veía más. Tan negro como las nubes de Mordor era aquél espectro, caminaba lentamente y todo a su paso se llenaba de tristeza. Su fuerte respiración asustaba a las aves que, en terror, huían a su paso. Su pesada armadura marcaba huellas en la tierra, no crecería nada en cada lugar que él había pisado.
Llevaba en su mano una espada larga y muy afilada. El aire sonaba a su paso como si lo cortase, y una pesada atmósfera se sentía en derredor.
Cuando la pálida luna asomó su gracia, cerca de los ojos se pudo ver un yelmo. Tenía la forma de los ojos, y una vez más, ni rastro de su cara. Afiladas púas salían de él, y un gran cuerno lo decoraba, terrible y poderoso.

Tierras cuyo nombre se había perdido mucho tiempo atrás eran las que él caminaba. Llegó a una ciudad abandonada, y entró sin la menor preocupación. Subió hasta lo más alto en el castillo, y llegó por fin al lugar que buscaba.
Fue en un gran salón lleno de libros, donde Alatar moraba, su gran capa azul contrastaba con la oscuridad del lugar. Junto al octavo Palantir se encontraba y las imagenes de Mordor se reflejaban en él.
Descuidado y desprotegido, Alatar no esperaba la llegada del rey brujo Angmar.

Rápido como una sombra se aproximó a el, y con su larga espada, atacó su báculo, dejándolo desprotegido. El gran poder de Sauron se acumulaba en su espada, y el hálito negro acompañado por un cántico en la lengua negra, le daban un poder inimaginable. El Istari no pudo hacer nada, la oscuridad lo consumía...
Un gran grito tan agudo como dos espadas chocando se escuchó saliendo del espectro. El Istari se retorcía de dolor. Era grande su poder pero en la oscuridad no era rival para el líder de los Nazgûl; que potenciado por el recuerdo del anillo, le brindaría un final próximo...

Como una estela de luz en la oscuridad, y una vez más cortando el viento, su larga espada quebrantó el trémulo aire profanado por el hálito, y se encaminó hacia el mago sin titubear...

Cortó sus vestiduras a la mitad y una armadura élfica que ocultaba tras su manto azul. Su pecho quedó desprotegido, pero la espada del Nazgûl fue quebrada por la magia de la hermosa Galadriel, que bendecía al noble mago.

Alatar suspiro pues creyó que todo había pasado... pero como una estrella fugaz seguida por un parpadeo, el rey brujo sacó una daga, con la cual perforó su corazón.
La sangre fluía de la herida mientras la hoja se volvía polvo, la magia oscura habitaba en la herida y el mago se debilitaba. La habitación con forma de hexágono se llenaba de una extraña neblina mientas las hojas de los libros se desprendían por el viento... el aleteo de un espectro alado se escuchaba en la parte de más arriba, los 8 habían llegado a secundar a su líder.

El mago se retorcía de dolor y la magia de Mordor hacía efecto en él. Con sus últimas fuerzas conscientes trató de escapar, pero era demasiado tarde... rápidamente las otras 7 espadas apuñalaron al Istari.
Aún quedaban alientos en él, la bendición de los elfos prolongaba su agonía... la sangre sagrada caía en el suelo, era profanada por el hálito de los espectros.
Lentamente y sin titubear, Khamûl salió de la tiniebla en la que estaba, en la puerta de la habitación, y desenfundando un hacha con runas en la lengua negra, decapitó al mago moribundo.

El lugar dejó de ser sagrado, la gran biblioteca estaba llena de sangre, las alas de los espectros destruían el lugar... los chillidos de victoria lo volvían terrorífico. Una vez terminada la labor, y habiendo cogido el Palantir, salieron del lugar abandonado.

Los otros 4 Istari sintieron profundo en su corazón como Alagar había muerto, acompañando en la bruma a Pallando, quien había muerto la luna anterior.
Así pues, los magos azules fracasaron en el Este.

La visión se hizo clara otra vez y Frodo salió de su trance. Ya había amanecido. Con lagrimas y perturbado, y con las manos en su cabeza, quedó impactado para siempre por lo que había visto en esa habitación.
Profundo y enterrado en la historia de la tercera edad, observó en secreto, las memorias perdidas en el Palantir.

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