El cielo se encontraba despejado, no había una sola nube en él, la luna ya resplandecía, siempre se aproximaba a mi, siempre sabía qué iba a pasar mucho tiempo antes que sucediera. Era una gran luna llena escarlata, tenía el color de la sangre. Sabía que esta noche alguien más iba a morir.
Como una sombra caminé sin atraer mirada alguna en las frías y solitarias calles de Londres.
Nada llamó mi atención esta vez, no había nada fuera de lo común. Mujeres tristes, borrachos... los árboles.
Deambulé alrededor de una hora por la ciudad. ¿Sería una equivocación? ¿Acaso existía otro como yo, otro ángel de la oscuridad? No... era imposible, no fui el primero, pero estaba seguro que había sido el último. El único sobreviviente, a quien el tiempo no llevó a la muerte, a quien el tiempo no le causó la desesperación suficiente para ser quemado por el sol.
Perdido en mis pensamientos, por fin vi algo que llamó mi atención. Era una mujer que caminaba sola. Por su contextura y estatura deduje que tendría quince o diecisiete años... Era apenas una niña, y aún así nada me había atraído tanto desde la noche en que drené a mi prometida, tres siglos atrás.
Tenía la piel demasiado pálida... parecía que estuviese muerta, estaba de espalda a mi, solo veía sus brazos y piernas, su fino cabello café que llegaba hasta unos centímetros más allá del cuello cubría su nuca...
Como guiado por una voz que habitaba en mi mente me dirigí a ella sin importarme si mis pasos ya no eran delicados, si todos podían verme; si prenderían llamas en mi presencia y me llevarían a la muerte en una hoguera. Solo esa imagen como onírica e irreal importaba ahora. Solo aquella musa que parecía de otra realidad.
Sin que ella lo notase posé mi mano derecha sobre sus labios para que no gritara y la llevé a lo alto de un edificio de un solo salto. No pesaba nada... parecía una pluma a mis manos gélidas e inmortales, y en cambio sus labios estaban tan cálidos que me estremecí.
La sangre dejó de importar por un momento, sus labios me hechizaron, y algo como humano, como mortal... como bohemio renació en mi y la besé por un leve instante. Nunca habían sentido mis labios una sensación igual. Era como si besara la esencia misma de la vida.
Un instante después resurgió el monstruo que siempre fui, y mis labios se separaron de los de ella, observé su fino rostro como si de la diosa de la belleza se tratase y me perdí en la inmensidad de sus ojos de nether y estrellas. Como la perla más rara del universo.
Cuando reaccioné me dirigí a la pálida piel de su cuello, mis afilados colmillos perforaron en él como si una hoja de acero ardiendo tocase levemente el hielo polar.
El liquido arcano de su vida fluía por mis labios, se sentía dulce y mágico, como nada lo había sido antes en estos seiscientos años. Seguí bebiendo sin parar, estaba loco de placer, de lujuria... su corazón latía frenético aferrándose a la vida; estaba sincronizado con el mío; aunque perdía intensidad lentamente.... pronto la iba a matar y lo sabía, me aterraba la idea, pero por otro lado el éxtasis era demasiado grande. Demasiado intenso. Ella suspiró. Apretó con sus finas manos las mías fuertemente, pero no fue algo brusco; de hecho fue pasional. Mientras las ultimas gotas de aquél elixir carmesí corrían por mis labios y me llenaban de poder, de una nueva vida, me llenaban de su esencia, ella se soltó de mi con una fuerza inexplicable, casi tan pálida como la nieve se encontraba ahora... con sus labios llenos de sangre y el brillo de sus ojos desvaneciéndose, mientras los míos se iluminaban por las llamas del infierno, acercó sus labios a los míos y me dio un último beso sangriento. Después cayó muerta.
Estuve de pie frente a su cadáver por tiempo indefinido, corrió lluvia y limpió su herida. Eran las gotas más frías que había sentido... Como si el cielo llorase por su ángel caído, y le reclamase al infierno mi alma. Como el más grande hereje, como la blasfemia más grande...
Yo estupefacto solo miré a sus ojos extintos, a sus labios morados por el frío y con la sangre que aún no se desmanchaba.
Sentí que pronto saldría el sol pero no le di importancia, seguí contemplándola de todas formas. Entonces, el primer rayo de sol quemó mi rostro, y después el resto de mi cuerpo; ahí permanecí por toda la eternidad. Muerto junto a ella, mientras el cielo tocaba el requiem efímero del lamento del vampiro.
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