N/a: Está dedicado a Teff<3 y el título lo saqué de Therion.
Soñé que despertaba, y estaba vivo. Que me levantaba de aquella cama en el hospital descuidado, que mis pies tenían vitalidad, y yo me sentía enérgico. Que caminaba con los pies descalzos, salía del lugar que se había destruido mientras me encontraba en coma, lo dejaba atrás, y a mi paso crecía el césped y me hacía cosquillas en los pies.
Soñé que los árboles crecían y de ellos caían frutas que se estrellaban con el suelo y perfumaban todo con su fragancia, seguía caminando mientras inhalaba aquél aroma, me sentía un poco embriagado, y los cítricos me hacían pensar en vodka: seguí caminando, encontré vodka un poco más allá, a la entrada de una vereda, la tierra era suave; mis pies se hundían en ella, la madre tierra me acariciaba. Tenía total libertad de mis movimientos: todo mi ser era libre, el planeta estaba desolado, parecía una especie de Nirvana, sin embargo sabía que estaba soñando porque la sensación de vacío que nació junto a mí, también había muerto, y si ella no estaba, nada era verdad. Sin embargo el sosiego que sentía en aquella vereda que se prolongaba hasta más allá de donde llegaba la vista, me alejaba de cualquier pena que pudiese sentir mi consciencia en este sueño lúcido.
Después de horas de caminar por la vereda, llegué a una pradera que tenía un abismo, con un pequeño puente que se veía bastante dañado, pero nada más me podía pasar, no podría sentir dolor alguno: avancé.
Al terminar de cruzar el puente llegué a una pradera, y en dicha pradera se mezclaban los colores en el cielo, la briza caía muy suave acariciándome todo el cuerpo, yo pasaba los dedos por mi cabello que, al contacto con el agua, dejaba de ser gris y retomaba su color negro original; lo mismo pasaba con todo mi cuerpo, las arrugas se iban poco a poco, mi barba perdía su grosor, volvía a ser muy delgada, ya no era gris oscura, y aquellos pequeños rastros de un extraño color rojizo, volvieron a mezclarse entre la oscuridad de ella. Mi piel perdía sus heridas, sus arrugas, recobraba la suavidad, y mis ojos ya no estaban cansados.
Estaba estupefacto, y cerré los ojos. Cuando los abrí, vi que de la mezcla de colores se volvía humo, y se mezclaba con las nubes, todo el cielo se teñía, y después caía en gotas de lluvia al césped que a su contacto, generaba un arcoíris. Sonaron truenos, todo se volvió oscuro por unos segundos, y cuando la bruma se diluyó, salió la luna eclipsada por el sol, en la mitad del día, soltando destellos de color naranja, haciendo que las flores giraran hacia dicha dirección, llenando todo de vida.
Bebía del vodka que se había impregnado del aroma de los cítricos dándole un sabor muy agradable, observaba el paisaje, y después de suspirar, el suelo se abrió debajo de mis pies, creando un nuevo abismo por el cual caí, y cuando me sentí caer al igual que en la realidad, desperté. No sé si era el término correcto, pues, al despertar, me di cuenta que simplemente era un cadáver, y aquél Nirvana donde me encontraba era simplemente una visualización lúcida de aquél lugar donde un alma tan pútrida y corroída como la mía, que habitó por muchos años en un cuerpo profanado, nunca podría estar.
lunes, 25 de abril de 2011
sábado, 23 de abril de 2011
The fields ov Aqert.
Khrevsu tvahyu gradu tore, khrevsu kvatro midvhu piedhvro, khrevsu Kristo midhvu vhradro, medvro vhtrienn utrah vreghgrho
¿deidad?
-Dios sabe cómo hace sus cosas. -Dijo un humano.
Estaba quedándome dormido en mi trono, cuando oí aquellas palabras que, por su condición particular, atrajeron mi atención. La ironía esbozó una sonrisa en mi rostro, salió veneno gaseoso de mis fosas nasales, vi desde mi trono en la cima del mundo, cómo, absolutamente todo me pertenecía. Alcé la mirada, y vi el cielo rojizo, sus colores ardientes y sus nubes de azufre. Sentí los débiles intentos del sol por traspasar la densa atmósfera corroída de este planeta moribundo, me dejé llevar por el olor de la putrescina, intercalándose a la cadaverina.
La raza bastarda se estaba extinguiendo, en lo que, supongo, ellos llamaron apocalipsis. Los pocos que seguían aferrados a su fe inservible y obsoleta, no paraban de hacer comentarios hipócritas sobre como, su Dios los salvaría, aunque en el fondo de su alma sabían que iban a convertirse en carne pútrida; más pútrida, en todo caso.
El cielo enrojecido reflejaba el fuego en mis ojos, mientras tanto, a mis pies, estaba mi padre. Aquél Dios al que ellos le rezaban, me suplicaba de rodillas por regresar a aquellos días en el que el equilibrio entre el bien y el mal aún existían. Yo lo dejaba humillarse, mientras su bastarda creación se extinguía poco a poco, y yo le recordaba aún sonriente, como, por su soberbia, se vieron obligados a abandonar su tierra prometida y adentrarse en la embriagadora lujuria de la oscuridad.
Estaba quedándome dormido en mi trono, cuando oí aquellas palabras que, por su condición particular, atrajeron mi atención. La ironía esbozó una sonrisa en mi rostro, salió veneno gaseoso de mis fosas nasales, vi desde mi trono en la cima del mundo, cómo, absolutamente todo me pertenecía. Alcé la mirada, y vi el cielo rojizo, sus colores ardientes y sus nubes de azufre. Sentí los débiles intentos del sol por traspasar la densa atmósfera corroída de este planeta moribundo, me dejé llevar por el olor de la putrescina, intercalándose a la cadaverina.
La raza bastarda se estaba extinguiendo, en lo que, supongo, ellos llamaron apocalipsis. Los pocos que seguían aferrados a su fe inservible y obsoleta, no paraban de hacer comentarios hipócritas sobre como, su Dios los salvaría, aunque en el fondo de su alma sabían que iban a convertirse en carne pútrida; más pútrida, en todo caso.
El cielo enrojecido reflejaba el fuego en mis ojos, mientras tanto, a mis pies, estaba mi padre. Aquél Dios al que ellos le rezaban, me suplicaba de rodillas por regresar a aquellos días en el que el equilibrio entre el bien y el mal aún existían. Yo lo dejaba humillarse, mientras su bastarda creación se extinguía poco a poco, y yo le recordaba aún sonriente, como, por su soberbia, se vieron obligados a abandonar su tierra prometida y adentrarse en la embriagadora lujuria de la oscuridad.
lunes, 18 de abril de 2011
Doppelgänger
N/a: Quiero que sepan que escribí esto mientras escuchaba a http://nyan.cat/ por ende, podría no tener coherencia alguna. Y me disculpo por eso.
Después del último corte, me aparté con sutileza. No quiero arruinar mi traje, no es fácil conseguir atuendos en esta época, la depresión ataca Alemania. Lo último que quiero es, que mi pasión me lleve a la penuria. Porque en todo caso, la una existe para acabar con la otra.
Unas gotas de sangre salpicaron en mi bota. No importa, la lluvia la diluirá hasta que no haya rastro alguno de ella.
Las calles de Múnich, tenían una fascinación inexplicable. Me hechizaban. Especialmente si, como en este momento, se encontraban vacías. Así debía ser en una madrugada lluviosa, supongo; eso pasaba por mi mente mientras, con un pañuelo de seda blanco, limpiaba mi daga. Siempre era el mismo procedimiento: cortes en arterias, con la misma daga, untada del mismo veneno que paralizaba a las personas, y después la limpiaba para que no se atrofiara con la sangre. Mientras pasaba el pañuelo, miraba a la víctima.
Sus ojos siempre mostraban alguna expresión característica, siempre la misma; tristeza, mezclada con duda y desesperación. Y es que todos los que habían muerto bajo mi daga tenían algo en común: eran amigos muy cercanos a mí, más que algunos familiares, o eran familiares, en efecto. No sentía nada además de placer, veces satisfacción.
No tengo recuerdo alguno, de lo que era mi vida, antes de hace 6 meses. Nada, a parte de mis víctimas. Sabía todo acerca de ellos, sin embargo, no había una sola imagen en la que yo estuviese presente. Sabía donde vivía, pero preferí no volver. Nunca los volví a ver, y al parecer ellos no estaban molestos con dicha situación: de todos los que he asesinado, ninguno se mostró sorprendido al verme, pero cuando sintieron su carne desgarrarse, la cara de duda se apoderó de ellos. Las lagrimas corrieron por su rostro. Estoy seguro que si hubiesen podido hablar, sus gritos desesperados habrían destrozado mis oídos, y los de ellos también.
Una vez acabé de limpiar mi daga, la guardé, y, me agaché con mucho cuidado. Deposité junto a mi moribunda madre, una rosa blanca, para que se tiñera con su sangre. Una lágrima inexplicable, hecha con sangre y veneno, salió de mi rostro, tiñendo el corazón de la rosa, cuando estuvo cerca a su cuello, ya estaba marchita, como mi vida misma, una rosa muerta, para mis recuerdos muertos, y para el último vínculo que tenía con este mundo: mi madre. Pues, solo quedaba ella: ya los había matado a todos, y solo hasta este momento, el placer se mezcló con amargura, la cual se desvaneció con la sangre que corría diluida con lluvia.
Me paré, y con la frente en alto, di media vuelta. Allá a más o menos 20 pasos, se encontraba una figura muy familiar para mí. Dicha imagen, era yo. Yo me miraba a lo lejos. Yo tenía el rostro desfigurado. Yo trataba de procesar la escena en mi mente, sin éxito. Yo me veía a mí mismo después de haber matado a mi madre. Yo acababa de matar a mi madre. Yo me estaba mirando mientras yo descubría que yo estaba al frente de mis ojos. Yo estaba desconcertado, y quería una explicación. El yo que estaba lejos de mí, se acercaba, con paso constante y odio mortal. Yo, y mi otro yo, irradiábamos muerte de los ojos. Yo por generarla, y él por observarse generándola. Yo, no sabía cuánto tiempo llevaba yo parado observando todo. Yo, solo tenía una respuesta. Aquél parte de mí que tenía una daga y había acabado con todo lo que había tenido desde mi nacimiento, era en realidad un Doppelgänger. Yo era el otro yo, y había acabado con la vida de alguien que, ahora, y a manos de sí mismo, ya no tenía absolutamente nada, a parte de la mirada perdida del cadáver de su madre, que seguía desangrándose bajo la lluvia...
N/a número dos:
Dedicado a:
Teff, pues es mi clon.
Ana, pues a ella le gusta este tema, y supongo que, querrá ver una versión mía de él (Aunque suene presuntuoso, y probablemente lo sea)
por último (pero no menos importante (?)) a Naoko & Leopard, porque siempre leen cada cosa que escribo, y generalmente escribo para ellas, en esta noche de lluvia y luna llena, no voy a hacer excepciones.
Después del último corte, me aparté con sutileza. No quiero arruinar mi traje, no es fácil conseguir atuendos en esta época, la depresión ataca Alemania. Lo último que quiero es, que mi pasión me lleve a la penuria. Porque en todo caso, la una existe para acabar con la otra.
Unas gotas de sangre salpicaron en mi bota. No importa, la lluvia la diluirá hasta que no haya rastro alguno de ella.
Las calles de Múnich, tenían una fascinación inexplicable. Me hechizaban. Especialmente si, como en este momento, se encontraban vacías. Así debía ser en una madrugada lluviosa, supongo; eso pasaba por mi mente mientras, con un pañuelo de seda blanco, limpiaba mi daga. Siempre era el mismo procedimiento: cortes en arterias, con la misma daga, untada del mismo veneno que paralizaba a las personas, y después la limpiaba para que no se atrofiara con la sangre. Mientras pasaba el pañuelo, miraba a la víctima.
Sus ojos siempre mostraban alguna expresión característica, siempre la misma; tristeza, mezclada con duda y desesperación. Y es que todos los que habían muerto bajo mi daga tenían algo en común: eran amigos muy cercanos a mí, más que algunos familiares, o eran familiares, en efecto. No sentía nada además de placer, veces satisfacción.
No tengo recuerdo alguno, de lo que era mi vida, antes de hace 6 meses. Nada, a parte de mis víctimas. Sabía todo acerca de ellos, sin embargo, no había una sola imagen en la que yo estuviese presente. Sabía donde vivía, pero preferí no volver. Nunca los volví a ver, y al parecer ellos no estaban molestos con dicha situación: de todos los que he asesinado, ninguno se mostró sorprendido al verme, pero cuando sintieron su carne desgarrarse, la cara de duda se apoderó de ellos. Las lagrimas corrieron por su rostro. Estoy seguro que si hubiesen podido hablar, sus gritos desesperados habrían destrozado mis oídos, y los de ellos también.
Una vez acabé de limpiar mi daga, la guardé, y, me agaché con mucho cuidado. Deposité junto a mi moribunda madre, una rosa blanca, para que se tiñera con su sangre. Una lágrima inexplicable, hecha con sangre y veneno, salió de mi rostro, tiñendo el corazón de la rosa, cuando estuvo cerca a su cuello, ya estaba marchita, como mi vida misma, una rosa muerta, para mis recuerdos muertos, y para el último vínculo que tenía con este mundo: mi madre. Pues, solo quedaba ella: ya los había matado a todos, y solo hasta este momento, el placer se mezcló con amargura, la cual se desvaneció con la sangre que corría diluida con lluvia.
Me paré, y con la frente en alto, di media vuelta. Allá a más o menos 20 pasos, se encontraba una figura muy familiar para mí. Dicha imagen, era yo. Yo me miraba a lo lejos. Yo tenía el rostro desfigurado. Yo trataba de procesar la escena en mi mente, sin éxito. Yo me veía a mí mismo después de haber matado a mi madre. Yo acababa de matar a mi madre. Yo me estaba mirando mientras yo descubría que yo estaba al frente de mis ojos. Yo estaba desconcertado, y quería una explicación. El yo que estaba lejos de mí, se acercaba, con paso constante y odio mortal. Yo, y mi otro yo, irradiábamos muerte de los ojos. Yo por generarla, y él por observarse generándola. Yo, no sabía cuánto tiempo llevaba yo parado observando todo. Yo, solo tenía una respuesta. Aquél parte de mí que tenía una daga y había acabado con todo lo que había tenido desde mi nacimiento, era en realidad un Doppelgänger. Yo era el otro yo, y había acabado con la vida de alguien que, ahora, y a manos de sí mismo, ya no tenía absolutamente nada, a parte de la mirada perdida del cadáver de su madre, que seguía desangrándose bajo la lluvia...
N/a número dos:
Dedicado a:
Teff, pues es mi clon.
Ana, pues a ella le gusta este tema, y supongo que, querrá ver una versión mía de él (Aunque suene presuntuoso, y probablemente lo sea)
por último (pero no menos importante (?)) a Naoko & Leopard, porque siempre leen cada cosa que escribo, y generalmente escribo para ellas, en esta noche de lluvia y luna llena, no voy a hacer excepciones.
domingo, 10 de abril de 2011
El llanto del nihilista.
Sonaba the End of this chapter. Era una noche fría como cualquier noche en noviembre, la briza golpeando las ventanas me despertó, ella seguía durmiendo, su cuerpo de lado casi no hacía movimiento, estaba de espalda a mí. Se había quedado dormida mientras la abrazaba. El mareo no me dejaba recordar qué había pasado el día anterior, solo recordaba copa más copa de vodka, no podía ver su rostro en ninguno de los recuerdos, no recordaba ni una sola palabra, ni en qué momento me quedé dormido. Supongo que fue algo súbito, la música seguía sonando. "Tell me that old lies are alive".
Mucho tiempo había pasado desde que no la veía. Una década al menos, y hace más de dos años, pensaba que simplemente había muerto. A diferencia de mí, que había tenido una muerte espiritual; creía que ella había muerto totalmente. Me aferraba a ello para olvidarla. Era mentira. Apareció de la nada; era como un copo de nieve en la primavera temprana, su sonrisa demostraba que no solo estaba viva, sino que había absorbido mi vida también.
Aún en este momento, mientras dormía, sentía que drenaba mi vitalidad. Ella era la encarnación de una vieja maldición que venía a terminar de consumirme. El fantasma que me persiguió por incontables vidas pasadas y que por fin me había encontrado.
Veía en el reflejo de la ventana, que había una ligera sonrisa en sus labios, debía estar pasando algo en la profundidad de sus sueños, y sin embargo parecía para mí que simplemente estaba feliz de consumir mi alma a cada instante.
Tal vez soy solo un cobarde pues siempre huí de su recuerdo, cuando nuestros caminos se separaron; y antes de ello, huí de la profunda atracción que sentía por ella tratando de no enamorarme, de no volverme débil. Tal vez, huía del simple hecho de aceptar que dicha debilidad siempre estuvo ahí consumiéndome, y que cuando ella se fue, la luz en mis ojos se apagó.
Sonaron truenos, me dejé llevar por mi llanto nihilista, el llanto silencioso que había guardado muy adentro del vacío de mi alma por todos estos años. Las lágrimas, que esta vez eran especialmente saladas, mojaban mis labios y mi cuello, hasta que se secaban. Sentía el aire pasar, muy frío por el lugar que mojaron las lágrimas, mientras caminaba en búsqueda de una antigua pero muy afilada navaja escandinava.
Una vez teniéndola en mis manos recordé cuando mis ancestros me dijeron de la antigua maldición y la ignoré por completo. Ahora me estaba consumiendo; y seguramente cuando mi alma estuviese atrapada en la oscuridad del bajo astral, también terminaría consumiéndola; así no hubiera materia de la cual aferrarse.
Y en realidad no importó en lo más mínimo, como nunca importó nada. Dirigí el filo, que aún mostraba brillo hacia mis amígdalas, y rasgué la piel tratando de no hacer ningún ruido que pudiese despertarla, y lo bajé lentamente con la poca fuerza que tenía en las dos manos, desagarré mi cuello hasta toparme con la clavícula. Según mi vago conocimiento sobre medicina, deduje que en menos de 30 segundos estaría muerto. Pasé mi mano por su rostro para sentir la suavidad de su piel una última vez, manché su piel inmaculada con mi sangre maldita, y sus labios también se tiñeron de carmesí. Una vez dejé mi marca en ella para que supiese qué fue de mí, cuando despertara y supiera que me había desvanecido y que al fin había consumido todo de mí, me dejé caer sintiendo que la vida escapaba de mí en forma de líquido, y cerré los ojos, esperando el final, ese final que fue lo único que yo pude elegir en mi corta estadía en esta realidad.
--
N/a: Dedicado a Ale Leopard, una vez más, y el título es una canción de children of bodom, by the way.
Mucho tiempo había pasado desde que no la veía. Una década al menos, y hace más de dos años, pensaba que simplemente había muerto. A diferencia de mí, que había tenido una muerte espiritual; creía que ella había muerto totalmente. Me aferraba a ello para olvidarla. Era mentira. Apareció de la nada; era como un copo de nieve en la primavera temprana, su sonrisa demostraba que no solo estaba viva, sino que había absorbido mi vida también.
Aún en este momento, mientras dormía, sentía que drenaba mi vitalidad. Ella era la encarnación de una vieja maldición que venía a terminar de consumirme. El fantasma que me persiguió por incontables vidas pasadas y que por fin me había encontrado.
Veía en el reflejo de la ventana, que había una ligera sonrisa en sus labios, debía estar pasando algo en la profundidad de sus sueños, y sin embargo parecía para mí que simplemente estaba feliz de consumir mi alma a cada instante.
Tal vez soy solo un cobarde pues siempre huí de su recuerdo, cuando nuestros caminos se separaron; y antes de ello, huí de la profunda atracción que sentía por ella tratando de no enamorarme, de no volverme débil. Tal vez, huía del simple hecho de aceptar que dicha debilidad siempre estuvo ahí consumiéndome, y que cuando ella se fue, la luz en mis ojos se apagó.
Sonaron truenos, me dejé llevar por mi llanto nihilista, el llanto silencioso que había guardado muy adentro del vacío de mi alma por todos estos años. Las lágrimas, que esta vez eran especialmente saladas, mojaban mis labios y mi cuello, hasta que se secaban. Sentía el aire pasar, muy frío por el lugar que mojaron las lágrimas, mientras caminaba en búsqueda de una antigua pero muy afilada navaja escandinava.
Una vez teniéndola en mis manos recordé cuando mis ancestros me dijeron de la antigua maldición y la ignoré por completo. Ahora me estaba consumiendo; y seguramente cuando mi alma estuviese atrapada en la oscuridad del bajo astral, también terminaría consumiéndola; así no hubiera materia de la cual aferrarse.
Y en realidad no importó en lo más mínimo, como nunca importó nada. Dirigí el filo, que aún mostraba brillo hacia mis amígdalas, y rasgué la piel tratando de no hacer ningún ruido que pudiese despertarla, y lo bajé lentamente con la poca fuerza que tenía en las dos manos, desagarré mi cuello hasta toparme con la clavícula. Según mi vago conocimiento sobre medicina, deduje que en menos de 30 segundos estaría muerto. Pasé mi mano por su rostro para sentir la suavidad de su piel una última vez, manché su piel inmaculada con mi sangre maldita, y sus labios también se tiñeron de carmesí. Una vez dejé mi marca en ella para que supiese qué fue de mí, cuando despertara y supiera que me había desvanecido y que al fin había consumido todo de mí, me dejé caer sintiendo que la vida escapaba de mí en forma de líquido, y cerré los ojos, esperando el final, ese final que fue lo único que yo pude elegir en mi corta estadía en esta realidad.
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N/a: Dedicado a Ale Leopard, una vez más, y el título es una canción de children of bodom, by the way.
viernes, 8 de abril de 2011
My silent undoing.
N/a: Alguna vez dije, que era amante del simbolismo en los escritos. De esos mensajes que abundan en todo el lugar, pero que nadie puede ver.
Día uno: El sol se cansó de brillar para nosotros, y se fue muy lejos, donde nadie pudiese verlo. Fui feliz, pues solo habría noche, y oscuridad.En la oscuridad viviríamos, los espíritus antiguos volverían a reinar, en el anonimato; sin que nadie los viera.
Día dos: Las estrellas lloraron, se fueron tras del sol. Suspiré, pues ahora solo la luna iluminaría su rostro, sin embargo extrañaba a polaris, que había sido mi guía desde el primer día, sin embargo, seguiría adelante en la oscuridad, estaba decidido a tropezarme todo lo que fuese necesario, si ya no podía ver el camino. Volvería a levantarme, y la ayudaría a ella a levantarse nuevamente.
Día tres: El otoño asesinó a la primavera, y al verano, como ya no había sol, los árboles murieron lentamente, muy lentamente; y se pudrieron, solo quedaron las hojas secas y las flores marchitas rodeándonos. Levanté una hoja y dibujé versos en el cielo, al terminar, la pasé por el cuello de ella, para despertarla con un masaje del último matiz ligeramente verde que quedaba en la tierra.
Día cuatro: llegó el invierno, y congeló todo cuanto alguna vez existió, pero ella y yo estábamos escondidos, muy lejos de su gélido abrazo, y cuando se fue, salimos a caminar, pero el hielo era demasiado frágil; el viento demasiado frío, y nuestros pasos demasiado erráticos, pues ya no había una estrella que nos guiara. Todo a nuestro tacto se rompió, así que solo estábamos ella y yo, rodeados por la oscuridad, los espíritus, y los suspiros de escarcha que tenía el invierno para nosotros.
Día cinco: Ya no había agua líquida, ni sol, ni árboles. Como ya no quedaba oxígeno, también se fueron nuestros suspiros, entrelazados al vacío que era el único paisaje que quedaba, inerte y denso, nos sofocaba para contrastar al frío que nos congelaba. Cuando ya no existieron sus suspiros, por primera vez sentí realmente, la ciencia de la nada, siempre supe que eran efímeros, pero en realidad, nunca pasó por mi mente que ya no estarían ahí, y junto a los suspiros; se fueron gateando los besos, y las caricias en el cuello con los dedos casi congelados.
Día seis: Rodeados por la nada, y alejados uno del otro, para que nuestros cuerpos no se congelaran entre sí, sin hablar, para no morir asfixiados, y sin rozar nuestras manos, para no perder el poco calor corporal que teníamos, pasaban por nuestras mentes muchas cosas que decir, pero no teníamos forma de comunicarlas, pues ya no estaban los suspiros, ni las caricias, ni los besos; también había muerto la comunicación, y junto a ella se fueron sus sonrisas, y por primera vez, ni siquiera el brillo de la luna fue suficiente para sacarme de la oscuridad total en la que me encontré en ese instante. Porque cuando su sonrisa abandonó este mundo, se fue ella persiguiéndola; yo me quedé solo. Le dije que aquí estaría, si aún me estaba buscando; parte de mi fuerza vital se fue cuando musité dichas palabras, y no pude moverme, para ir detrás de ella.
Día siete: En el final, solo existió el caos, que me rodeaba completamente, pero hasta la muerte había desaparecido, siguiendo la pauta del sol. y se deshizo mi realidad, y todo cuanto conocí, en un silencio sepulcral.
Acurrucado en el vacío, y consumido por los espíritus, solo quedó una cosa que nunca pudo irse, pues, aunque efímera, estaba ligada a mi final, y a maldición sanguínea; era su recuerdo, que junto a toda ausencia, estaba ahí para atormentarme.
Día uno: El sol se cansó de brillar para nosotros, y se fue muy lejos, donde nadie pudiese verlo. Fui feliz, pues solo habría noche, y oscuridad.En la oscuridad viviríamos, los espíritus antiguos volverían a reinar, en el anonimato; sin que nadie los viera.
Día dos: Las estrellas lloraron, se fueron tras del sol. Suspiré, pues ahora solo la luna iluminaría su rostro, sin embargo extrañaba a polaris, que había sido mi guía desde el primer día, sin embargo, seguiría adelante en la oscuridad, estaba decidido a tropezarme todo lo que fuese necesario, si ya no podía ver el camino. Volvería a levantarme, y la ayudaría a ella a levantarse nuevamente.
Día tres: El otoño asesinó a la primavera, y al verano, como ya no había sol, los árboles murieron lentamente, muy lentamente; y se pudrieron, solo quedaron las hojas secas y las flores marchitas rodeándonos. Levanté una hoja y dibujé versos en el cielo, al terminar, la pasé por el cuello de ella, para despertarla con un masaje del último matiz ligeramente verde que quedaba en la tierra.
Día cuatro: llegó el invierno, y congeló todo cuanto alguna vez existió, pero ella y yo estábamos escondidos, muy lejos de su gélido abrazo, y cuando se fue, salimos a caminar, pero el hielo era demasiado frágil; el viento demasiado frío, y nuestros pasos demasiado erráticos, pues ya no había una estrella que nos guiara. Todo a nuestro tacto se rompió, así que solo estábamos ella y yo, rodeados por la oscuridad, los espíritus, y los suspiros de escarcha que tenía el invierno para nosotros.
Día cinco: Ya no había agua líquida, ni sol, ni árboles. Como ya no quedaba oxígeno, también se fueron nuestros suspiros, entrelazados al vacío que era el único paisaje que quedaba, inerte y denso, nos sofocaba para contrastar al frío que nos congelaba. Cuando ya no existieron sus suspiros, por primera vez sentí realmente, la ciencia de la nada, siempre supe que eran efímeros, pero en realidad, nunca pasó por mi mente que ya no estarían ahí, y junto a los suspiros; se fueron gateando los besos, y las caricias en el cuello con los dedos casi congelados.
Día seis: Rodeados por la nada, y alejados uno del otro, para que nuestros cuerpos no se congelaran entre sí, sin hablar, para no morir asfixiados, y sin rozar nuestras manos, para no perder el poco calor corporal que teníamos, pasaban por nuestras mentes muchas cosas que decir, pero no teníamos forma de comunicarlas, pues ya no estaban los suspiros, ni las caricias, ni los besos; también había muerto la comunicación, y junto a ella se fueron sus sonrisas, y por primera vez, ni siquiera el brillo de la luna fue suficiente para sacarme de la oscuridad total en la que me encontré en ese instante. Porque cuando su sonrisa abandonó este mundo, se fue ella persiguiéndola; yo me quedé solo. Le dije que aquí estaría, si aún me estaba buscando; parte de mi fuerza vital se fue cuando musité dichas palabras, y no pude moverme, para ir detrás de ella.
Día siete: En el final, solo existió el caos, que me rodeaba completamente, pero hasta la muerte había desaparecido, siguiendo la pauta del sol. y se deshizo mi realidad, y todo cuanto conocí, en un silencio sepulcral.
Acurrucado en el vacío, y consumido por los espíritus, solo quedó una cosa que nunca pudo irse, pues, aunque efímera, estaba ligada a mi final, y a maldición sanguínea; era su recuerdo, que junto a toda ausencia, estaba ahí para atormentarme.
lunes, 4 de abril de 2011
Sol solecito, caliéntame un poquito.
N/a: No se tomen el título en serio.
Y la vida se convirtió en la tinta de la pluma regándose en el papel, tachando las palabras que había escrito casi inconsciente, y reformando mi obra sin mi consentimiento, el mero acto de vivir se convirtió en la hoja de papel desaparecida a la mitad del desenlace de un buen libro.
Vivir era, en resumen, la sensación de inseguridad incrustada en la mitad del pecho al despertar de un sueño en el que sentía que caía a un abismo sin fin, ese abismo no era nada más que la vida; despertar no era más que una prueba que aquél sueño simbólico era una representación de mi realidad, se mimetizaban, eran uno solo, porque cuando mi cabeza golpeaba el frío y áspero fondo del abismo, justo ahí abría los ojos y me veía, vivo, fatigado; con miedo y desorientado, al igual que vine al mundo, al igual que me iré de él.
No era el hecho de vivir lo que volvía tediosa la vida, era la vida misma quien se encargaba de acabarse a si misma. Definirla y magnificarla cada segundo era, lo que realmente, la volvía despreciable. Agradecer por la inercia, celebrar esa inercia, llorar al pensar que la inercia se acaba; eso era la carga que se fatigaba a si misma y me fatigaba a mí, y me golpeaba cuando estaba mirando por una ventana como la gente corría escondiéndose del granizo; esa carrera que nunca iban a ganar.
La vida, apartándola de su mero significado no era tan mala como en realidad es, también era tener tinta en cada segundo, y escribir en cada exhalación un Haiku perfecto sobre la mera actividad enzimática, y la respiración celular, era bosquejar en un lienzo inexistente las pupilas dilatadas y saber que más que amor, simplemente era una reacción hormonal. Era más o menos, caminar por la calle con una botella de agua llena de vodka y beberla sin ningún afán, tal vez era sentir en la garganta el humo juguetón y expulsarlo muy despacio, observar cómo el aire se vuelve tóxico, blanco, pesado; intercambiar miradas con aquellos que indignados, nos recuerdan que fumar está mal, decirles con los ojos que está mal que estén respirando ahora mismo, que no deberían existir pero aún así lo hacen.
Y el tedio, el tedio era una parte esencial, era su alter-ego, su antítesis; su reflejo en el agua. Ese que nos llevaba a decisiones incomprensibles en entornos insospechados y muy seguramente llegábamos a lamentar aquella decisión, que era un poco como despertar con sangre ajena en los labios y ver que alguien se acaba de suicidar a nuestro lado, y no tener control de absolutamente nada. Esperar incansable un bus que no va a llegar, una respuesta que no existe, escuchar por horas los problemas de un desconocido que está a punto de morir.
Vivir se convirtió en estar regido por reglas más allá del entendimiento y la lógica, pensar de una manera complaciente para todos los demás, hacer las cosas porque se debía, o se acostumbraba, ser un vil niño explorador hasta los 85 años (si se tiene tan mala suerte).
Rezar para no ir a donde se encontraba alguien que no existe, y a cambio, ir al lado de otro igualmente inexistente.
Vivir era en esencia cubrir con carbón incandescente el manuscrito de tu obra maestra en un ataque psicótico; arrojar el codex gigas que te había sido confiado en un sueño a un mar de sangre, porque tu voluntad estaba atrapada por hilos de marioneta...
Afortunadamente, al morir deduje que, podía escribir con la tinta de mi propia inexistencia sobre el papel infinito de mi recuerdo profanado, la esencia misma de la lujuria y pasión de lo desconocido, embriagarme con el veneno de la prohibición, recitar con mi garganta -en vida- desgarrada los cánticos profanos que relataban la búsqueda épica de aquella llave que pudiese abrir las puertas de la muerte, y cruzarlas; y después ingerir la llave, para recordarle a la misma inercia, que ella había labrado su propio camino hacia aquella fuerza externa que me pudiese liberar de sus cuerdas de marioneta, y ahogarla junto al tiempo en mi sangre venenosa.
Y la vida se convirtió en la tinta de la pluma regándose en el papel, tachando las palabras que había escrito casi inconsciente, y reformando mi obra sin mi consentimiento, el mero acto de vivir se convirtió en la hoja de papel desaparecida a la mitad del desenlace de un buen libro.
Vivir era, en resumen, la sensación de inseguridad incrustada en la mitad del pecho al despertar de un sueño en el que sentía que caía a un abismo sin fin, ese abismo no era nada más que la vida; despertar no era más que una prueba que aquél sueño simbólico era una representación de mi realidad, se mimetizaban, eran uno solo, porque cuando mi cabeza golpeaba el frío y áspero fondo del abismo, justo ahí abría los ojos y me veía, vivo, fatigado; con miedo y desorientado, al igual que vine al mundo, al igual que me iré de él.
No era el hecho de vivir lo que volvía tediosa la vida, era la vida misma quien se encargaba de acabarse a si misma. Definirla y magnificarla cada segundo era, lo que realmente, la volvía despreciable. Agradecer por la inercia, celebrar esa inercia, llorar al pensar que la inercia se acaba; eso era la carga que se fatigaba a si misma y me fatigaba a mí, y me golpeaba cuando estaba mirando por una ventana como la gente corría escondiéndose del granizo; esa carrera que nunca iban a ganar.
La vida, apartándola de su mero significado no era tan mala como en realidad es, también era tener tinta en cada segundo, y escribir en cada exhalación un Haiku perfecto sobre la mera actividad enzimática, y la respiración celular, era bosquejar en un lienzo inexistente las pupilas dilatadas y saber que más que amor, simplemente era una reacción hormonal. Era más o menos, caminar por la calle con una botella de agua llena de vodka y beberla sin ningún afán, tal vez era sentir en la garganta el humo juguetón y expulsarlo muy despacio, observar cómo el aire se vuelve tóxico, blanco, pesado; intercambiar miradas con aquellos que indignados, nos recuerdan que fumar está mal, decirles con los ojos que está mal que estén respirando ahora mismo, que no deberían existir pero aún así lo hacen.
Y el tedio, el tedio era una parte esencial, era su alter-ego, su antítesis; su reflejo en el agua. Ese que nos llevaba a decisiones incomprensibles en entornos insospechados y muy seguramente llegábamos a lamentar aquella decisión, que era un poco como despertar con sangre ajena en los labios y ver que alguien se acaba de suicidar a nuestro lado, y no tener control de absolutamente nada. Esperar incansable un bus que no va a llegar, una respuesta que no existe, escuchar por horas los problemas de un desconocido que está a punto de morir.
Vivir se convirtió en estar regido por reglas más allá del entendimiento y la lógica, pensar de una manera complaciente para todos los demás, hacer las cosas porque se debía, o se acostumbraba, ser un vil niño explorador hasta los 85 años (si se tiene tan mala suerte).
Rezar para no ir a donde se encontraba alguien que no existe, y a cambio, ir al lado de otro igualmente inexistente.
Vivir era en esencia cubrir con carbón incandescente el manuscrito de tu obra maestra en un ataque psicótico; arrojar el codex gigas que te había sido confiado en un sueño a un mar de sangre, porque tu voluntad estaba atrapada por hilos de marioneta...
Afortunadamente, al morir deduje que, podía escribir con la tinta de mi propia inexistencia sobre el papel infinito de mi recuerdo profanado, la esencia misma de la lujuria y pasión de lo desconocido, embriagarme con el veneno de la prohibición, recitar con mi garganta -en vida- desgarrada los cánticos profanos que relataban la búsqueda épica de aquella llave que pudiese abrir las puertas de la muerte, y cruzarlas; y después ingerir la llave, para recordarle a la misma inercia, que ella había labrado su propio camino hacia aquella fuerza externa que me pudiese liberar de sus cuerdas de marioneta, y ahogarla junto al tiempo en mi sangre venenosa.
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