martes, 2 de agosto de 2011

Historia de amor.

La vi caminando, tan linda ella, pasaba por la candelaria, la seguí. Llevaba unos audífonos blancos, como de iPod, y, al parecer, estaba sumergida en la música, caminaba sin preocupación alguna. Sin embargo, yo era cauteloso.
Caminábamos al mismo paso, ella parecía apurada, yo, parecía que medía con los pies. Era totalmente comprensible, después de todo, no era un buen sector de la ciudad para que una mujer caminara, de noche. Y, por su figura, no parecía tener edad para beber, de hecho, parecía de unos 16 años, tan rico. Yo, por otro lado, casi doblaba su edad, ya había pasado por todas las etapas que un hombre sano debe vivir, para dejar de ser sano, y, claro, yo no bajaba de degenerado, chirrete, escoria, lacra, garbimba, escoria. Desvarío.

Muchos como yo, casi como yo, también se habían fijado en ella, era una niña muy linda, pero, comprendían al verme, con la mirada fijada siempre en ella, que ya era mi presa, que no tenían nada que hacer ahí. Yo era el macho alfa de ese lugar, por supuesto. Nadie se había atrevido a interponerse en mi camino, desde el tipo al que le quite la lengua, vivo, y le pateé las bolas, mientras se desangraba por la garganta hasta morir. Después, le corté la verga, y la clavé a un poste. Salí en las noticias, desvarío.

Ella caminaba como perdida, como si la fueran a matar en cualquier momento, se oía su respiración agitada. Yo no podía dejar de fantasear con su respiración agitada, en otra locación, con las dos cabezas. Mientras mi mente y falo se regodeaban en su inmundicia, algo inesperado pasó: un habitante de la calle, un gamín cualquiera, desconocido para mí, se acercó a ella, a pedirle dinero, dándole indicaciones de no correr. Puta mierda.
Yo seguí caminando, al mismo paso, haciéndome el desentendido. Cuando él me vio y cruzamos miradas, se disculpó con la niña, acto seguido, empezó a correr. Ella, totalmente atónita, miró a su alrededor, solo me vio a mí, por supuesto. Era unas escena que carecía de sentido para ella, pero para mí, tenía todo el sentido del mundo, nada en mis planes se había alterado.
Ella balbuceó unas palabras, yo fingí no escucharla, y seguí caminando, ocultándome en la bruma, sosteniendo mis manos contra un poste, que estaba justo en la entrada de un potrero, en el barrio Egipto, el único camino disponible hacia cualquier rumbo, a menos, claro, que ella quisiera reencontrarse con el indigente, y todos los demás indigentes que se habían intimidado por mi presencia, haciendo que ella siguiese sana y salva. Caminó hacia mí, la noche me sonreía, con jubilo.

Caminó tan rápido como pudo, yo, esperé a que se adentrara, cuando iba llegando a la mitad del lugar, la parte más oscura, avancé rápidamente, con grandes zancadas, tratando de no hacer ruido. Ella no me vio, pero cuando trató de dar un paso más, aparecí.
Golpeé con fuerza moderada sus costillas, para debilitarla, y pasé mi mano sobre su hombro, tapando su boca, impidiendo que un grito de pánico y dolor arruinara todo, afortunadamente yo sabía lo que estaba haciendo. La despojé rápidamente de su chaqueta, era de cuero, negra, con cremalleras y broches plateados, que se veían a gran distancia. Abajo, tenía una blusa blanca, muy ceñida, y que marcaba a la perfección sus pechos, que, para su corta edad, no estaban nada mal. La rasgué, quedó expuesto su sujetador, ignoro el color, era oscuro en todo caso, por la reducida luz, no se veía nada más. Ella trataba de soltarse, naturalmente, sus esfuerzos incansables, pero en vano. Eso me gustaba, me generaba una erección. Una vez soltado el sujetador, un pequeño golpe seco cerca del omóplato bastó para hacerla perder el equilibrio, y procedí a tumbarla al suelo, quitando su pie de apoyo. La caída fue suave, por supuesto, yo la sujetaba, no quería ensuciar su rostro con sangre, ni barro,en cambio, estaba bañado por las lágrimas que comenzaron a fluir una vez descubrió hacia dónde iba todo esto. Era una chica perspicaz, me gustaba. Acaricié sus nalgas, y bajé su pantalón de cuerina lentamente, dejando expuestas unas delicadas bragas blancas, así que, mientras acababa de desnudarla, pasé mi pulgar sobre su coño, y acto seguido, mordió mi mano. No le dí importancia, seguí en mi labor.
Una vez estuvo todo preparado, sin ningún afán bajé la cremallera de mi pantalón, saqué mi verga, y la pasé sobre su culo un rato, solo un rato, era suave y tierno, tan hermosa, pensé. Acto seguido, besé su cuello, sentí como un escalofrío la recorría, feliz navidad, le dije, e introduje mi polla hasta el fondo, con gran dificultad. Dudé si era virgen, no encontré himen en el camino, pero por el dolor que parecía sentir, no creo que hubiese tenido una experiencia de índole sexual alguna vez. Hombre afortunado, pensé. Pocas veces puedo deleitarme con una virgen, pensé.

La faena siguió durante aproximadamente media hora, con la misma potencia que al principio, sin ninguna consideración, sin detenerme a atender su dolor, amaba esos espasmos de dolor que la recorrían, estaba enamorado de su sufrimiento, y, claro, podía hacerla sufrir más. Saqué mi polla de su vulva, y que apuntaba a la luna. Con gran dificultad, usando una sola mano, separé sus cándidas nalgas, e introduje mi verga en su ano. Las lágrimas volvieron a humedecer mis dedos, y yo estaba en el paraíso, mientras ella se quemaba en el infierno. Así es el amor, en todo caso. Seguí, no por mucho tiempo, estaba demasiado excitado, entre otras cosas, por su tristeza. Cuando estuve listo para venirme, recordé algo que había leído en internet, donkey punch, le decían, así que la golpeé con todas mis fuerzas cerca de la nuca, y, cuando el espasmo llevó a que apretara el culo, me vine, sintiéndome una vez más, en el paraíso. La noqueé, creo. No me importó, me limpié con sus bragas, y la limpié a ella también. Como estaba dormida, aproveché para morder sus tetas un rato. Me volví a excitar. Esperé a que despertara. Pasó media hora, creo, pero despertó. Si yo fuera ella, hubiese fingido que dormía, ¡ay! la inocencia.
Una vez despertó, la golpeé hasta que muriera, mientras repetía el procedimiento anterior, pero esta vez, mirándola a los ojos, y sin darle ninguna importancia a que sus gritos inundaran toda la ciudad, sin importarme que sus súplicas despertaran al mismo Dios, o al diablo. Después de todo, uno no puede amar en silencio, el amor tiene que hacer ruido, y esa era mi forma de demostrarle a aquella desconocida de piel pálida y cabello negro, que me había enamorado de su sufrimiento.

N/a: Créditos a mi querida Akinisia, de quien tomé esta frase: http://twitter.com/#!/Akinisia/status/98468156930138113

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