jueves, 17 de febrero de 2011

De vuelta a la cueva.

... Una vez desperté, todo volvió a la normalidad. Casi a la normalidad, la única diferencia es que, ya no estaba ciego.

Todo seguía intacto, las mismas viejas mentiras, las sombras proyectándose en la pared... la silueta con ojos de plata de aquella mujer, el fuego, las cadenas que dañaban mi piel, que lastimaban mis huesos, que me habían marcado desde tiempo inmemorial.

Intenté explicarle a aquellos que compartían cadenas conmigo, aquella vez que había muerto, que había salido al universo y me había des-fragmentado. Que había sido uno con los agujeros negros, que había visto la esencia de mi mente. Quise decirles que fui una pirimidina moviéndose en el vacío, que en realidad no era vacío y que había visto el fin, el fin de todo lo que nos hacían creer.
Lo repetí hasta que mi boca sangró, hasta que de mis ojos dejaron de salir lágrimas, pues la ira y frustración las habían borrado todas; hasta que ensordecí por días por el propio volumen de mi voz al encontrarme gritando frenético a los incrédulos que tenía por 'compañía' ... desesperé.

Y así pasaron los días. La ira se apoderó de mi y despojó la enorme tristeza que me había atormentado desde que desperté en vida otra vez. El vacío que sentía al saber que podía ser libre... que en la muerte estaba la verdad, que con la muerte ascendemos, que alguna vez fui uno con el universo...

Después de un tiempo algunos pocos comenzaron a acudir a mi, a pedirme descripciones, y los vi fundidos en el sufrimiento que tristemente habían replicado de mi al saber que toda su vida no era más que una sombra, al notar las cadenas en el cuello... la áspera roca de la cueva maltratándoles el cuerpo. Sabiendo que en la ignorancia está la alegría, y que no eran tan débiles para simplemente seguir, pero tampoco tan fuertes para abandonar su prisión terrenal.

Y pasó el tiempo. Lo único que lograba hacerme sonreír, era cuando de repente en las sombras, volvía a ver esos ojos de plata. Como las estrellas que habían bailado conmigo, como la aurora boreal arrullándome en los confines recónditos del universo. Y con el tiempo... eso también desapareció. No volví a hablar, pues me decían hereje, loco, estúpido... y yo, ¿qué podría decir? Después de todo no era culpa de ellos el sentir su pequeño universo de 3 paredes amenazado.

... Eventualmente, mi prisión se deterioró, y el fuego era menos cálido, y las cadenas más pesadas. Al igual que una vez pasada, y esta vez a manos del tiempo, volví a morir, y a danzar con las estrellas, y a ser incorpóreo y etéreo. A ver la cueva desde arriba, secretamente temiendo revivir de nuevo y volver a ser un loco prisionero, que en esta ocasión, no tuviese el derecho de morir.

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