¿Quién decide quién está loco? Cantaré para ti, si quieres que lo haga (...) Y esas canciones que le cantas a tus bebés, serán las canciones para verte.
Ojos de café, labios de fresa, sonrisa de niña e inocencia de bebé, cuerpo de mujer, alas de ángel, manos de princesa y amor depredador. Musa mía, arrastras mis fantasías a lo largo de tu nombre, encierras mi mente en tus recuerdos adimensionales; llevas el compás de mi sístole, y retrasas la llegada de mi diástole, el sonido de tus suspiros está grabado en mí como una marca de agua, imperceptible, excepto por tus ojos; tus ojos todo lo ven. Creaste el mundo bajo tu propio concepto de belleza, marcas mi camino con cada paso de tus pies descalzos, como alguien que camina, muy despacio por la nieve. Creaste a tu imagen y semejanza mi diccionario, cambiaste el nombre del amor por el tuyo, y nombraste la tristeza como tu ausencia. ¡Oh! ángel de mejillas sonrojadas, es por ti que mis palabras cobran sentido, es por ti que se forman versos en mi mente de la nada, como si fuese un poeta maldito y tu fueres mi amada inmortal.
¡Dime, musa mía! ¿qué clase de magia se lleva a cabo en tu iris, qué universo inexorable se crea cuando sueñas, por qué cuando sueño con harpas ronronean tu nombre, qué le hiciste tú a los nocturnos de Chopin para que me hablaran siempre de tu recuerdo? ¿Qué tienen tus manos que al contacto con las mías provocan la reminiscencia de la añorada infancia? ¿Quién sincronizó tu llanto con el llanto de la luna y quién te hizo señora absoluta de la lluvia? Quisiera saber cómo es que un eclipse de sol son tus ojos cerrados; ¿por qué cuando yo los cierro aún te miro? Quisiera saber quién labró tu aparato fonador, pues lo hizo con cuerdas y martillos, como si de un piano nostálgico se tratase, como si en tu mente siempre hubieran cuatro pinos.
Dime, mi amada inmortal, ¿cómo entras a mi mente por las noches y te vuelves protagonista de todos mis sueños? ¿Cómo puedo volver los lúcidos, para así caminar contigo incluso en el mundo de Morfeo? ¿Cómo alejaste de mi las pesadillas y las cambiaste por el júbilo de tus caricias? Ojalá pudiera estar ahí cuando duermes... para verte en la oscuridad soñar al lado mío.
Oh, musa mía, maldigo a las palabras que habitan adentro de mí, pues no son suficientes para decirte cuanto pasa por mi mente, siempre que ésta levita sobre ti.
¿Estoy enloqueciendo, musa mía? Hay un fuego en tus labios que me quema, y solo un loco podría encontrar calma al quemarse, ¡más aún no me acostumbro! ¿Quién pudiere alguna vez acostumbrarse al paraíso? ¡No me acostumbro a ellos, como los ojos no se acostumbran a ver el amanecer! Porque, después de todo, ¿quién podría acostumbrarse alguna vez a la magia?
Dime, Musa mía, ¿Cuándo me mostrarás que más es irreal? Pues, desde que me proteges en silencio abriste mis ojos a tantas cosas, tantas que de ninguna otra forma podría haber conocido; ¡soberbios fueron mis labios al decir que el amor no existe! pues tú lo marcaste sobre mí, fuerte y refulgente como fuegos artificiales. Dime, Musa mía, ¿Qué más es irreal? Ahora que estás a mi lado, a veces me pregunto si estoy vivo... porque, si lo estoy, ¿por qué me encuentro en el paraíso?
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Nota de Autor: Dedicado a aquella que le cuenta sus secretos a los cuatro pinos.