"When the sun rises in the west and sets in the east, when the seas go dry and mountains blow in the wind like leaves... when your womb quickens again, and you bear a living child. Then she will return, and not before"Estiré la mano con deseo de acariciar su rostro, pero no encontré nada: había desaparecido, se había difuminado con el aire casi imperceptible que nos rodea siempre y que sólo notamos cuando sopla lo suficientemente fuerte, busqué desesperadamente tanteando el vacío, convencido que en él mi tacto se conectaría con ella, que el peso de mis dedos reposaría en su cálida piel y que cambiaría de lugar con las pesadillas de la noche anterior: ellas se disiparían y ella sería tangible, pero no fue así. Me quedé ahí con los ojos cerrados, con visiones que no tenían sentido y que además de perturbarme, no hacían nada. Me quedé acostado; las sábanas se fueron con ella y sólo me cobijaron mis miedos. El aroma cálido de su cuello ya no estaba, tampoco el de las flores que estaban en la mesa de noche, tampoco el aroma a café que inundaba la casa temprano en las madrugadas, no había ningún aroma absoluto aparte del mío, y yo hedía al letargo interminable de una existencia que se había quedado en puntos suspensivos hace ya demasiado tiempo.
Abrí mis ojos convencido que encontraría la cama desorganizada a mi lado y la almohada aún con la forma de su cabeza, que vería sus zapatos cerca de la puerta, o en el mejor de los casos, la vería a ella volviendo de la sala con una sonrisa sonrojada iluminándole la cara, sin embargo, no vi ninguna imagen que pudiera presentar el menor rastro de alivio para mí, en cambio, sólo vi un lado de la cama inmaculado, las cortinas cerradas y las luces apagadas. Ni siquiera el primer rayo de sol se atrevía a entrar en la habitación, la soledad y yo estábamos solos. Ella en la habitación de al lado, y yo en mi celda... digo, habitación. Procedí a agudizar el oído, reuní toda la concentración en escuchar algún sonido, la cafetera, la ducha, pasos, risas, lo que fuera, pero los únicos sonidos presentes eran mi respiración agitada y mi corazón que desde hace mucho tiempo, estaba desacompasado. Y como nada de lo anterior sirvió, apelé a mi último recurso: pasé la lengua por mis labios con la esperanza de sentir en ella el sabor a fresa de sus besos, sin embargo, con el paso del tiempo, ellos también se habían marchado y el insípido sabor que había en mi boca, que se define como cualquiera que no sea el de sus labios, estaba tan presente como lo estaba la pesadilla de la que había hablado anteriormente.
Como ninguno de mis sentidos funcionó, y mi sentido común estaba dañado desde antes de conocerla, al igual que mi sentido de la ubicación, recurrí a la absurda ilusión de la existencia de un sexto sentido, y la llamé con mi mente en mil idiomas, pronuncié su nombre mil veces, le hice un pequeño monólogo sin pronunciar ni una palabra, esperanzado que si lo hacía solo en mi cabeza, me escucharía y saldría de donde estaba escondida, jugándome una broma, que sentiría como terciopelo sus brazos alrededor de mi cuello, oiría el latido de su corazón en donde yo solía vivir y sentiría de nuevo después de tanto tiempo el sabor a fresa de sus labios, que me hablaría en dothraki al oído y vería sus ojos brillar como ni siquiera el sol puede hacerlo. Sin embargo, y por variar, en el sexto intento tampoco paso nada. O, bueno, pude inferir que mi sentido común no estaba tan dañado como yo creía, y llegué a la conclusión que la pesadilla de la noche anterior, y la anterior a esa, y la de los años que pasaron casi por obligación, en realidad no eran una pesadilla: eran el recuerdo de cuando ella se había ido para siempre del planeta tierra y había regresado a orión, y yo me quedaba mirándola ascender en el cielo, aferrándome únicamente a una canción de un dialecto que en realidad nunca logré entender, y sin embargo lograba llegar a mí con más intensidad que el único recuerdo de mi infancia; que yo le preguntaba si la última línea de esa canción seguiría siendo verdad y ella respondía con una sonrisa eclipsada por una lágrima, diciéndome algo que, como era costumbre cuando hablábamos, no alcanzaba a oír la primera vez, con la diferencia que en esta ocasión, cuando pregunté "¿qué dijiste?" ya no estaba aquí para responderme.
N/a: Yer jalan atthirari anni