domingo, 9 de octubre de 2011

Ella desaparecía.

Ella desaparecía, y yo no lo notaba. Pasaba por alto que estaba cada vez más ausente.
Ella desaparecía, y yo seguía ahí, viéndola; creyendo ingenuamente que todo seguía igual.
Ella desaparecía... estaba muriendo, yo no me daba cuenta.
Ella desaparecía, y yo seguía en la jaula donde una voz incorpórea susurraba tenue y repetidamente que todo estaba bien.
Ella desaparecía, y las cadenas me subyugaban a la ignorancia, como un velo que cubría mi rostro...
Ella desaparecía, y yo estaba alejándome de ella.
Ella desaparecía: yo seguía existiendo.
Ella desaparecía y el brillo de sus ojos ahora trémulo, me sacó del trance nebuloso en el que estaba.
Ella desaparecía, y corrí desesperado, tratando de alcanzar una meta imposible, mientras ella desaparecía, yo trataba de darle la mano, de no dejarla caer en el abismo: no eran más que fútiles intentos.
Ella desaparecía, y ahora, inconsciente, yacía acostada en mis rodillas.
Ella desaparecía, el aliento de la vida se le escapaba... yo la miraba, como un niño que contempla una colmena de abejas incendiándose.
Ella desaparecía, sus costillas protuberantes se pegaban a su piel, y sus pulmones eran casi visibles, y sus venas transparentes.
Ella desaparecía, y yo sostenía sus manos esqueléticas, con mis ojos nublados por el velo, desvariaba.
Ella desaparecía, y yo podía ver que las cuencas de sus ojos estaban ahora vacías, y que ya no podría ver nunca más la luz de la luna iluminándonos en el reflejo de la lluvia.
Ella desapareció, y yo me quedé sentado en la tierra, aferrándome a un recuerdo etéreo.
Ella desapareció, al igual que el sol, la luna y las estrellas.
Ella desapareció, y yo seguí existiendo... y maldije a la muerte al no desaparecer con ella...
Cuando ella desapareció, yo me dejé caer al abismo, solo para encontrar que estaba de nuevo en la jaula, sujeto a las cadenas de su memoria.

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