Allí estabamos otra vez, en la oscuridad de esa habitación, solo iluminada por la moribunda luz de una vela, que cambiaríamos dentro de poco, una y otra vez. El tiempo pasaba igualmente denso, igualmente pesado, igualmente fatigándonos, igualmente incambiable. Igualmente abrumador, monotono.
Aún así, siempre estabamos ahí, aunque nada cambiara, nosotros tampoco lo hacíamos, lo único distinto era la posición de las agujas del reloj. Ese gran reloj viejo en la pared del fondo, no sabíamos cuanto tiempo llevaba ahí... tampoco sabíamos cuánto tiempo llevábamos nosotros ahí, solo sabíamos de manera incosciente del abrumador peso de la realidad. Pero nos negábamos a verla... hasta el momento que decidí, dejar esa pequeña máscara de fingida felicidad que llevábamos el uno para el otro y ví más allá.
Ahora, consciente del sonido inagotable del reloj, ese viejo reloj que seguía cada segundo, como siguen moviendose las estrellas en el cielo, no hacía nada más que hacerme desear fundirme en mis pensamientos, su sonido desesperante, me invitaba a fundirme en la mente: analizar nuestra triste existencia.
Llevábamos mucho tiempo juntos, o tal vez, no mucho, solo el suficiente. Da igual, en todo caso, ahora que me ponía a pensar en ello y veía adelante del velo en el que vivíamos me había dado cuenta de algo: éramos como dos fichas de domino. Eso me hizo alegrar por un momento pero, después fui más allá, y descubrí algo un poco peor: Eramos dos fichas totalmente diferentes, no había forma en nosotros de encajar, no había lugar en esta lúgubre habitación para que pudiesemos existir los dos al tiempo. Los dos lo sabíamos, pero esa era la realidad que habíamos decidido evitar, y tratar de inventar otra realidad más complaciente pero aún más debastadora con el paso del tiempo. Tal vez... la rutina y la monotonía serían un lazo más fuerte que el que podría haber si fuesemos fichas iguales. Estábamos equivocados.
Mientras mi mirada estaba perdida en las agujas del reloj y él seguía indicando que el tiempo no se había detenido, y tu mirada buscaba en mi como si fuese un libro, tratando de explciarte qué estaba pensando, volví a la dimensión de la cual nunca debí salir; la habitación, ahora, con un conocimiento frío y crudo del cual huimos por indeterminado tiempo, no podría volver a sonreír de la forma ingenua que lo había hehco antes, tal vez... ese amor era real pero estaba enfermo y condenado, y su condena eramos tu y yo.
Una de las dos velas que nos brindaban la poca luz que teníamos se apagó, y entendí que con ella... se había apagado también la máscara que llevé por tí todo este tiempo. Un destello de cordura: Un acto racional, a media luz como estábamos ahora, y con la duda invadiendo tu rostro, me di cuenta que la única forma de salir de esta mentira sería la muerte. Y yo ya estaba muerto, muerto como ese amor enfermo que teníamos tu y yo, el cual se desvaneció con la vela, y con la máscara, y con la sonrisa de mi rostro, dejando en el tuyo una pequeña lágrima. Una fría y triste lágrima de inquietud, de soledad... Porque, estábamos al lado tu y yo pero, estar cerca a alguien no es lo mismo que estar acompañado... y lo único que pudimos ver claramente en esa reducida habitación, era que habíamos estado solos todo este tiempo... Que la pesadilla en la que el lobo había devorado al cuervo se había vuelto realidad. El lobo era ese reloj, era el tiempo, era la habitación, eran los segundos que no se detenían, eran los besos rotos, eran los tristes silencios, eran los suspiros restringidos, era nuestra realidad maldita, era aquél dominó. El lobo era ver a través de tus ojos y entender que como cualquier otro amor, necesitaba un imposible, y ese imposible éramos tu y yo. El lobo era, después de todo, el puñal que estaba sobre la mesa. Y el cuervo era nuestro amor enfermo y quebrado.
El silencio. Un suspiro. El reloj. La luz. La oscuridad. Tu. El puñal. Las horas. Los días. Los recuerdos. Un final.
Sin nada más que decir, sumergidos en la amargura del adiós, te entregué la salida de esta pútrida dimensión y espacio tiempo en el cual nos habíamos encontrado. Cogí el puñal y me acerqué lentamente, sabías que iba a pasar pero no hiciste nada, lo estabas esperando desde el momento en que la lágrima salió, tal vez llorabas porque estabamos al lado del otro pero no estabamos juntos, y después de este momento, ni siquiera eso tendríamos... Ni siquiera habría otra persona al lado de nuestra soledad. Lo entendí, las lágrimas fluyeron de mi también y nublaron mi vista, pero no mi determinación, la desición estaba tomada y esta vez si tenía oportunidad de hacer algo. Esta vez no sentiría la frustración de no poder apaciguar tu dolor, de no poder secar tus lágrimas, de no darle calor a tu corazón. No sentiría la frustración de no ser el mismo tipo de ficha que tú, la frustración de estar aquí atrapados, de no poder salir e ir hacia el hielo, de no poder morir congelado por hipotermia estando a tu lado. La frustración de no poder eliminar la tristeza, de alivianar el sufrimiento. La frustración de saber que te amo y me amas, pero que el imposible en esta historia somos tu y yo. La frustración de seguir oyendo el sonido del reloj.
Mientras se apagaa la última vel,a que tal vez estaba ligada a tu vida, apuñalé tu cuello, desgarré tu corazón, una puñalada por cada manecilla en el reloj. Me quedé simplemente observando que te ibas para siempre, por mi culpa, que ahora, ese reloj sonaría cada vez más duro, mostrándole a mi cerebro la imágen de tu recuerdo. Un último beso roto, un último suspiro para nuestro amor quebrado. Mientras mis manos se teñían de carmín, de rojo oscuro, y mi alma alumbraba con la intensidad de una luna carmesí, tus labios se teñían de azul, y tu piel perdía color. El fuego en tus ojos se apagaba, tus labios tomaron forma para decir unas ultimas palabras, con tu voz apagada y moribunda con un último esfuerzo, una delicada despedida, un hasta luego, un corto adiós. Pero en ese momento la muerte te abrazó.
Tal vez al morir no importe que no seamos la mísma ficha en el dominó. Tal vez, solo tal vez, después de morir, no tengamos que compartir la soledad, porque tal vez... Solo tal vez, después de morir y volvernos incorpóreos, ese roto amor de suspiros restringidos, tenga un lugar en esa dimensión, tal vez, solo tal vez, en el reino de la muerte los equívocos e imposibles tengan un lugar... Por eso te mato hoy, para que te encuentres en el más allá, con mi necrótico corazón.
El sol saldrá mañana y encontraré tu ausencia, tu languido rostro, tu enfermizó palpitar cautivo en la miseria. Mañana la noche se posará entre las ramas de aquel arból seco, lleno de cuervos y arpías. Mañana, tu recuerdo asesinará mi mente y la realidad se opondrá a la tarde, a la noche, al día.
ResponderEliminaroh por dios es hermoso... tristemnte mne refleje en el... tristemente contaste mi historia... sin quererlo.. pero te felicito es hermoso
ResponderEliminarEs un escrito simplemente genial... pude hallarme en la habitación.... escuchar el reloj, cada manecilla moverse, en un insensato esfuerzo por atrapar el tiempo... me gusta la forma en la que escribes.... es como si pudiese verlo estar allí, presente en medio del silencio.... un testigo mudo de cada escena, de cada "tic tac"... *_*
ResponderEliminarIchigo :P