El sonido barroquiano del clavecín me introdujo lentamente en un mundo irreal y paralelo, caí en sopor. En la seguridad del sopor, no me sentí perseguido, de repente, ya no estaba solo, y me dormí. No estaba en un lugar en específico, y no podía distinguir la época, todo parecía extrañamente igual, en el vacío. ¿Estaba realmente dormido? No sentía diferencia alguna, aparte de esa extraña sensación de tranquilidad, no era familiar para mí, no hacía parte de mi realidad, y por eso supe que estaba soñando.
Soñé que ella seguía aquí, viviendo, que era la luna, y yo era sol y estrellas, me vi a mí mismo a su lado, la protegía, mis brazos se entrelazaban en su cuello, y ella respiraba despreocupada. Soñé que había una sonrisa en sus labios; una sonrisa sincera y totalitaria, no había espacio para la tristeza en ella, porque, en este extraño sueño, la cálida caricia incorpórea de su risa, era el único sentimiento que salía de sus labios, y en sus ojos no había vacío ni melancolía ocultándose detrás de esa máscara que ella tenía para no hacerme notar que gracias a mí, era miserable.
Soñé que no había un nudo que quemaba mi garganta, ni un agujero negro en mi pecho que congelaba mi corazón, y mis venas, porque, en ese lugar, ella se encontraba conmigo, y ella curaba mis heridas, y purificaba mi sangre y que en ese entonces, mi existencia no se resumía ni encajaba a la perfección, en la palabra perfidia, porque ella hacía de mí alguien mejor.
Al despertar, noté que estaba soñando con el pasado una vez más, en esa época en la que mi cielo todavía no me había traicionado, y el veneno que se desprendía de mis besos, no había marchitado su cristalino corazón. Al despertar, recordé que cuando ella se fue, mi vida se apagó.
N/a: la ultima frase hace referencia a erase una vez el amor, pero tuve que matarlo.
Helga, shafka jalan atthirari anni. <3
lunes, 17 de octubre de 2011
domingo, 9 de octubre de 2011
Ella desaparecía.
Ella desaparecía, y yo no lo notaba. Pasaba por alto que estaba cada vez más ausente.
Ella desaparecía, y yo seguía ahí, viéndola; creyendo ingenuamente que todo seguía igual.
Ella desaparecía... estaba muriendo, yo no me daba cuenta.
Ella desaparecía, y yo seguía en la jaula donde una voz incorpórea susurraba tenue y repetidamente que todo estaba bien.
Ella desaparecía, y las cadenas me subyugaban a la ignorancia, como un velo que cubría mi rostro...
Ella desaparecía, y yo estaba alejándome de ella.
Ella desaparecía: yo seguía existiendo.
Ella desaparecía y el brillo de sus ojos ahora trémulo, me sacó del trance nebuloso en el que estaba.
Ella desaparecía, y corrí desesperado, tratando de alcanzar una meta imposible, mientras ella desaparecía, yo trataba de darle la mano, de no dejarla caer en el abismo: no eran más que fútiles intentos.
Ella desaparecía, y ahora, inconsciente, yacía acostada en mis rodillas.
Ella desaparecía, el aliento de la vida se le escapaba... yo la miraba, como un niño que contempla una colmena de abejas incendiándose.
Ella desaparecía, sus costillas protuberantes se pegaban a su piel, y sus pulmones eran casi visibles, y sus venas transparentes.
Ella desaparecía, y yo sostenía sus manos esqueléticas, con mis ojos nublados por el velo, desvariaba.
Ella desaparecía, y yo podía ver que las cuencas de sus ojos estaban ahora vacías, y que ya no podría ver nunca más la luz de la luna iluminándonos en el reflejo de la lluvia.
Ella desapareció, y yo me quedé sentado en la tierra, aferrándome a un recuerdo etéreo.
Ella desapareció, al igual que el sol, la luna y las estrellas.
Ella desapareció, y yo seguí existiendo... y maldije a la muerte al no desaparecer con ella...
Cuando ella desapareció, yo me dejé caer al abismo, solo para encontrar que estaba de nuevo en la jaula, sujeto a las cadenas de su memoria.
Ella desaparecía, y yo seguía ahí, viéndola; creyendo ingenuamente que todo seguía igual.
Ella desaparecía... estaba muriendo, yo no me daba cuenta.
Ella desaparecía, y yo seguía en la jaula donde una voz incorpórea susurraba tenue y repetidamente que todo estaba bien.
Ella desaparecía, y las cadenas me subyugaban a la ignorancia, como un velo que cubría mi rostro...
Ella desaparecía, y yo estaba alejándome de ella.
Ella desaparecía: yo seguía existiendo.
Ella desaparecía y el brillo de sus ojos ahora trémulo, me sacó del trance nebuloso en el que estaba.
Ella desaparecía, y corrí desesperado, tratando de alcanzar una meta imposible, mientras ella desaparecía, yo trataba de darle la mano, de no dejarla caer en el abismo: no eran más que fútiles intentos.
Ella desaparecía, y ahora, inconsciente, yacía acostada en mis rodillas.
Ella desaparecía, el aliento de la vida se le escapaba... yo la miraba, como un niño que contempla una colmena de abejas incendiándose.
Ella desaparecía, sus costillas protuberantes se pegaban a su piel, y sus pulmones eran casi visibles, y sus venas transparentes.
Ella desaparecía, y yo sostenía sus manos esqueléticas, con mis ojos nublados por el velo, desvariaba.
Ella desaparecía, y yo podía ver que las cuencas de sus ojos estaban ahora vacías, y que ya no podría ver nunca más la luz de la luna iluminándonos en el reflejo de la lluvia.
Ella desapareció, y yo me quedé sentado en la tierra, aferrándome a un recuerdo etéreo.
Ella desapareció, al igual que el sol, la luna y las estrellas.
Ella desapareció, y yo seguí existiendo... y maldije a la muerte al no desaparecer con ella...
Cuando ella desapareció, yo me dejé caer al abismo, solo para encontrar que estaba de nuevo en la jaula, sujeto a las cadenas de su memoria.
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