No importa cuanta quietud tengan las hojas de un árbol, el césped en el suelo, las nubes en el cielo. Tampoco mirar al mismo punto indefinidamente, bajo ninguna circunstancia el tiempo se detiene. No importa si creemos que ha parado y algún momento es mágico, o si el tedio nos consume y parece que cada vez es más lento. Es el mismo en todo caso. Nada que hacer.
Ella siente que el tiempo no existe, el tiempo no pasa; no la conoce. Para ella, el tiempo no es importante, no la afecta. A sus conocidos sí, pero no le importa qué les pase a ellos, los contextos son irrelevantes: al final siempre es lo mismo.
Han pasado siglos, milenios; para ella es como un parpadeo, no está ligada al espacio tiempo. Habita como alguna vez lo hizo ese ser que todos llamaron Dios, incorpórea e infinita. Pero hasta para Dios existió el tiempo.
Ella no se preocupa de Dios, lo conoce desde antes que ellos, ella sólo se preocupa de una cosa: estar lista para el encuentro, como el tiempo no existe; ella nunca está corta de tiempo. Siempre puntual, siempre precisa. Fue quien le enseñó las palabras al sabio mago blanco: "No llego tarde ni temprano, llego precisamente cuando tengo que llegar".
Decimos que no podemos verle, tal vez ella piensa otra cosa.
Mientras espera en su estancia etérea, cepilla su larga cabellera, tiñe sus labios del color escarlata, pone un collar hecho de polvo de estrellas en su delicado cuello, y un anillo brillante como el sol, decorado con un agujero negro, así en él se funde todo a su contacto, cuando decide llegar al encuentro.
Una vez está lista, se pone un vestido negro, espera fundirse con la oscuridad de los pensamientos de su próxima pareja. No importa si es hombre o mujer; tampoco la edad, pues el tiempo nunca se presenta en aquellos momentos de su encuentro.
No es una mujer caprichosa, cualquier lugar es bueno, y es tan buena compañía que incluso quienes no la conocen, siempre murmuran su nombre (con miedo).
Hablando de ella; se ha presentado el momento, la ocasión es adecuada, su galán está ansioso: espera inquiero el encuentro; mientras piensa en esto y aquello, ella camina a tempo lento.
Está segura que nada se antepondrá en su camino, por eso cierra los ojos, siente dentro de sí que es esperada, no tiene que cuidar sus pasos; aquél anillo quitó todo en derredor a la velocidad de un parpadeo, camina a ciegas pues no quiere que nada le dañe la sorpresa. ¿Quién será su nueva pareja?
Una vez está ante él, ella abre los ojos, no se presenta pues sabe que ya es conocida. Sin embargo, y por gentileza, se inclina ante él como si fuese una princesa saludando a un príncipe que ha venido a pedir su mano, y en seguida se acerca. Delicadamente acaricia sus dedos y sube hasta el cuello, pasa sus fríos y delicados dedos desde el hasta su cabello, juguetea un poco con su rostro, mientras él muere de miedo...
Acerca entonces sus gélidos labios hasta los de él, y después de besarle, lentamente la vida lo abandona, el aliento primordial que lo mantenía atado a este plano sale por su boca... pues ha recibido el beso de la muerte.
Ni muy largo ni muy corto es el encuentro; el tiempo no existe para ella, fue su primer amor, el tiempo ya está muerto. No hay Dios que pueda castigarle pues cuando él la creó, y vio sus hermosos ojos calló profundamente enamorado de ella; la besó sin dudarlo y cayó muerto.
Después de otra velada, regresa a sus aposentos al final del universo; donde espera calmada y paciente, la llegada de un nuevo encuentro.