jueves, 10 de febrero de 2011

Nunca supe qué me atrajo tanto de ella. Qué me hizo buscarla, qué me fascinaba a pesar del silencio o la distancia. Qué me ataba a pesar del vacío, qué me gritaba a pesar del silencio.
Creo que ella tenía ese algo indescriptible; como una pequella estela de luz posándose ante tus manos y después moviéndose lejos cuando la vas a tocar, volviéndote prisionero de ella, sintiendo ganas de perseguirla hasta el cielo y volverse una pluma de gaviota para flotar en el mar junto a ella...

En todo caso y después de varias semanas, nada de ello ha cambiado, nada, salvo que acortando un poco la distancia, y disminuyendo levemente el silencio, ella sigue fascinándome, igual o más que el primer instante en el que era simplemente la silueta de una interrogación que circundaba mis sueños como una estrella fugaz que nadie puede ver.

Ella es como la espuma de las olas del mar que no he visto; como la textura de la luna, que nunca sentiré, como la aurora boreal con la que sueño pero nunca he visto... como ese eclipse que me perdí cuando era niño; ella es el granizo derritiéndose en mis dedos congelados.
Ella es el abrazo de un ángel moribundo y el suspiro de la muerte enamorada...

Tal vez no lo sabe, y es que, ella es el oxígeno del que están hechos los suspiros, la sonrisa que acalla el llanto, la lágrima de felicidad después de la tristeza, el sueño que no puedo recordar... Mi rincón oscuro para hablar con mis fantasmas.
Ella es mi flor de hielo en mi tumba congelada.

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